Clara y Luz vislumbraban el atardecer en una hermosa playa de arenas blancas y mar turquesa. Habían pasado varios años desde que fueron depositadas en ese mundo por Solestelar, pero casi ya no recordaban nada de los sucesos pasados.
A lo lejos, vieron a un grupo de niñas recolectando caracoles de la arena. Eran sus hijas, a quienes la tuvieron por voluntad propia y sin intervención de un hombre. Sospecharon que Solestelar les modificó sus cuerpos para que pudiesen procrear sin un macho de su especie. Pero prefirieron no indagar en el asunto.
La joven solo sonrió y saludó. Aunque no podía asegurarlo, esa niña le recordaba mucho a Yael. Solo esperaba que fuese ella en verdad, pero en ese estado no podría corroborarlo.
Ambas mujeres entraron en una casa construida con tacuaras y hojas gigantes de palmeras. Las niñas las siguieron. Luz preparó la cena y todas se sentaron en una larga mesa. Después de cenar, se metieron a la cama. Mientras Luz dormía profundamente, Clara observó las estrellas desde la ventana. La noche era tranquila y serena.
Atrás quedaron esos tiempos en que era perseguida por su alma y por ser hija de Solestelar. Ahora vivía en paz, en un nuevo universo al que todavía tenía mucho para dar y ofrecer. Una fuente de información en espera de ser descubierta por ella.
Pero mientras miraba el cielo, vio que una nave espacial atravesó la atmósfera y cayó al fondo del mar.
Bajó de la cama en cuclillas, para no despertar a Luz ni a las niñas. Luego, se colocó sus calzados y salió del hogar. Por suerte tenían un bote, el cual solían usar para pescar. Subió en él y remó hasta llegar al lugar donde cayó la nave.
Se ató una cuerda en un tobillo para no perder su bote. Llenó de aire sus pulmones y se lanzó al agua.
La nave espacial se estaba inundando. La alcanzó y vio que era bastante pequeña, casi igual a un avión de combate de su mundo.
Dentro, vio a un hombre inconsciente. Tenía el aspecto similar de un humano terrícola. Pero no había tiempo para pensar en eso.
Con un poco de esfuerzo, Clara consiguió abrir la nave y sacar de ahí al piloto. Lo sujetó de su cintura con un brazo y nadó directo hacia la superficie.
Por suerte, el bote estaba cerca. Así es que subió al hombre ahí y remó hasta regresar a tierra.
Una vez en suelo firme, depositó al hombre boca arriba y procedió a hacerle los primeros auxilios.
EL piloto despertó. Sus ojos eran amarillos y contrastaban con el negro de sus cabellos.
Clara dedujo que, lo normal, sería que no pudiese entenderlo. Si bien los seres energéticos podían comunicarse perfectamente con ella, era justamente porque podían leer los corazones y, para eso, no necesitaban aprender los idiomas. Pero ese hombre parecía provenir de un mundo material, así es que era muy extraño que se pudiesen entender.
El corazón de Clara comenzó a latir. Le pareció bastantes coincidencias, así es que se animó a preguntar:
Clara miró al cielo, pensando que a Solestelar se le ocurrió enviarle un “regalo” para repoblar el mundo como lo habría hecho en su anterior vida. Y ese hombre, Israel, le recordaba mucho a Israfil aunque físicamente lucían distintos. Pero lo que más le llamó la atención fue su nombre: recordó que su padre había dicho que si alguna vez tenían un hijo, lo llamarían así.
Quizás, sus padres si sobrevivieron y tuvieron el deseado hijo en la Estación Espacial.
El hombre se levantó y recorrió la playa. Todavía era de noche, pero ya se podía percibir una claridad desde lejos.
Y así vieron el amanecer. El cielo se tiñó de blanco y unas nubes amarillentas se formaron en el cielo.
Israel respiró hondo y dijo:
Y así, ambos entraron a la casa mientras el cielo se iba aclarando.
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Editado: 19.11.2022