“Las ultimas fichas movidas sin llegar a ser sacrificadas.
Imposiciones.
Alianzas.
Las mismas que conllevan al pago de deudas que harán rodar cabezas.
Pero, no la de cualquiera.
Si no la que todos desean, no siendo precisamente la del rey de lo oscuro.
Haciendo poner en una balanza, que alma pesa más para las entrañas.
Mientras que el soberano del lado oscuro libra su propia batalla aparentando estar derrotado.
Siendo su mejor actuación, cuando se debía suponer que si el mismo se entregó es porque no está precisamente derrotado.
Mas bien, debieron tomarlo como el veneno que silenciosamente se internaba en lo más profundo de las entrañas para ocasionar un daño irreparable.
Que, como consecuencia puede derribar un imperio”.
✧♚✧
(Madrid – España).
Palacio real de Madrid.
Agosto de 1708…
Estaban tan cerca de conseguirlo.
Se hallaban a unos cuantos pasos de terminar ese juego que los había envuelto por años.
Ese que los tenia con resentimientos, mentiras y dolores a cuestas.
Sin embargo, algo continuaba sin encajarle a Alexandre Allard.
Una desazón que le invadía el pecho, pese a que veía de alguna manera la luz al final del túnel.
Sabiendo lo que ocurría perfectamente.
Le faltaba creérselo.
No obstante, el hecho de que Luisa estuviese encerrada en sus cavilaciones a su costado solo apretando su mano, al portar los dedos entrelazados no lo hacía más llevadero.
No cuando el aún le guardaba un secreto.
Ese que dirigiría los acontecimientos definitivos.
Solo pudiendo recordar el suceso de meses pasados.
Lo sucedido en África.
El secreto mejor guardado de la corona, y que solo descubrió a raíz de la audiencia con Napoleón hace solo un par de años atrás.
Aquello que ni siquiera se atrevía a recordar, pero era inevitable no hacerlo cuando estaban cerca del final.
«Tras salir del castillo de Malmaison en Francia, perteneciente al emperador Napoleón respiró con pesadez recostando la cabeza en el respaldar del asiento del mobiliario.
La cabeza le dolía.
Todo el enredo se le podía salir de las manos en cualquier momento, y tenía que sumarle lo de la unión de su supuesta exmujer, que claramente no se llevaría a cabo, pero lo tenía irritado.
Es que, como era posible que si quiera considerara pertenecerle a ese bastardo.
No importándole lo que ellos sentían, que en su momento estuvieron unidos por las leyes de Dios.
Que continuaban atados, pese a que no lo supiera.
Por eso no había podido reprocharle su estrafalaria idea.
Resopló, mientras volvía sacaba del bolsillo interno de su abrigo los papeles que le dieron una esperanza.
Ojeándolos de nuevo.
Deteniéndose en uno en concreto que hasta el momento no había captado.
Estaba estratégicamente colocado en medio del tumulto de confesiones.
Haciendo que entrecerrara los ojos desdoblándolo con desconfianza, y topándose con algo que le secó la boca dejándolo ojiplatico.
Con las entendederas volando.
«Excelencia.
Esto lo veía venir, si contamos con que tengo las conexiones indicadas que me han dejado el portar los aliados adecuados.
Así que, le diré que la reticencia es la base de todo.
La ceguera dificulta el entendimiento, y usted aparentemente es el más crédulo de esta existencia.
Lo cual continuo sin decidir si es una cualidad o un defecto.
Pero, al ver su valentía y honorabilidad le daré una base.
Trabaje en ella, moldéela a su amaño y descubra lo que para los ojos del mundo es putrefacto cuando debería de yacer como lo más sano.
Su Majestad Francisco II del Sacro Imperio Romano Germánico y I de Austria.
El específicamente es punto de partida, y la única ayuda que vera de mí.
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Editado: 17.02.2023