Gatos.
Gatos por todos lados. En las ollas, en la cama, en el horno. Aparecen y desaparecen sin dificultad alguna. Quiero atraparlos, te aseguro que sí, pero en cuanto lo tengo en mis manos, se hacen agua. Y, una vez más, termino empapada de pies a cabeza. Vivo sola, por eso, de estos acontecimientos de rutina, no se entera nadie, le son ajenos a todo el mundo.
Esta mañana, cuando me levanté, vi uno de ellos bajo mis sábanas, sobre mi pecho, dormía plácidamente con su cabecita sobre sus patitas gatunas. Su lomo subía y bajaba con un hermoso ronroneo que me llenaba de paz y de odio al mismo tiempo, una sensación tan contradictoria que me provocaba dolor de cabeza. Era blanco, con ojos tan turquesas que dolía verlos, fijó la vista en mi un momento y luego volvió a dormirse.
Lo tomé con ambas manos, con las dos, con cuidado de que no despertara, pero… abrió los ojos. Los abrió y, de un momento a otro, explotó.
Sí, explotó.
Comencé mal la mañana. Mi pijama terminó todo empapado y apestaba a pis. Si, a pis, así como lees. Apestaba al peor y más inmundo pis que hubieras podido olfatear. Me sacó de las casillas. Ayer lo lavé, pero así es la vida, nunca se sabe cuando un gato puede convertirse en pis.
Quiero que sepas que no siempre tuve problemas de este calibre. No, no. Todo comenzó aquella noche de pernocte. Si, si.
Cuando tenía doce años, fui por primera vez a un pernocte. Y fue el último. Asistí porque mi madre insistió. ¿Por qué insistió? Es una pregunta que me viene a la cabeza cada vez que un gato revienta. Durante tres años y medio yo también insistí en que no estaba loca, quería que mi mamá me creyera. Pero a los quince, ya casi llegando a los dieciséis, acepté la triste realidad y dejé de insistir.
Al parecer, los gatos explosivos, solo los veía yo.
Y así fue como crecí fingiendo que los gatos nos existían, que no los veía, que no estaban allí y que el agua, lo que el resto de la gente sí veía, eran sólo estúpidos accidentes que una comete de vez en cuando.
Y aquí me encuentro. Escribiéndote esta extraña clase de explicación, en esta piscina. Sí, en una piscina. Pero… hay una cantidad inimaginable de gatos y… creo que siempre supe que mi final sería así. No podré apartarlos, van a explotar antes de que logre salvarme. Seguramente no llegues a leerlo, el papel desaparecerá en el agua en segundos, pero es un alivio imaginar que alguien podrá saberlo.