Convaleciendo al corazón

Capítulo 30

Savannah

—Hola Cody —le saludo recibiéndolo en mis brazos—. ¿Qué tal chicos?

Una vez más estaban en el hospital a primera hora, solo para no permitir que me hunda en mis emociones al no saber cuándo despertará Jareth, o al menos si lo hará en algún momento.

—Creo que la verdadera pregunta es cómo estás tú, Sav —expresa Evan preocupado—. No has querido hablar realmente de ello.

—¿Dormiste al menos? —interrumpe Kelly.

Sonrío vagamente.

Es extraño, pero me gusta toda esta atención y preocupación que recibo de su parte. Me hace sentir segura y querida, pero sobre todo me ayuda a encontrar cierta paz en mi interior. No entiendo cómo es que no vi todas estas cosas antes.

—Estoy bien, de verdad —digo, aunque no me lo creo ni yo misma. Anoche estuve llorando durante horas tendida al lado de Jareth, rogándole una y otra vez que despertase pronto—. De acuerdo, dormí unas cuatro horas —confieso ante las miradas exigentes de todos mis amigos, simplemente para verlas transformarse en unas de reprimenda.

La única razón por la que no preguntan si comí y me tomé mis medicamentos es precisamente porque ellos se aseguraron de que lo hiciera antes de volver a dejarme sola.

Seguimos hablando entre susurros en la sala de espera, no solo porque era demasiado temprano para el horario de visitas, sino porque éramos tantos que no nos permitían estar todos dentro de la habitación, mucho menos con Jareth inconsciente.

Cada tanto a Cody le entraban unas ganas de llorar porque su hermano no había despertado, estaba asustado, lo cual es más que comprensible, principalmente por el hecho de su corta edad y que Jareth es la única figura de amor que conoce. Por lo que entre todos hacíamos nuestro mayor intento por animarle, lo que también me ayudaba un poco a no pensar en mi propio dolor.

Después de un rato salimos en dirección a la misma cafetería que el día anterior para desayunar. Noah había propuesto ir a otro lugar, pero ese quedaba unas cuadras más lejos y yo seguía sin querer alejarme mucho del hospital.

Cuando abrimos la puerta del establecimiento la campanilla anuncia nuestra llegada, provocando que un par de personas se giren en nuestra dirección.

No presto mucha atención a lo que sucede a nuestro alrededor, hasta que veo a los chicos avanzar en dirección a una mesa que está ocupada.

—Esa mesa está ocupada —digo al notar sus intenciones de acomodarse en ella.

Una chica, que hasta el momento nos daba la espada y que se me figuraba una copia exacta de Kara, estaba sentada ahí. Pero a pesar de mis repetitivos comentarios los chicos me ignoran y toman asiento uno a uno a su alrededor y, para mi sorpresa, la chica no dice nada.

Mientras sigo avanzando miro confundida a mis amigos en busca de una explicación, pero al no obtener respuesta termino rindiéndome y simplemente me siento justo frente a la desconocida, el único lugar que había quedado libre.

Ni siquiera puedo decir si la había visto en el internado y era una de sus amigas, porque sostiene la carta de modo que es imposible verle el rostro.

Dejo de prestarle atención y me concentro en mi propia carta.

Segundos después llega un mesero para pedirnos nuestra orden, y no es hasta que escucho su inconfundible voz pidiendo una orden de panqueques que salgo de mis pensamientos.

—¿Kara? —cuestiono incrédula bajando de golpe la carta en mis manos para poderla ver a la cara—. ¿Qué haces aquí?

—¿En serio creíste que te dejaría pasar por esto sola? —indaga, aunque por su tono entiendo perfectamente que es una pregunta retórica, lo que no deja de lado la incredulidad con la que ahora me mira—. ¿Qué clase de mejor amiga sería si lo permitiera?

No es que realmente pensara que me dejaría sola, en realidad, yo misma no había querido contarle nada porque sabía que adelantaría su regreso y tomaría el primer vuelo disponible. Pero no podía hacerle eso, ella quería pasar tiempo con su familia, y yo no me interpondría.

Involuntariamente mi labio inferior comienza a temblar a la vez que mi vista se nubla a causa de las lágrimas que trato de retener en su lugar. No quiero montar un espectáculo aquí, pero hasta este momento no había sido completamente consiente de lo mucho que necesitaba verla, o al menos hablar con ella. No solo por la amistad que tenemos a pesar de todos mis desplantes, sino porque es de las pocas personas que saben perfectamente lo mucho que esta situación me consume.

Una de esas personas está en una especia de coma, según lo que me dijeron esta mañana en el hospital, otra sigue en Lancaster sin saber absolutamente nada de la situación y, claramente, ella.

—Ey, tranquila. —Toma mi mano por encima de la mesa y la aprieta suavemente—. Despertará pronto —me anima, aunque ella bien sabe que eso no es lo único que me preocupa—. Y deja esa cara, es muy deprimente como para recibir una sorpresa.

Su exigencia me deja completamente confundida. ¿Sorpresa? Le devuelvo la mirada con una ceja arqueada pidiendo una explicación a sus palabras.

—Atrás de ti.

Apunta con su barbilla la dirección dicha y sin borrar la sonrisa divertida y traviesa en su rostro. Confundida, miro sobre mi hombro.

—¿Z-zev? —tartamudeo en un susurro apenas audible, atónita.

El chico está parado a mis espaldas luciendo completamente despreocupado y con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón.

Me paro para poderle hacer frente y enseguida comienzo a andar lentamente en su dirección, con la única idea en mi cabeza de que todo ésto no es más que un sueño. Es imposible que sin haberles comentado nada dos de las personas más importantes en mi vida sepan por lo que estoy pasando y repentinamente los tenga a ambos delante de mí.

Cuando me encuentro a un metro de distancia detengo mis pasos y me quedo estática en mi lugar algunos segundos, pensando en que es una ilusión y que apenas intente tocarlo se desvanecerá. No me muevo hasta que Zev extiende sus brazos y me muestra una radiante sonrisa.




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