Entrenamiento

Ya había pasado un mes desde los ataques y se contactaron conmigo con respecto a mi solicitud para entrar al ejército. Por suerte, di a parar a la misma base que Aiden y Allan, por lo que supuse que Aaron lo había logrado.

Cuando entré al lugar que sería mi dormitorio por unos cuantos meses, traté de encontrar una cama, pero todas las que estaban al principio ya habían sido ocupadas, por lo que caminé hasta el fondo y encontré una.

—Princesa —me dijo una más corpulenta—, ¿acaso no sabes que tu hermoso pelo largo desaparecerá acá?

La miré inexpresiva. No entendía para qué me hablaba por algo tan trivial, así que volví la vista a la cama y dejé mi bolso a un costado.

—Princesa, te estoy hablando.

—Supongo que será como tú dices —contesté. No quería una confrontación o amargarme, menos si era mi primer día.

—¿Quieres tomar esa cama?

—Sí, ¿algún problema con eso?

—Uh... la princesa es mal genio.

»Pues poco me importa dónde duermas o dejes tus cosas.

»Por cierto, me llamo Megan.

—Soy Eliette —le devolví el saludo.

—Que nombre más raro...

—Es judío.

—¿Eres judía acaso?

—No, pero mi madre es bastante religiosa.

—¿Y tú?

—Me considero creyente.

—Pues espero que tu creencia no nos estorbe.

—¿Acaso es un objeto que yo pueda dejar en el suelo para que te tropieces?

»No, no lo es, así que no te preocupes porque no te va a estorbar.

—Sabes que no me refiero a eso...

—¿Por qué una creencia te estorbaría?

Megan se quedó callada, por lo que supuse que había entendido.

De repente, entró una mujer que imponía respeto con solo ver su forma firme de caminar. Todas las chicas nos formamos en las orillas del pasillo.

Se presentó y supe que ocupaba el cargo de sargento (lo cual me impresionó). No recuerdo su nombre porque lo único que importaba era llamarla sargento Mason.

En tan solo el primer día nos hizo correr sin parar durante media hora y después hacer un circuito, por lo cual quedamos agotadas.

Al día siguiente despertamos a las cinco de la mañana y nos hicieron correr hasta el amanecer sin haber desayunado. Recuerdo que una chica (cuyo nombre nunca supe) cayó al suelo y empezó a vomitar, sin embargo no nos dejaron ayudarla ya que la orden era seguir corriendo. Lógicamente, desistió del ejército por problemas de salud ese mismo día.

En la tarde del segundo día, nos llevaron a las chicas para que nos cortaran el cabello dos centímetros por debajo del hombro. Luego, nos entregaron un pequeño bolso que incluía un set de higiene personal (toalla de mano, jabón, cepillo y pasta de dientes, además de cepillo, coles y trabas para el pelo).

De vez en cuando podía hablar con Aiden y Allan, pero era solo en algunos almuerzos y en los ratos libres (casi nunca). No había hecho amigas, por lo que me sentía sola contra el malhumor de Megan.

Además, tenía un problema: no me presentaba a entrenar los sábados. Simplemente me levantaba una hora antes y me ocultaba para hacer el culto personal. No volvía a aparecer hasta la puesta de sol, lo cual siempre me generaba algún problema y me castigaban los domingos, siendo que explicaba mis razones (el séptimo día como día de reposo) y siempre pedía autorización, que lógicamente no me concedían y yo me rehusaba a dejar de lado a Dios. Quizás para ti, quien vas leyendo esto, te parezca absurdo creer en que hay una entidad superior pero siempre he pensado que cada quien está en su derecho en creer lo que quiera, así que siempre he esperado el mismo respeto.

Continuando con lo que decía, fueron días muy tormentosos para mí. No recuerdo cuánto tiempo fue exactamente que estuvimos en la base del regimiento entrenando, pero sí recuerdo que al final nos incorporamos con los entrenamientos con los hombres, lo cual fue bastante divertido.

Un viernes de tarde, durante el almuerzo (pasado en la hora normal), Aiden se sentó a mi lado y Allan al frente. Los miré, pero seguí comiendo.

—¿Por qué nunca estás los sábados? —me preguntó Aiden mientras almorzábamos.