Truenos y relámpagos azotaban el cielo, por más que lo intentaba, gracias a la estruendosa lluvia, no podía conciliar el sueño. Me levanté de la cama para asomarme por la ventana, para mi sorpresa, vi un resplandor anaranjado entre los árboles del bosque que se encontraban justo al lado de mi nuevo hogar, no parecía real, me dio la impresión, que tal vez un rayo había caído en un árbol y este yacía en llamas. Esperé ahí bastante tiempo con algo de curiosidad y a la vez temerosa de que se propagara lo que parecía ser un incendio, pero no sucedió nada. El resplandor desapareció junto con la enardecida lluvia. Pasó por mi mente que el cielo se había enfurecido esa noche y había descargado toda su ira para desahogarse por completo y entrar en esa calma que sólo te da después de llorar y llorar hasta quedarte sin lágrimas y sentir los ojos en extremo secos.
Volteé hacía mi cama, anhelando por fin rendirme ante el cansancio, cuando escuché una pequeña gotera que salía del techo, coloqué una pequeña bandeja para amortiguar el agua y no encontrar un desastre en el piso la mañana siguiente, auguré una larga y fastidiosa noche, al mismo tiempo que maldecía el haber aceptado vivir aquí, aunque no tuviera muchas opciones, después de todo se trataba de mi nuevo hogar.
Desde la muerte de mis padres en ese terrible accidente, mi abuela Eloísa se había encargado de mí, no tengo a nadie más en el mundo, yo comprendía que era bastante mayor para aceptar una responsabilidad de esa magnitud, pero nunca consideró dejarme a manos del sistema; como un orfanato o dejarme a mi suerte.
Y no puedo quejarme, he tenido una vida estable a su lado, aun con sus ideas propias de su generación, hemos aprendido a comprendernos y a querernos con el pasar de los años. Pero el traerme a vivir a este pueblo, fue algo fuera de todo sentido. Estoy consciente que ella creció aquí y tiene muchos amigos e infinidad de recuerdos en este pueblito. Yo en cambio, nunca había visitado este lugar, escuché muchas historias de sus labios y me da la impresión de conocer a algunas amistades de tanto que mi abuela me ha hablado sobre ellas, y eso me hace pensar que no tengo nada en común con la gente de aquí. Estoy acostumbrada al bullicio de la ciudad donde la gente nunca descansa, nunca duerme, donde conoces y vives cosas estimulantes todos los días. Cuando por fin me acostumbré al desquiciante ruido del agua cayendo sobre la bandeja, pude conciliar el sueño.
Ante todo pronóstico me levanté más animada, hoy sería mi primer día en la escuela, tal vez pudiera conocer a alguien interesante, más allá de historias cotidianas que suele vivir la gente de aquí. Echo de menos a mis amigos de la ciudad, en especial a Megan; ella es una aventurera, al principio me obligaba a hacer cosas que yo no me hubiera atrevido a hacer, pero con el tiempo se convirtió en una adicción el estar con ella. Vivíamos a diario muchas aventuras.
En cambio, en este lugar parece invernar a las seis de la tarde, aun cuando el sol no se ha puesto. Excepto el fin de semana, donde se puede apreciar un poco más de movimiento de los jóvenes de aquí.
Fuera de eso, es como vivir en un pueblo fantasma, sin mencionar que no hay señal de celular en este lugar, hay un par de escuelas, apenas un hospital y pocos establecimientos, es como vivir en la edad de piedra. No puedo creer que esta gente no conozca el basto mundo de comunicaciones que existe en la actualidad y no es que sea una adicta al internet, pero en esta época, estar conectado es una necesidad para vivir y conocer el mundo. Y no es precisamente su culpa: puesto que el pueblo fue fundado en una zona muerta rodeada de montañas con un intenso follaje, sin contar con la espesa niebla que baja de las montañas y las minas abandonadas impiden llegar cualquier tipo de civilización. Supongo que no pueden extrañar lo que no conocen, al final, terminaré entendiéndolo.
De mi extenso guardarropa decidí ponerme algo muy sencillo; unos jeans negros y una blusa descubierta por los hombros junto con unos tenis, ya que mis llamativos tacones tendrán que guardarse, no sé por cuánto tiempo, me encantaba usarlos, ya que disimulan mi baja estatura, pero gran parte de las calles se encuentran sin pavimento, así que sería algo absurdo usarlos por ahora. Me miré en el espejo antes de salir, sólo para ver si no omití nada, los jeans y la blusa me quedaban un poco grandes. Mi cuerpo es más bien del tipo escuálido, en un año cumpliré la mayoría de edad, pero mi físico no parece comprender eso, ya que no he desarrollado muchos atributos, mis labios son demasiado delgados y mi nariz muy pequeña, lo único que me enorgullece es mi largo y sedoso cabello: al que dedico muchas horas para cuidarlo y gracias a las luces claras que me teñí, le dan una luz poco usual y llamativa.
