Convaleciendo al corazón

Capítulo 6

Savannah

Paso el día en la biblioteca, y cuando llega la hora de la cena me pongo de pie y me dirijo hacia el comedor como todos los demás. La fila de estudiantes esperando su turno parece interminable, por lo que casi me decanto por saltarme la cena y regresar al maravilloso mundo de los libros, pero termino uniéndome a ésta. Agarro una de las charolas que se encuentran apiladas a la orilla de una mesa plegable y, cuando llega mi turno, tomo un plátano y el plato de avena que me ofrece una de las cocineras.

Camino entre las mesas buscando una que se encuentre vacía. Segundos más tarde, encuentro una al fondo del comedor. Camino hasta allá y tomo asiento en la solitaria mesa. Cualquiera se sentiría mal, triste o hasta fuera de lugar en mi posición, pero para mí, es más que perfecto.

Como desganada, sintiendo sobre mí una mirada incesante, giro mi torso y me encuentro con la profunda mirada de Jareth. Tiene a una chica sentada sobre su regazo y, a juzgar por la rubia cabellera, estoy más que segura que se trata de una de las hermanas King. Frunzo el entrecejo confundida, la rubia parece más que entretenida con su cuello, él, en cambio, lejos de centrarse en ella y disfrutar de su atención, parece más interesado en analizarme. Incómoda, me doy la vuelta y hago todo lo posible por ignorarlo.

Detengo la cuchara a medio camino hacia mi boca y repentinamente me siento más pequeña y vulnerable de lo usual. No sé en qué estaba pensado cuando le propuse jugar un partido, seguramente y me anota un montón de puntos y por mi idiotez tendré que responderle no sé ni qué clase de preguntas. Soy una tonta, malditos impulsos.

Aunque mi insensatez y nerviosismo no son lo suficientemente grandes como para hacerme olvidar la satisfacción que sentí al volver a tomar un balón, a encestar después de tanto tiempo. Inevitablemente una sonrisa se dibuja en mi rostro.

Me desperté en la madrugada —a las 2:00a.m. para ser exactos—, no pude volver a dormir y un arrebatador impulso me llevó hasta la cancha de basket que está a disposición de todos. La picazón que sentí en mis manos al tomar la pelota fue electrizante, y la sensación que embriagó a mi cuerpo apenas comencé a botarla, como la ambrosía.

Los recuerdos de cuando jugaba con Crisha nublaron mi mente, momentos que deberían resultar agradables ahora son tan dolorosos que resultan insoportables, pero a diferencia de otras ocasiones no huí, simplemente me dejé llevar y permití a mi cuerpo y alma canalizar las emociones por medio del balón. Lo boté entre mis piernas, recorrí la cancha entera e hice lanzamientos como si no hubiera dejado de jugar por cuatro años. La pelota, incluso en mi primer lanzamiento, atravesó el aro de manera limpia, y no pude evitar recordar a Zev burlándose de mí por la obsesión que tenía con éstos.

La familiaridad que experimentaba cada vez en la cancha creció y afianzó sus raíces con cada minuto que pasaba, sentía como si me estuviera advirtiendo de que nunca más podría dejar mi pasión de lado, mucho menos por tanto tiempo.

Mi cuerpo se relajó como nunca y por un momento logré despejar mi mente de cualquier culpa.

De la nada, escucho algo golpear la mesa, sacándome de mis cavilaciones, levanto la vista y me encuentro con el sonriente rostro de Kelly.

—¿Necesitas algo? —pregunto, tratando de sonar amable con la chica, quien parece ser sumamente sensible.

—Hola. —Se sienta con la mayor de las confianzas frente a mí—. ¿Qué te ha parecido el internado hasta el momento?

—Mira, Kelly, no es que no me agrades o algo por el estilo, es por mí, así que sinceramente preferiría estar sola. —Cruzo los dedos para que no se lo tome a mal, se levante y me deje en paz de una vez.

—¿Ya te han pedido algún proyecto? —curiosea ignorando mi petición—. En mi grupo de lectura sí. La profesora nos ha puesto a leer un libro en parejas, y tenemos que entregarle una reseña crítica para la próxima semana.

El glorioso silencio antes de su llegada se extingue por completo, porque no para de hablar en ningún momento, y no puedo hacer más que prestarle atención a lo que dice porque, de alguna manera, logra hacerme partícipe de la conversación.

Cuando terminamos de cenar nos ponemos de pie y dejamos las charolas en su lugar en nuestro camino hacia la salida—. Me caes bien Savannah, nos vemos mañana —pronuncia antes de que nuestros caminos nos separen, haciendo un gesto con la mano, y sin esperar a cualquier reacción de mi parte, se pierde de mi vista.

Confundida y extrañada con sus palabras voy de regreso a la biblioteca para pasar el rato hasta que cierren. No quiero regresar al dormitorio y encontrarme con Jareth.

Al llegar a ésta recorro los estantes con la esperanza de encontrar algún libro que me llame la atención y logre distraerme del estúpido partido que tendré que jugar con Jareth. Pasado un rato encuentro uno, De la Tierra a la Luna de Julio Verne. Lo tomo en mis manos y me siento ahí mismo en el piso, abro el libro y me sumerjo en la historia.

Un ligero toque en mi hombro, minutos o quizás horas más tarde, interrumpe mi lectura, y a causa de lo repentino de éste, salto de la impresión. Estaba tan metida en la historia que ni cuenta me había dado de que alguien estaba parado frente a mí.

—Ya van a cerrar —dice un chico rubio con una sonrisa en el rostro.

Frunzo el ceño y saco mi celular para ver la hora, 9:37p.m. Se me ha ido el tiempo volado—. Lo siento, no me he dado cuenta de la hora. —Me pongo de pie y dejo el libro donde lo tomé después de haber anotado la página en la que me quedé, ya vendré otro día para seguir leyendo.

—No te preocupes —responde amable—. Oye, ¿eres nueva? Nunca había visto a alguien pasar tanto tiempo en la biblioteca en los últimos 3 años.

—Llegué la semana pasada —contesto cansada de repetir exactamente lo mismo una y otra vez—. Adiós. —Me alejo del chico sin querer entablar ninguna clase de conversación con él.




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