Joaquín, un poco aburrido registró la casa. Subió tres grandes peldaños de madera. Detectó una puerta abierta, y curioseó. Apenas la atravesó, sintió como un espacio “sagrado”, un lugar que considero un lujo. Un oasis de paz y sabiduría; había descubierto la biblioteca de la casa. Una sala de lectura, llena de luz, con enormes ventanales simples, sin vidrio repartido, ni grandes diseños. Combinada en tonos llamativos en blanco, retozando las líneas rectas, y simples, creando un espacio agradable y un lugar moderno. Sobre el suelo de porcelanato de color gris, una arquitectura irregular. En la parte de los libros, convivían en compañía películas clásicas y objetos de decoración. Tenía toda su atención por la atractiva donosura. Destaco una ancha alfombra gris y el diseño del sillón en el mismo tono, además de su mesa ratona, la composición total de estos tres elementos. Llego a la biblioteca abierta. Rozo cada libro de la sección del cuarto estante y retiro uno que le recordó su adolescencia. En quietud sé cómodo en el sillón, para aleccionar la lectura. Devoro cada página, anegándose en los personajes, las acciones, los diálogos. Se imaginaba a través de las descripciones como si a los personajes los estuviera viendo en vivo y en directo, por ese motivo, amaba la literatura. Veneraba esos mundos de fantasías que siempre atraían de fondo una gran verdad. Sacando la ficción, la mayoría de los libros dejaban una enseñanza y cada libro tenía alma. El alma de quien lo escribió, el alma de quienes lo leían y vivieron y soñaron con él. Marco con recato asomaba, e indeciso daba marcha atrás. Su desaliento reprimía carearle por el episodio que ocasionó, que podía motivar al topetazo con su forastero compañero y confinarlo fuera del contexto por su brote histérico. Probablemente no volverá a confiar en mí, y habrá sacado conclusiones de que soy irrazonable, pensó. Afianzar amistades era dificultoso debido a sus ambiguos cambios de humor, y la falta de autoestima. Después de la sumisión con la droga, no era el mismo Marco. Fue un antes y un después. También tenía miedo de apegarse y que más tarde le retiren el habla. La mayoría de las veces que lo había intentado, terminaba pasando. Perderlo a Joaquín le hacía daño. Llego en el momento exacto donde la soledad era su única amiga y en dos días se había encariñado sin premeditarlo, porque era incomparable. Ese chico encendía una luz interior y exterior que le preconcebía seguridad y compañerismo para describirle lo que sentía. Lo admiraba por su franqueza, por singularizar el menor temor a apuntar en lo que filosofaba, y en sus creencias. Sus raciocinios eran muy cultos e instruidos, conduciéndole a la otra persona la persuasión, generando confianza para revelar las auténticas emociones sin censura. Analizo que ni él sabía lo especial que era. Deponía una huella en una sola conversación, porque Joaquín entendía con el corazón y veía a las personas con los ojos del alma. Sentía un vínculo muy trascendental, y no aventuraba a que se deshaga por su error. No quería desperdiciar la amistad que recientemente se componía. Renunció de ir y venir. El mérito por su inadaptación y rebeldía, no le daría oportunidad a la flexibilidad. Es buena persona, pero reparó en cómo le daba la cabeza contra la mesada a un tipo. Puede sacar la ejecución de que algún día puedo innovarlo en él. No me aceptará, aseguró. Resolviendo salirse decisivamente, Joaquín, giro y lo vio que cruzaba y desistía en el indicio de la puerta.
-¿Marco?- preguntó, inspirando influirle para que no huya-
-¿Podemos hablar?- él, le preguntó. Presentando en su voz inseguridad-
-Sí, claro. Me entretuve con un libro. No sabía que existía una biblioteca.
-Sí, está un poco escondida. El que más se la pasa acá es Benicio. Y los hermanos que te señale hoy en el desayuno, especialmente, Matías, el mayor.
-Es grandísima. Muy buena colección de ejemplares.
-A Benicio le encanta la literatura-Marco, garantizó-
-¿De qué querías hablarme?-Joaquín, preguntó cortésmente- No te quedes parado ahí. Acércate.
Despejo su atención en el libro El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde y Marco, tosió un poco inquieto, se introdujo. Se sentó en el suelo con la espalda recta en la biblioteca, cruzando sus piernas.
-Quería agradecerte por intentar retenerme, aquí nadie se inmiscuye cuando sucede alguna pelea y pedirte disculpas. Seguro que te asustaste. Yo te comente que no manejo esa parte de control desde que deje la droga, pero te juró que nunca te lesionaría. Seguro pensàs que no estoy sensato… Esa parte de mi se despierta, cuando amontono humillaciones, insultos, ofensas. Es una irritación que no puedo contener. Es como si estaría en un cuarto y se bajara la persiana quedando entre sombras oscuras, y luego, no entiendo que es lo que hice. Cuando me canso de una condición. Cuando me canso de hacerme el distraído, exploto- articuló, agitado- E Ignacio me perturba hiriéndome con su homofobia-determino, con expresión conmovida-
- No tenés que darme esclarecimientos, ni excusarte. No estuvo bueno presenciar como lo aporreabas, y no te desmentiré que me asusto. Pensé que lo matarías, pero sé que Ignacio es un troglodita. Cuando uno aguanta y no dice en el momento lo que le molesta, se convierte en un círculo emocional tóxico, y tarde o temprano, detona. Vos tenés que aplicarle lo que llaman en psicología círculo cerrado, cortar todo tipo de comunicación desde cero con él. Todos, en algún punto, nos desbordamos y reventamos. Llega un paraje de inflexión en donde nos fragmentamos y sacamos lo peor de nosotros. Lloramos con un dolor agudo en el pecho que no nos deja respirar, envidiamos la felicidad de los triunfos ajenos, enjuiciamos a las personas que son distintas, intimamos en que nunca cumpliremos nuestros sueños o anhelos, tememos a la soledad. La ira es una de las peores, porque toca hasta el más incógnito recoveco de nuestro ser, corrompiéndolo con impureza, sin dejarnos pensar con claridad. Siempre doy algunos ejemplos para poder justificar las acciones personales. Pero, ¿Sabes cuándo realmente somos libres?
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Editado: 07.10.2021