No conforme con mi aspecto, hice algunos gestos de desaprobación y salí de la habitación. Bajé las escaleras de puntillas, eso me daba la sensación de tener el control, mi abuela solía burlarse de ello ya que decía que parecía un especie de baile raro.
Llegué al comedor y encontré a mi abuela charlando en la mesa con el desayuno servido. Sentada junto a ella, su amiga incondicional y de toda la vida, Oriana, yo le digo tía Ori, aunque no es mi tía en realidad, pero creció junto con mi abuela desde que empezaron a dar sus primeros pasos, así que la considero parte de la familia. Elegante como sólo ella puede serlo; con su corte de cabello corto pero moderno, siempre con sus alhajas combinadas a la perfección con su atuendo; en esta ocasión vestía un pantalón de vestir claro y una blusa de un tono parecido que hacía juego con un cárdigan gris. En cuanto notaron mi presencia guardaron silencio, como si hablaran de un tema que yo no debería escuchar.
—Tía Ori —saludé y me acerqué a darle un beso en la mejilla.
—Hola linda —me regresó el saludo—. Es tu primer día de escuela. ¿Estás emocionada? —me preguntó de forma casual mientras se quitaba los lentes y los guardaba en su bolso.
—Trataré de encontrarle el lado bueno a esto, sólo para complacer a Mado —le contesté intentando sonreír.
A mi abuela Eloísa nunca le ha gustado el título de abuela, por lo tanto, siempre la he llamado Mado que son las iniciales de “Mi abuela de oro”.
Decía que eso la hacía sentir más avejentada, yo nunca entendí del todo su complejo: era una mujer hermosa y con clase, solía usar tantas cremas en su rostro que su piel se mantenía lisa a pesar de su edad, era delgada a pesar de no hacer ningún tipo de ejercicio, su cabello rubio cenizo le caía hasta los hombros y usaba unas gafas negras que le daban un porte de mujer ejecutiva.
—Me alegra que cambies de actitud Deka, aunque no creas ni una sola de tus palabras —me reprochó mi abuela.
—Nada te complace —le respondí a la defensiva.
—No la presiones, no es fácil un cambio tan radical, dale un par de semanas y ya no se querrá ir de aquí —comentó la tía Ori.
—No lo creo —les aseguré mientras tomaba un pedazo de pan de dulce y me lo llevaba a la boca—. ¿De qué hablaban?
—Nada… —contestó sin pensar Mado.
—Tiene que saberlo —aconsejó la tía Ori a mi abuela con una mirada de complicidad.
—Claro que no —dijo tajante Mado.
—¿Cómo se cuidará? Si desconoce el peligro —la cuestionó la tía Ori.
—¿De qué hablan? ¿Cuál es el misterio? —pregunté sin tapujos.
—Esta mañana… —se aventuró a decirme la tía Ori mientras evitaba cualquier contacto visual—. Encontraron otra muchacha. Bueno sólo una parte de ella —balbuceó.
—¿Una parte? —recalqué sin comprender a qué se refería.
—Encontraron el cuerpo bastante … incompleto como si hubieran querido devorarla. Aun así, sus padres lograron identificarla, era la hija del tendero Don Andrés —relataba la tía Ori incluso cuando no creía en sus propias palabras.
—Recuerdo haberla visto en la tienda con su padre —atiné a decir—. Tenía la misma edad que yo ¿Cierto?
—Debes tener cuidado, no quiero que andes sola —me ordenó mi abuela—. No sé qué hacia esa muchacha en el bosque a esa hora y sola.
—¿En el bosque? ¿En qué parte? —pregunté curiosa.
—De hecho, fue bastante cerca de aquí —me contestó Ori.
La casa de mi abuela fue construida hace más de cien años, es una de las más antiguas del pueblo, así que quedó justo a las orillas de éste, la ventana de mi habitación da justo donde empieza el tan espeso bosque que rodea el pueblo y sólo hay una carretera pavimentada que es la salida de este lugar. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, al pensar en ese resplandor anaranjado que me causó tanto temor la noche anterior. No tenía idea si estaba relacionado, pero el que esa chica hubiera muerto a unos pocos metros era algo espeluznante. Irónicamente una de las razones por lo que la abuela me trajo a vivir aquí, fue por la inseguridad de la ciudad, pero desde que llegamos, han sido asesinados dos jóvenes en tan sólo dos meses, así que por el momento, las ganas de irme de aquí se incrementaban con los días.
—¿Qué ha dicho la policía? ¿Tiene algún sospechoso? —cuestioné algo alterada.
—Creen que se trata de algún animal, pero… —contestó Mado.
