Confesiones de un alma torturada

Confesión N°7: La plaza.

Mi nombre es Emmanuel Rodriguez. 

Y esta es mi confesión. Mi historia. En ella encontraran la razon de que yo este aca, frente a ustedes. 

Verán, todo empezó con una hamaca. 

Si. 

Una hamaca.

Cada vez que cierro los ojos la veo. Era sólo una hamaca en medio de una plaza abandonada que, aunque nunca lo entendí, a mi madre le encantaba. Le veía cierta magia. 

Si tan sólo hubiera notado que no era una magia buena. 

Si tan sólo hubiera notado que ese lugar estaba maldito.

Si tan sólo...

Yo tengo un hermano... Tenía un hermano... 

Somos gemelos... Éramos...

Disculpen, es que no lo veía hace más tiempo del que pueden imaginarse. Desde la adolescencia. Y ahora...

Mi madre, ella era hermosa. Tenía esa vez en la mirada que te hacía creer que todo estaba bien... Incluso en ese momento... 

Como seguramente sabrán, Pablo y yo nos criamos sin un padre y luego de los ocho, también sin una madre... El la abandonó en cuanto supo que serían dos bebés que debían cuidar y alimentar. Se fue una mañana diciendole que volvería con las compras, que le compraría frutillas, para sus antojos y nunca volvió.

Me pregunto si piensa en ella, si aún sigue vivo, si piensa en nosotros... Nunca lo sabré. 

Mi madre, era un ser de luz... Nunca entenderé qué fue lo que...

 Bueno... Voy a contarles una historia. 

Pablo y yo teníamos ocho años recién cumplidos. Era verano y, como mi madre tenía vacaciones luego de tres años, aprovechaba y nos llevaba a esa plaza horrenda que jamás nos había gustado. 

Era espantosa, lúgubre. El lugar perfecto para que brujas malvadas se juntaran y bueno... Embrujaran supongo. Les puedo jugar que no exagero. Era un lugar muy poco apto para que niños de ocho años jugaran allí.

Para que tengan una idea más clara de lo que les estoy hablando, imaginense una plaza, la plaza a que iban cuando eran niños, la plaza a la que llevan a sus pequeños. Seguramente es hermosa, llena de color... Ahora quítenle ese sol caluroso, era todo bruma, como si ese día estuviese destinado a la muerte. Destruyan todos los juegos que haya, sólo dejen en pie una hamaca, de madera, vieja, justo en medio de la plaza. 

Llamenme loco si ustedes quieren, pero ese lugar estaba tan cargado de una energía tan mala que no me sorprendió lo que pasó después.

Ese jueves, mi madre nos despertó temprano. Estaba más emocionada que de costumbre, sonreía mucho más de lo habitual y, ni Pablo ni yo, logramos entender la razón. Nos explicó que quería ir a la plaza, a esa plaza, quería aprovechar el día, el sol, a sus "dos hermosos hijos" y, aunque ambos nos negamos, no fue suficiente, verla feliz, nos hacía felices, nos hacía débiles. 

Accedimos. 

Que gran error. 

Fatal. 

Debimos haber dicho que no... Debimos habernos comportado como los niños malcriados que nunca fuimos. Debimos haberle dicho que esa plaza nos daba miedo. 

Tal vez así, la historia sería otra. Mama seguiría viva y, Pablo también. Tal vez así, yo no estaría frente a ustedes contando esto, algo que intenté olvidar durante toda mi vida. 

Mi madre preparó una cesta de mimbre. En ella metió tres vasos de plástico, uno azul para mi, uno verde para Pablo y uno rojo para ella, una botella de naranja y sandwiches. Su entusiasmo era tan contagioso que nos fue muy fácil olvidar nuestro temor a ese lugar. 

Fuimos cantando canciones que ella inventaba en el camino, mientras nos turnabamos para llenar la cesta. Quería distraernos para que no se nos hiciera tan largo el trayecto hasta allí. Esa plaza no quedaba para nada cerca de casa. 

Eso es otra cosa que jamás podré entender. Habiendo tantas plazas cerca de casa, con muchos juegos y muchas familias los días lindos ¿Por qué nos llevaba allí? Eran algo así como dos horas de ida, es decir cuatro horas de viaje. 

Al llegar mi madre tiró al suelo un gran mantel a cuadros, como el de las películas y, sobre él colocó el almuerzo. Su sonrisa era imborrable, nos contaba cosas de cuando era niña y... Y se quejaba porque el viento enredaba su cabello... 

No puedo quitarme esa imagen de la mente... Esa hamaca... Las nubes oscuras sobre ella... Mi madre hamacandose... 

Con Pablo nunca nos animamos a subirnos, su estructura era absolutamente inestable y era tan... Imponente... Nunca nos subimos. 

Mi madre si. 

Luego de insistir y de que nosotros nos negaramos, ella quiso subirse para demostrarnos, como toda madre, que no había nada que temer. Le rogabamos que no lo hiciera, que algo malo pasaría, pero ella no quiso escuchar. 

Gritaba cargada de euforia mientras se mecía de adelante para atras, de arriba para abajo, su cabello ondeaba en el viento, nunca la había visto tan feliz como en ese momento... 

Cuando bajó todo parecía normal hasta que... Me agarró del cuello. Su mirada se había transformado... Ella, ya no era ella, sus ojos... Todo había cambiado en ella. Le suplicaba que me soltara pero no oía razones... Sus dedos se incrustaron en mi cuello ¿ven las marcas? Apretaba cada vez mas fuerte hasta que... Nose si el miedo o del dolor perdí la conciencia. 



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En el texto hay: historiascortas

Editado: 15.02.2020

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