Por ti, doy mi vida entera.
Por ti le daría la vuelta al mundo.
Por ti haría cualquier sacrificio inimaginable, solo por ti.
Monic.
La brisa fría de la mañana se colaba por mi ventana como de costumbre en el norte de la nación, mi dama de compañía me prepara para el desayuno.
Los sirvientes se paseaban en medio de carreras de un lado a otro, preparando el palacio para la visita del rey George III, mi hermano mayor y su prometida cuyo nombre, desconocía puesto no me había interesado por averiguarlo.
Tomo asiento frente a mi madre en el segundo puesto, a la derecha del cabezal de la mesa.
— Más tarde la modista traera nuestros vestidos y te harán la última prueba para esta noche.— avisa mirando su plato.
— Madre, no pretendo ser mal educada, pero recuerdo haber expresado mi interés por no asistir.
— Lamentablemente eso es algo que no decides tu, limítate a seguir las órdenes.— bufa.— También debes estar conmigo en el recibimiento del rey.— Encarnó una ceja dejando lucir sus grandes ojos azul intenso.
— Si, madre. Permiso para retirarme,— pedí a pesar de que apenas había tocado la comida, con un gesto concedió.
Esa era mi madre, la pronto antigua reina, era el ser más frío que había conocido, y sabía como expresarse perfectamente con simples gestos y frases cortas.
A mediados de la mañana la modista apareció y me llevaron a probarme el vestido, como siempre era absurdamente llamativo y molesto.
— Luce maravillosa.— Comentó la mujer de edad avanzada y evidentes canas.— ¿Usted que opina?
— Esta perfecto,— responde mi madre —, cambiate, ya te puedes retirar, Monic.— Asiento.
Mi opinión no era necesaria, así que preferi acatar la orden sin alegar. Me dirigí a la sala de música, era el único lugar de la casa que no despreciaba, tome asiento frente al piano.
Según la sociedad, las mujeres debían saber lo básico de historia, ciencias, matemáticas y literatura, además de cantar o tocar un instrumento y bordar, pero a mi en cambio me gustaba escabullirme con mi padre a practicar esgrima y andar a caballo. Sin embargo, lo único que llamaba mi atención era el piano y me ayudaba a distraerme.
Volví a la realidad con el ruido que provenía del exterior. Mi hermano había llegado y justo bajaba del carruaje. Mi dama de compañía llegó en mi busqueda, ya debía estar vestida y si mi madre no me veía en un segundo explotaría de nuevo.
Estuve lista lo más pronto posible y baje al encuentro con mi madre y mi hermano, en la antigua oficina de mi difunto padre.
— Me disculpo por la tardanza.— digo adentrándome en la habitación, haciendo una reverencia hacia mi hermano mayor.— Bienvenido, George.
Mi madre y yo nos habíamos mudado a Baltimore House, la casa de campo de la familia, luego de la coronación de mi hermano y el se había quedado en la capital por obvias razones. El al verme me brindo una sonrisa.
— ¿Como es la vida en el palacio?.
— Ocupada,— afirmó— , deberías ir de visita.
— Agradezco la invitación, pero tendré que rechazarla, sabe que nunca ha sido de ni agrado la ciudad, majestad.
— Ni las responsabilidades.— comentó en modo de reproche. — Creí que habíamos quedado en un acuerdo en mi última visita. Ya tienes dieciocho años, necesitas empezar tu vida en sociedad. Se que lo prolongamos por la muerte de padre, pero ya no puede seguir así.
— Hermano, ya le he expresado a madre en reiteradas ocasiones, sobre mis deseos de no presentarme en sociedad.
— Deseos absurdos.— afirmó mi madre con severidad.
— Luego de mi boda te mudaras al palacio, para iniciar los preparativos, para que debutes esta temporada.
— Pero...— Quise refutar pero no me lo permitió.
— Y no habrá objeción que valga. Si me disculpan, tengo cosas que revisar antes de la cena.— En una reverencia ambas salimos de allí.
La trágica muerte de mi padre me concedió el deseo de irme a vivir al campo, nunca me ha gustado la ciudad, o los bailes, o las personas, pero por lo mismo mi dicha ya no continuaría.
La hora de la cena había llegado, con los ánimos por los suelos luego de la noticia de mi hermano; baje al salón para encaminarme al comedor, pero sin querer tropecé con alguien.
— Mis disculpas, mi lady.— escuche a una voz suave decir, antes de encontrarme con los ojos verdes más hermosos que había visto en toda mi vida.
— Yo soy la que debe disculparse.— Anonada, hice uso de toda mi razón para responder.
— No, para nada, majestad— la chica hizo una pequeña reverencia.
Era castaña, de unos veinte años, unos pocos centímetros más baja que yo, delgada y lucía un vestido esmeralda que resaltaba sus ojos.
— Permitame presentarme, soy Elizabeth.— dijo con una perfecta y tímida sonrisa, a la vez que estiraba su mano, la que no dude en estrechar.
— Monic, un placer.
— El placer es mio, majestad. Debo volver al comedor, la cena está por empezar.— asentí siguiéndola al lugar.
Rápidamente busque mi puesto, ella hizo lo mismo.
— Antes de iniciar, debo presentarles a la mujer que me ha robado el aliento y cambiado mi forma de ver el mundo, la mujer más hermosa que he conocido, Elizabeth Roshed.— con entusiasmo señaló a la chica que había conocido minutos antes.
Quede paralizada en el sitio, la futura reina. Todos tomaron asiento, no me quedó más que salir de mi trance y seguirlos.
La cena se resumió en halagos para la pareja y viejas historias y anécdotas de la familia, que no me moleste en escuchar con atención, quería salir de allí.
— Hablenos de usted, señorita Roshed.— pidió lord Dummond.— ¿A que se dedica?.
— Trabajo como institutriz de varios niños de la nobleza, enseño historia, literatura, danza y música.