—No saben nada —interrumpió la tía Ori—. Nunca saben nada, la historia se repetirá como hace diez años y el culpable se saldrá con la suya —sentenció frustrada.
—Mientras tanto, evita salir de noche, hazme ese favor, le dará un poco de tranquilidad a esta anciana —me pidió mi abuela.
Yo acepté sin protestar, aunque nunca me ha agradado que use ese recurso, sé que tiene sus años, pero ni siquiera aparenta su edad, hay días en que tiene incluso más energía que yo. Fue jubilada en la empresa donde laboraba, pero sólo fue por el hecho de que cumplió la edad, no porque ya no pudiera trabajar, pero siempre que quiere obtener algo de mí, le gusta hacerse la desvalida. De cualquier forma, no creo que haya nada que hacer por la noche en este lugar, así que no será un gran cambio para mí, vivo en la cuna del tedio y el aburrimiento.
—Tendré cuidado —le prometí mientras me preparaba para salir en dirección a la escuela.
Salí a esperar el autobús, ya que no tengo automóvil, Mado nunca ha querido comprarme uno, dice que no soy responsable. Aun así no importa, sólo estaré un año en este lugar y en cuanto pueda disponer del fideicomiso que me dejaron mis padres, podré hacerme de uno, mudarme de nuevo a la ciudad y estudiar la universidad muy lejos de aquí. Ese pensamiento es el que me dará fuerzas para aguantar hasta el final. Subí al autobús, la mujer que conducía era en extremo obesa y con mala cara, daba la impresión de haber sido carcelera en sus trabajos anteriores, yo la saludé por educación y ella no se dignó a verme, mucho menos a responderme. Me senté en el único asiento disponible. En el trayecto mantuve la vista en el paisaje para conocer la ruta, fue un recorrido bastante corto por suerte, hasta que visualicé el gran edificio de la escuela frente a mí. Lucia descolorido, sin vida, plagado de historia, una muy aburrida supongo. Entré mirando rostros para intentar sentir algo familiar, pero los jóvenes me veían extraño, alguien que invadía su espacio y parecían no sentirse cómodos por ello.
Al entrar me dirigí a la oficina de orientación para que me dieran el horario que me correspondía, después de eso, transcurrió la mañana entre algunas clases algo monótonas. A la hora del almuerzo, me senté en la cafetería. Un muchacho de tez apiñonada y ojos de color marrón que usaba una playera estampada y un gorro de punto que dejaba ver parte de su cabello castaño al frente, me saludó coloquialmente, me dio la impresión de haberlo visto antes, pero no pude recordar dónde.
—¿Deka? —me preguntó.
—¿Sí?
—Soy Jordán, el nieto de Oriana.
—Claro, te me hacías conocido, hace años que no te veía —exclamé aliviada. Y en efecto parecía una eternidad desde la última vez que me visitó en la ciudad.
—Me enteré de que llegaste hace poco, no tenía idea que estarías en esta escuela.
—Es la única escuela de aquí —le recalqué algo sarcástica.
—Tienes razón. ¿Y cómo te ha ido en tu primer día? —me preguntó con una sonrisa.
—Es… ¿Agradable?
—¿Me estás preguntando?
—No, lo siento, estoy tratando de adaptarme, pero los chicos no han sido amables —le susurré las últimas palabras.
—No les gustan los forasteros —me explicó con una sonrisa—. Ya se acostumbrarán a ti, dales tiempo.
—Amanda, te presento a Deka, acaba de mudarse —le dijo a una muchacha en extremo blanca, con ojos pequeños y un largo cabello cobrizo de rizos que le llegaba a la cintura, estaba parada junto a él y no había dicho palabra alguna.
—¿Qué tal? —dijo Amanda, sin poner mucha atención.
Amanda parecía distraída me hizo dirigir la mirada hacia donde ella veía, varios policías uniformados interrogaban a los alumnos durante el descanso.
—Al parecer interrogarán a toda la escuela —dijo suspicaz Jordán.
—Pobre Livia, no puedo creer que le pasara eso —comentó Amanda.
—¿Ustedes la conocían? —pregunté para hacer conversación.
—La saludaba de vez en cuando, pero no éramos amigas, lo que en realidad es traumático es que pudo ser cualquiera de nosotros —externó Amanda preocupada—. Creo que te mudaste en el peor momento —me dijo.
—La ciudad está llena de peligros, escuchas noticias escalofriantes a diario —le enfaticé.
—No sean tan pesimistas, la policía encontrará al asesino, ya lo verán y volverá la tranquilidad —comentó Jordán tratando de calmarnos.
—Tu abuela me contó que esto ya había pasado hace diez años ¿Tú…conoces la historia? —le pregunté algo curiosa, mientras buscaba la reacción en su rostro.
