Un rito de verano que no se podía dejar de lado dentro de la familia Cardona es el paseo de vacaciones. Eran tres semanas donde, como familia, nos íbamos a cualquier parte del país para descansar, disfrutar del pasaje etc... Este año esperamos anhelantes ¿Donde iríamos? ¿Que aventuras nos esperan en este viaje? Hasta que llegó el día que nuestro padre nos informó la decisión final que habían tomado.
—Lo siento, este año no hay mucho presupuesto, así que nos vamos a ir donde su abuelita Nena... —nos aclaró el panorama mi papá.
Mi abuelita Nena era la mamá de mi mamá, ella tenía una casa en Loncura, que queda en Quinteros, lugar costero que está a tres hora de donde vivíamos. El panorama no era tan malo, iba a compartir con mis tíos, mis primos que todos los años van para allá, aunque nosotros queríamos otra cosa.
—Aah papá siempre es lo mismo. —Se quejó mi hermano.
—Es para lo que nos alcanza, así que es eso o nada. —trataba de razonar con nosotros mamá.
—A mi me parece genial. —Se reía sola mi hermana.
—Y cuando no, si eres la regalona de mi abuelita. —Le sacó en cara Javier.
Mi hermana era la nieta mayor, así que era la consentida de mis tíos y mi abuela, así que para ella ir a Loncura era estar en el paraíso.
—Miren, vamos a ir a la playa y se acabó el asunto —sentenció tajantemente mi papá.
—Si papá —respondí aceptando la decisión de mis padres.
El cinco de febrero, a las siete de la mañana salimos de nuestra casa en el Mitsubishi Lancer con las maletas en la parrilla. Luego de casi tres hora de viaje llegamos al sector conocido como Loncura, es un pueblo pequeño, con una calle larga de tierra con casas de madera por ambas partes del camino. La casa de mi abuelita era de dos pisos, además de tener una casucha atrás que a veces arrendaba y un almacén donde vendía comida y productos de aseo, en la parte delantera. Nuestra llegada no pasó desapercibida, nuestros primos y tíos nos fueron a recibir cuando entramos por la parte de atrás de la casa.
—Oye que está grande este muchacho, parece que está comiendo salitre—. Se acercó a saludarme mi tío Manolo que me sacudía la cabeza.
—Hola tío. —Sonreí de mala gana.
—Hola, cómo está mis niños preciosos. —Se acercó a saludarnos mi abuelita.
Mi abuelita nos dio un gran abrazo a los tres y luego de eso se llevó adentro a mi hermana, porque le tenía un regalo. Así que como todos entraron, yo me fui a la plaza que estaba cerca de ahí con mi hermano, ahí estaban mis primos más grandes jugando fútbol, la plaza era pequeña con cuatro árboles repartidos en cada esquina y algunas champa de pasto al medio, así que nos quedamos ahí hasta que nos llamaron a almorzar.
La hora del almuerzo era particular, como éramos tantos entre primos y tíos, almorzábamos por turno, primero los nietos, luego los mayores. El problema es que los tíos se quedaban ahí mirando como comíamos y algunos se dedicaban a hacernos preguntas incómodas.
—Y Benjita, me imagino que ya tiene novia —me preguntó mi tío Roberto, esposo de la tía Gladys.
—No tío, no tengo novia —me lamenté.
—Siempre está cerca, pero es muy pavo —contó riéndose mi hermano.
—Chistoso. —Lo miré sonrojado.
Está bien, en el amor no me había ido muy bien, pero eso no era motivo para avergonzarme delante de todos.
—Uno nunca sabe cuándo puede llegar el amor, tal vez él está esperando a la correcta no más, así que no lo molesten —se metió Fabiola, que tenía la misma edad de mi hermano, a defenderme.
—Gracias prima —murmuré.
Luego de almorzar me fui al baño a cambiarme de ropa para el mejor momento de un adolescente: ir a la playa. Si, era maravilloso; sol, las olas golpeando la arena y por supuesto chicas hermosas en traje de baño multicolores. Después de un rato nos fuimos junto a mis primos a la playa. El camino era más menos quince minutos, pero con mis primos más chicos nos íbamos cortando por las casas vacías para llegar más rápido.
El lugar donde nos ubicamos es la casa roja, la llamaban así por que tenía una particular casa de color rojo muy grande, además de tener en medio de la playa un palafito donde vendían dulces y ponían música, era el lugar más en onda de Quinteros donde iban la mayoría de los jóvenes.
Pusimos las toallas en la arena y algunos nos tiramos, mientras mi hermano, Fabiola y otros desaparecieron. Luego de un rato mi hermano estaba con un grupo de chicos y chicas conversando mientras otros fumaban, pero al lugar llegaron dos chicas muy parecida una a la otra, de pelo castaño, cuerpos perfectos, yo por supuesto quedé alucinado con tanta belleza. No estaba bien mirarla, eso lo tenía muy claro porque mis ojos eran para Grace, pero la chica era tan linda que no pude aguantar la tentación de querer conocerla.
—Roberto, quienes son esas chicas tan lindas que llegaron —le pregunté a mi primo que era menor que yo.
—Ni idea primo, lo único que se es que son gemelas y creo que el Juan Ignacio y la Fabi las conocen del verano pasado —me contestó.
—Son muy lindas. —Las quedó mirando mi primo David.
Esos datos que me había dado mi primo no me servían mucho, tenía que buscar la manera de conocerla. Entonces, supe lo que tenía que hacer.
—Voy a entrar. —Me paré para ir donde estaban ellos.
—Yo que tú no me arriesgaría —me alertó David.
Yo hice oídos sordos al consejo de mi primo, me paré y fui para allá. Me puse frente a mi hermano mientras el resto de los que estaban ahí (eran como siete u ocho personas aproximadamente), me quedaron mirando. Tenía que inventar algo, piensa Benjamin, piensa.
—Me prestas $100 para comprar un chicle —le pedí.
—Pero si mi mamá te dio plata —me reclamó molesto.
—Es que se me quedó en la casa —Le sonreí nervioso mientras de reojo observaba como las gemelas me miraban con simpatía.
De repente una chica morena de pelo negro muy voluptuosa se acercó a nosotros, se puso cerca de mi y me quedó mirando.
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Editado: 24.06.2024