Contrato de mentiras

9 .Señales confusas

Hay una línea invisible que separa lo real de lo fingido. Una línea que marqué con tinta, con condiciones, con cláusulas y advertencias. Pero Dante Baizen tiene la costumbre de cruzarla sin permiso.

Y peor aún, de hacerme desear que no vuelva atrás.

Han pasado dos días desde la cena. Dos días en los que me he aferrado al silencio como defensa. Dos días en los que él ha intentado acercarse más de lo que jamás pensé que lo haría.

Hoy me llevó al trabajo en su auto, aunque tenemos vehículos separados.

Hoy me esperó para almorzar, aunque siempre come solo en su oficina.

Hoy me trajo un café sin que yo lo pidiera, justo como me gusta: con leche de almendras y un toque de vainilla. Nadie lo sabe. Nadie lo recuerda.

Excepto él.

Y eso, más que cualquier otra cosa, me desarma.

—¿Podemos hablar? —me pregunta mientras repaso unos documentos en mi escritorio.

Levanto la vista. Hoy no lleva traje. Solo una camisa blanca arremangada, con el primer botón desabrochado. Parece menos Dante Baizen y más… hombre.

—¿Sobre qué?

—Sobre nosotros —dice, y ese “nosotros” me asusta más que cualquier cláusula rota.

—No hay un nosotros, Dante. Hay un contrato.

Él suspira, se pasa una mano por el cabello, como si intentara ordenar algo más que su peinado.

—Lo sé. Pero las cosas están… cambiando.

Y ahí está. La palabra. “Cambiando.” Me da miedo. Porque si algo cambia, el equilibrio se rompe. Y si se rompe, yo pierdo.

—¿Qué esperás que te diga? —pregunto, intentando no sonar tan vulnerable como me siento—. ¿Que todo esto me afecta? ¿Que ya no sé cuándo estamos actuando y cuándo no?

Él me mira con una expresión que no le había visto antes. No es arrogancia, ni enojo, ni distancia. Es… dolor.

—Esperaba que no te alejaras.

Me pongo de pie. No puedo seguir mirándolo a los ojos. No cuando siento que si doy un paso más, ya no voy a poder volver atrás.

—Este acuerdo era para no involucrarnos —le recuerdo—. Vos lo dijiste. Vos lo quisiste así.

—Y me equivoqué.

Silencio.

Esa frase queda flotando entre nosotros como una bomba sin detonar.

—No puedo permitir que esto se vuelva real —digo, en voz baja—. Porque si se vuelve real… también puede doler de verdad.

Él no responde. Solo me observa, y por primera vez, no tiene una solución, ni una respuesta, ni un sarcasmo listo para escudar lo que siente.

Y yo me voy. Porque si me quedo un segundo más… voy a dejar de fingir que no me importa.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.