—Así es, murieron siete personas, todas jóvenes como nosotros y de un día a otro todo terminó, nunca supieron quién fue —me explicó en tono neutral como si se tratara de alguna leyenda urbana y no de un asunto serio.
—¿Y por qué crees que en esta ocasión será diferente? —le dije confundida.
—Soy… muy optimista —replicó orgulloso de sí mismo.
Volteamos los tres al mismo tiempo tras escuchar gritos del otro lado de la cafetería.
Un muchacho rubio y alto con unos hoyuelos bastante notables que le hacían verse atractivo debo decir, se ponía histérico con el oficial de policía, le gritaba enardecido que dejaran de molestar estudiantes e hicieran su trabajo para encontrar al culpable, los acusó de incompetentes y perezosos.
—¿Quién es él? —les pregunté para saciar mi curiosidad.
—Es Aarón y sí es guapísimo —Amanda observó mi reacción divertida—. Pero no te conviene involucrarte con él, no toma a nadie enserio.
—No es guapo, es petulante, no sé qué le ven las mujeres —dijo Jordán algo molesto.
—Claro, no… sólo era curiosidad —le aclaré a Amanda, me dio la impresión de que había alguna historia con él, su voz sonaba algo resentida.
El director de la escuela llegó a la cafetería y se llevó a Aarón, el momento era todo un espectáculo, todos los jóvenes miraban la escena curiosos. La campana sonó indicando que el descanso había terminado, tomé mis cosas con la intención de dirigirme a mi siguiente clase.
—¿Qué materia te toca? —me preguntó Jordán.
—Historia —le contesté sin darle mucha importancia.
—Espérame, yo también voy para allá —me pidió Amanda mientras guardaba sus pertenencias.
Caminamos juntas hacia el salón de clases, mientras me ponía al día sobre las noticias sobresalientes de la escuela, me informó cómo podría obtener créditos extra para la universidad y algunos consejos sobre protocolos de la escuela.
Durante el poco tiempo que hablé con ella, constaté que era dedicada al estudio por completo y no a socializar, su único amigo era Jordán, aunque saludaba a muchos compañeros de forma casual, realmente era muy cordial. Pensé que sería una buena compañía mientras estuviera en este lugar. Antes de entrar a clase, caminaba un muchacho por los pasillos, con los hombros caídos y cabello negro, vestía de forma casual. Amanda lo saludó y él ni siquiera la miró.
—¿Lo conoces? ¡Qué grosero! —espeté.
—No es eso —me explicó Amanda— Es… bueno… era el novio de Livia, obviamente está devastado, se conocían desde jardín de niños.
—Eso es terrible —de inmediato lamenté mi comentario.
Nunca me había puesto a pensar en el trasfondo de lo sucedido, se había perdido una vida, una muchacha joven con un futuro por delante, no puedo decir que me duela su partida ya que no la conocí, pero me di cuenta de que era una persona amada, detrás de ella había toda una familia y amigos que la extrañarían y que los había dejado marcados por su repentino deceso. En la ciudad se escuchan docenas de noticias como ésta, al grado que deja de impresionarte, uno se acostumbra a no darle importancia, pero aquí esto se sentía por completo diferente, era algo que en definitiva te trastocaba por dentro.
Al terminar la clase de historia me despedí de Amanda y continúe con mi día, durante el resto de las clases de vez en cuando entraba al director y sacaba a algún estudiante del salón para ser interrogado por la policía, parecía ser la gente más cercana a Livia, por lo que pude escuchar entre conversaciones ajenas, no se hablaba de otro tema ese día y así pasaría por algunos días más.
Salí de la escuela y me reuní de nuevo con Jordán y Amanda, me invitaron a ir caminando a casa en vez de tomar el autobús, yo accedí gustosa.
Durante el trayecto intenté conocerlos mejor, Jordán nos visitó un par de ocasiones en la ciudad, a diferencia de Oriana a quien veía cada mes con puntualidad. Me mostraron la fuente de sodas: que era el lugar donde los jóvenes de aquí solían pasar el tiempo, no puedo creer que usen ese término, también contaban con un especie de bar que en las últimas semanas había sido cerrado por motivo de los asesinatos. También me mostraron un pequeño quiosco a unas calles del centro del pueblo, donde en algunos días al año se realizaban algunas ferias o festivales y una sala de cine que estrenaba las películas un par de semanas tarde.
—No tenemos mucho entretenimiento como me imagino tú lo tenías en la ciudad, pero te garantizo que la vas a pasar bien —intentó animarme Jordán.
—Claro estoy en la mejor disposición —le contesté con una mueca.
Nos detuvimos en la avenida principal, el semáforo para los vehículos estaba en verde, finalmente cambió a rojo y echamos a andar. Sólo escuché el rechinido de los frenos, una camioneta parada color rojo tipo sedán, se quedó a unos centímetros de nosotros.