Noviembre, 2002
Era un día como cualquier otro en Roswell, Nuevo México. Pasaban de las 7:00 a.m. y los gallos cantaban en sus diferentes granjas. La neblina nocturna se dispersada y el frío huía del sol abrasador de la mañana. Todos se preparaban para ir a trabajar y estudiar, las festividades estaban próximas así que los ánimos de todos los habitantes estaban en las nubes.
Entre los habitantes, se encontraba una familia modelo. Una granja hermosa y productiva y económica muy estable. La señora Carter preparaba el desayuno para el resto de su familia. Uno de ellos era el señor Carter, quien se apresuraba para trabajar en la granja. También estaban contemplados sus dos hijos, la simpática y popular porrista del equipo de baloncesto local llamada Jean y el antisocial y antipático Dwayne. Era curioso como los Carter tenían ambas caras de la moneda en sus propios hijos, físicamente como dos gotas de agua, pero en carácter eran el. Ying y el Yang.
—¡Chicos a desayunar! — anunció la señora de la casa en un grito escaleras arriba.
El primero en bajar fue el señor Carter, sus tripas estaban comiéndose entre sí. El hombre moría por dar el primer bocado antes de salir a toda marcha.
—¿Qué hay de desayunar, querida?—.
—Waffles— respondió la señora Carter y le sirvió su porción.
—¡Muero de hambre! Tengo mucho que hacer en los maizales— gruñó y empezó a comer. Aún así, con la boca llena, añadió —. Perdimos bastantes filas con esas figuras que aparecieron hace una semana —.
—Ayer estuve hablando con Rachel Orbison— su esposa volteo a verlo bajando la voz mientras vigilaba las escaleras—, dice que su esposo piensa que se trata de ovnis— concluyó con algo de temor abriendo bien sus ojos. Con sus delgados brazoz sostenía la sartén.
—¡Tonterías, Madeleine! — bufó el señor Carter —. Deben ser los malditos hijos de Wilbur, son unos vagos. Rayan las paredes, fuman... ¡Se que Ruffus Taylor les compra cerveza! — dijo el señor Carter molesto y golpeó la mesa con el puño. La señora Carter se estremeció.
—¡Mami, Papi! Buenos días ¿Cómo durmieron?— preguntó Jean, era un cascabel, animada siempre con su hermosa sonrisa. Llevaba un short rojo, camiseta blanca de los osos de Roswell y su cabello largo y rubio. Era muy linda para sus diecisiete.
—Hola corazón, el desayuno está servido— mencionó la señora Carter con una sonrisa debajo de sus rizos y señaló el plato.
—Comeré sólo una manzana— dijo la chica y le dio una mordida a una de ellas.
—Hija, si sigues comiendo así vas a desaparecer— mencionó el señor Carter y dio otro bocado a su platillo.
—Debo conservarme delgada o Anne Rouge me robará el puesto de capitana— la chica puntualizó con una gran sonrisa.
—Como digas— respondió el señor Carter y gruñó — ¿Dónde está Dwayne?— preguntó.
—Sigue jugando en la computadora. No se que tanto hace en ella, es tan aburrido— mencionó Jean y torció los ojos.
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Patrick Taylor salió de su casa estirando sus articulaciones, era un día soleado y el tractor parecía esperarlo en la parte trasera de su granja. Él no iría a la escuela a pesar de tener la edad de Jean, no se le habían dado los cursos y terminó por abandonar la escuela.
—¡Patrick, ven acá holgazan! Hay mucho por hacer hoy— ése era su Padre, el señor Ruffus, gritando como siempre con ese pequeño pomo metálico en el que guardaba el licor que tomaba todo el día.
Pese a lo mucho que odiaba a su progenitor, Patrick nunca le decía nada. Él simplemente obedecía, terminaba sus labores y se ponía a ejercitar con pesas en el granero.
—¡¿Hablo en otro idioma, Patrick?! ¡MUÉVETE!— le gritó de nuevo y continuó lanzando desperdicio a los cerdos.
Patrick bajó escalones del pórtico y más adelante pisó un charco. Con repulsión bajo la mirada, podía apreciar su reflejo en el agua, pero también algo más. Algo que estaba suspendido en el cielo. Su sorpresa fue enorme, de hecho se quedó paralizado con la boca abierta.
—¡Patrick!— grito el señor Taylor furioso —. Si no te apresuras voy a golpearte de nuevo— dijo el señor de casi sesenta años y después, al apreciar a su hijo, miró al cielo al igual se quedó perplejo.
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A diferencia de los demás, el día de Katie no iba empezando muy bien. La noche anterior había recaído en su error constante, esa oscuridad en su vida que nunca quería esfumarse. Ella estaba en una cama con dos hombres y otra mujer, tenía el cabello alborotado, y el maquillaje oscuro bajo sus ojos se había corrido completamente. A su lado, en el pequeño tocador estaba esa jeringa, con la cual había recaído.
—Mierda—.
Apenada se sentó en la cama y se vistió. Era hora de salir de ahí con su vestido ajustado, medias de malla y chamarra de piel. Así fue como salió de ese agujero llamado la Taberna Gótica. Olía a cigarrillo y alcohol, así que decidió ir de directo a casa. Apenas iba por la calle y notó algo. Generalmente todos la miraban con repulsión, pero esta vez no era así, nadie la miraba. Nadie la notaba.
—Es enorme—.
—Se va a acabar el mundo—.
Katie miró a su alrededor, todos veían al cielo y hacían comentarios como para asustar a cualquiera. Su expresión lo dijo todo, algo no andaba bien.
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Logan Burke apenas llegaba al pueblo, el solo era un chico de 28 años queriendo olvidar su pasado. Había dejado todo atrás salvo su mochila y a su querido pastor alemán, Bruce. Quizás tuvo problemas con el conductor del camión, pero nada que imponerse no solucionara. Inclusive le salía muy bien, después de todo siempre tuvo que defenderse por sí mismo desde que sus padres murieron y el Tío Pitt quiso pasarse de vivo.
—¡Roswell, y no quiero verlo en mi vida!— dijo el amargado anciano que conducía.
Logan sólo sonrió y bajo del autobús, se colgó la mochila de uno de sus hombros y miró a lo lejos.
—Bien, Bruce. Nuestra aventura comienza— le dijo a su perro se adentraron en Roswell.