Dante Baizen se cree dueño del mundo. De su empresa, de sus tratos, de sus silencios. Pero lo que no sabe es que hay cosas que no se compran, ni se manipulan, ni se entienden con lógica fría.
Como los celos.
La cena con los inversionistas de Dubái se lleva a cabo en un salón exclusivo de un hotel cinco estrellas. Lujos por todos lados, copas de cristal y un vino tan caro que me da miedo tocarlo. Camino a su lado, con una sonrisa impecable que he perfeccionado desde que empezó este maldito juego. Él me presenta como su prometida y yo asiento, encantadora. Como si este anillo no fuera alquilado y nuestro amor no estuviera escrito en cláusulas.
Todo iba bien… hasta que apareció ella.
La traductora del grupo. Una mujer joven, elegante, de voz suave y risa fácil. Apenas cruzó miradas con Dante, lo supe. Él la recordaba. Y ella lo recordaba también.
Y no era por negocios.
—¿Nos conocemos? —preguntó ella, con esa sonrisa que no necesitaba traducción.
—Trabajamos juntos en una conferencia hace un par de años —respondió Dante, sin mirarme.
Oh, sí. Claro. Trabajaron.
Y durante el resto de la cena, la mujer no dejó de tocarle el brazo cada vez que se reía, de inclinarse hacia él con una confianza que no se le da a los desconocidos. Yo me limité a sonreír y apretar los dientes, como buena esposa de utilería.
Pero por dentro… ardía.
No por el contrato. No por el show.
Sino porque por un momento quise ser real.
Quise que él apartara la mirada, que me tomara la mano debajo de la mesa, que me recordara que yo era su elección… aunque fuera mentira.
Después de la cena, apenas salimos del salón, me solté de su brazo.
—¿Todo bien? —pregunta, como si no notara el volcán en mi cara.
—Perfecto. Debiste invitarla a ella en lugar de mí. Al menos se conocen de antes, ¿no?
Dante frunce el ceño.
—¿Estás celosa?
—No. Estoy actuando —digo, con una sonrisa vacía—. Como todo esto.
—No tenés por qué ponerte así. Fue solo una cena.
—Claro. Y yo soy solo una firma más en tus papeles.
Me doy la vuelta y camino hacia la salida, sin esperarlo. Pero antes de cruzar la puerta, escucho su voz detrás de mí.
—Jasmine.
Me detengo, con el corazón acelerado.
—Sí, fue solo una cena. Pero vos no sos solo un papel.
Me doy vuelta, pero él ya se ha alejado hacia el auto.
Y yo me quedo ahí, en medio de un pasillo de mármol frío, con el eco de sus palabras quemándome por dentro.