“Charlas que aparentan ser desastrosas, pero que tienen un objetivo en concreto.
El divide y reinaras.
Siendo decisivo en las dos partes, sin embargo, el ejecutarlo con maestría es lo verdaderamente complicado.
Porque la trampa a la hiena se coloca, solo es esperar a que intente cazar, dejándose guiar por el hambre.
Esa que no distingue, porque no es el porte de la presa si no lo llamativa que resulta a la hora de describirla.
Puesto que, al ser semejantes, las razones se reflejan similares.
Dejando como enseñanza el:
Piensa como tu adversario, moviendo las fichas sin que intuya que te estas acercando.
Porque mientras el golpe duele, y atrofia los sentidos, el jaque de tu Rey puede ubicarse menos lejano del mate.
Solo piensa como el, actúa como él.
Venciendo como tu sabes hacerlo, sin importar que una parte se salga de control.
Todo siempre es beneficio, puesto que hasta lo malo se deriva a objetivos cumplidos”.
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¿A quién le serviría?
Un cuestionamiento llanamente absurdo si lo pensaba, dejando de lado todo lo transcurrido.
Hasta el haberle conocido.
La respuesta estaba patentada sin los sucesos anteriores, pero ahora inclinándose la balanza comprendía demasiado, aun sabiendo tan poco del hombre que puso su grano de arena para que estuviese habitando la tierra, con el único fin de condenarlo a las consecuencias de unos actos de los que ni siquiera portaba conocimiento hasta que los vivió en carne propia y los tropezones le hicieron levantar los dedos aporreados.
Quería gritarle, cuestionarle, culparle, advertirle, golpearle y olvidándose por completo que era su padre como él lo hizo, de esa manera matarle lentamente.
Su cabeza llena de reproches por lo transcurrido, su falta de moral, de empatía con su sangre. pero comprendía que en su mente retorcida todo lo que hacía tenía un justificante valedero, que le revolvía el estómago de solo cavilar que, ni siquiera eran víctimas de sus propios actos.
Que para alcanzar su objetivo había atentado contra la vida de sus nietos.
Esos que portaban su sangre, como si al ser mezclada con el enemigo perdiera todo lazo que siempre seria inquebrantable.
…
Tragó grueso mientras exhalaba con fiereza, tratando de controlarse a la par que se enfilaba irguiéndose en su postura para intentar dar con su ubicación, pese a las penumbras.
Solo con el crepitar de las llamas del hogar como única fuente de claridad, al pretender que se calentara la estancia a causa del frio invernal.
Al adecuarse a la oscuridad, lo encontró situado en una silla aislada de las demás. Adecuada de forma calculada para dejarse invadir por los recuerdos, de las conexiones que cada suceso tenía pese el paso del tiempo.
Se visualizaba imponente como en antaño, pese a su notorio deterioro tratándose a simple vista de la pérdida notoria de peso.
Con la mirada fija en una libreta que portaba parte de los secretos de este, y sus oscuros descubrimientos.
Una de las tantas que había leído, o quizás una nueva que traía más secretos a cuestas.
Pasaba las hojas con parsimonia, mientras analizaba meticulosamente sus movimientos.
Se estimaba relajado, sin aparentar sobresalto, como si todo ser vivo se tuviese que inclinar a sus pies, besándole la punta de las botas brillantes recién lustradas.
Con el vestuario pulcramente a medida, denotando un poderío, que había dejado a su cargo ocultándose. Demostrando ser una rata, que lo único que precisaba era el reinado absoluto del mundo sin tener que mover un dedo.
Ese trono tan oscuro como su alma, pese a que no lo vislumbraba tomando el mando del ajedrecista.
Intentó apreciar su rostro, cuando solo un par de metros los separaban para quedar enfrentados, pero al principio solo pudo observar la mata de cabello grisáceo un tanto crecía, en comparación a como la portaba antes de supuestamente fallecer. Estaba dejando de lado el castaño oscuro, poniéndolo como participante secundario.
Necesitaba ver su rostro.
Tenerle cara a cara para advertir en sus ojos, todo lo que aquel se vanagloria por sus actos poco ortodoxos.
Esos que encubría en antaño con un ajuste de cuentas sobre una sangre, que nunca consideró valiosa.
No tuvo que esperar mucho tiempo para aquello, porque ni bien lo sintió cerca levantó la cabeza para apreciarle, mostrándole de lleno lo que el inicio del ajuste de cuentas le había hecho a su apariencia.
Ese que debió matarle como a su madre, no dejarle con una segunda oportunidad.
Porque al problema se terminaba de raíz, no se dejaba herido con posibilidades de levantarse. Cuando al permitirle erguirse la fuerza se triplicaba, pues la sensación de venganza lo dominaba.
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Editado: 17.02.2023