“En ocasiones no se le haya sentido al juego que se ha estado implementando.
Se siente como tiempo perdido y un despropósito de vitalidad en algo que no tiene ni pies ni cabeza, pero cuando la verdad sale a la luz todo cobra sentido.
Y la frase nada es lo que parece se le ciñe como un guante.
Quedando como única incógnita ante las pruebas y el desenlace:
¿Qué procede?
El estallido final.
La batalla campal que traerá consigo el vencedor.
Y en medio de esta, el rememoro del porque se llegó a esto.
Pues se le tiene que hallar sentido a la lucha, cuando desde un inicio todo parecía tan incierto y absurdo.
Siendo las mentes ignorantes las más erradas si de juzgar se trata.
Como siempre, porque la realidad es una, y los pensamientos destructivos no se pueden cambiar cuando las actitudes estan lejos de variar”.
✧♚✧
(Londres – Inglaterra)
Palacio de Westminster.
Continuación del juicio contra el Ajedrecista…
Y todo había estallado.
La presencia del francés puso en alerta a los hombres del rey, y a los altos mandos de la corona.
El imperturbable Jorge III se enderezó tras un respingo, en un vano intento de asimilar lo que sus ojos terminaban sin poder asimilar.
Creyendo que la porfiria estaba rayando en niveles preocupantes, dándose cuenta a tiempo de que era solo producto de la estupidez de un hombre que hacia cualquier cosa por su desgraciada mujer.
Y no conforme con ser un lastimero títere manejable se posó frente a su persona, y de manera burlona le ofreció sus manos para que lo apresara.
No obteniendo respuesta de los guardias, porque sencillamente no podía.
Principiando, que no tenía pruebas en su contra, era un servidor de la corona y para rematar su suerte le había empeñado la palabra a Allard de no actuar contra su hijo descarriado, sin contar con que tenía a Bonaparte y al rey de España, que era hermano del emperador a su favor.
Claramente amarrado de pies, y manos si no quería ser aniquilado por una nueva guerra.
Así que el quedaba reducido a nada, pese a que era el monarca del país teniendo más peso un maldito Duque Frances, que si mismo y su estirpe.
Tratando de recuperar el suelo, y por lo que era respetado volvió a su sitio bajo la mirada atenta de todos, en especial de su primogénito que no le perdía pisada, sin embargo, no le devolvió el escrutinio solo hizo un movimiento de mano permitiendo la invasión del enemigo, lo que en consecuencia tuvo una nueva llamarada de críticas, y palabras recelosas con respecto a dejarlos expuestos ante el riesgo inminente.
Con un encogimiento de hombros ante la negativa de tomarlo en custodia, Alexandre se dispuso a caminar hasta la silla que lo esperaba, no importándole los cuchicheos y acusaciones que saltaban en su contra, tenido como cuestionamiento predominante mientras miraban las grandes puertas:
—¿Dónde ha dejado a su pérfida esposa? —apretando los puños hizo oídos sordos a los comentarios, porque necesitaba enfocarse y salir de aquello cuanto antes, teniendo en cuenta que para hacer tiempo Cristóbal no se lo pondría fácil, pues tenía la capacidad de agotar la paciencia del más inhumano, y Bristol patentaba aquello sin demasiado protocolo.
—Es bueno verte, hermoso —de eso hablaba.
No llevaba ni dos segundos en la sala y ya se había salido de su papel, coqueteándole en frente de todos sin cortarse, poniendo de los nervios a punto del colapso a cierto escoces de ojos dorados, que si no fuera por la potente mano de Duncan sobre la parte trasera de su cuello ya habría saltado al frente llenando de reclamos al español por el descaro en su presencia, viéndose demasiado pasional y de esa manera condenándose a morir al no ser aceptadas tales inmoralidades, pese a que el Marqués extranjero gozaba de ciertas indulgencias.
Y después se decía que Jorge era el que gobernaba las almas de los del recinto, cuando era obvio que resultaba ser un pelele al lado del ajedrecista y el mismísimo Belmonte, el primero mirando todo con nulo interés a punto de bostezar por el aburrimiento, y el otro… ese si le estaba sacando lo mejor a la situación.
Era el único que estaba gozando.
—¿Qué hace aquí, Excelencia? —se atrevió a preguntar Greenville ante la presión del jurado —¿Dónde se encuentra su esposa? —claramente haría primordial las dudas de todos.
—Mi cliente no tiene la obligación de responder —el intento de juez miró exasperado al pupilo del Belalcázar, haciendo que de nueva cuenta le mostrara los dientes blanquecinos que venían acompañados de una petulante sonrisa sínica —. Es mi representado —alegó ante la pregunta silenciosa que hizo eco en las paredes, y los ojos del remedo de magistrado.
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Editado: 17.02.2023