Sugerencia.
Se tiene que escuchar una canción en particular mientras se lee este capítulo. El título de la canción es "Vuelta y vuelta" del álbum “Terra Incógnita” (1975) del grupo chileno “Congreso”.
Es de noche y he subido las escaleras de los quince pisos, hasta llegar a la puerta de metal pintada de verde oscuro que lleva a la azotea.
Todo está tapizado con una capa de impermeabilizante rojo hasta llegar a la pequeña barda, que es la orilla del edificio de paredes blancas y grandes ventanales cuadrados, intercalados entre cada uno de los 15 pisos; le falta mucho para ganarse el título de un rascacielos. Lo único que hay aquí arriba es un gran tanque de gas estacionario, con sus tubos grises delgados que se alargan por dos lados del edificio.
Varias bombillas con su corto soporte se encuentran en puntos clave de la misma barda, señalando con su luz débil los límites de la construcción moderna. Las luces son recreaciones de farolas antiguas que funcionaban con aceite o con una vela en su interior; me recuerdan a las viejas anécdotas que relatan mi madre y especialmente mi padre. Por suerte siguen vivos y aún me queda mi abuela materna, mamá Lolita, quien plática de vez en cuando de aquellos tiempos perdidos junto con mis tías. Eso me recuerda un pequeño tianguis de pulgas, cerca del centro de la ciudad, donde la gente se reúne cada fin de semana para vender muebles y antigüedades. Tal vez vaya a echar un vistazo en el siguiente domingo, en la tarde.
Me acerco a la orilla del edificio, a centímetros de la barda. Sé que no debo mirar hacia abajo, por el miedo que tengo a las alturas. No sufro de vértigo, pero no me quiero arriesgar. Solo los tres primeros pisos tienen iluminación externa y podré ver hasta dónde llega el suelo arenoso.
Me siento y abrazo tranquilamente mis piernas. No me importa el ensuciar el pantalón de vestir que llevo puesto, color azul rey, un poco oscuro, decorado con finas líneas color blanco, ajustado con un cinturón de cuero café; un saco hace juego con el pantalón, así como unos simples zapatos para vestir negros. En lugar de una camisa y corbata (que solo utilizaría en eventos demasiado importantes), solamente llevo puesto mi playera tipo polo, color negro. Una vestimenta que uso muy seguido por estos lares desconocidos. Hace más calor que frío.
El gel en mi cabello lacio y negro, el cual siempre me peino todo para atrás, ha resistido todo el día… en realidad, aquí dura dos días enteros su efecto fijador.
Los lentes con media montura que he usado por muchos años, se mueven junto con mi cabeza. Miro el cielo por unos momentos, hasta que él habla a mis espaldas.
—¿Otro día?
—Sí; como diría un personaje ficticio: “otro día, otro dólar” —digo yo sin desviar la mirada.
Abihu Edznah se acerca, sentándose a mi lado.
Lleva puesto una camisa de manga larga, un pantalón de vestir, cinturón de cuero simple y una gabardina moderna que le llega a las rodillas; todas estas prendas de vestir son blancas. Lo único que desentona, son parte de las sandalias romanas altas doradas en sus pies. La gabardina tiene la peculiaridad de que tiene incluida una capucha, que por el momento oculta parte de su rostro.
—¿Recuerdas, alguna vez, haber visto una noche estrellada en la vida real? —me pregunta el ángel mientras observa el cielo.
En realidad es un Éphimit, pero no quiero liarlos con palabras de mi invención.
Un lienzo azul oscuro se combina y funde en ciertos puntos con un negro absoluto, salpicado con centenares y miles de estrellas brillantes, acompañadas por unas pinceladas difuminadas de amarillos, rojos y blancos; es una de las tantas obras maestras del “creador”. Las diminutas luces tintineantes tan lejanas, otorgan un espectáculo que alegra el corazón.
—Solo una vez, hace bastantes años atrás, pero tampoco era “real” —recuerdo yo con algo de nostalgia—. Cuando visitamos un museo, y en una sala oscura estaba la proyección en el techo de un cielo estrellado. Mi padre me dijo que así se veía antes el cielo en las noches, cuando él era niño.
—¡Bah! Hay un espacio en el metro donde puedes verlo a diario —refunfuña Fiorello Evangelos, apareciendo arriba de la nada y aterrizando ligeramente atrás de nosotros dos.
Como siempre, viste su gabardina estilo gótico de mangas largas y el gran medallón en su cuello. Sigue sin usar camiseta, dejando su pecho al descubierto. Complementando la gabardina, están unos pantalones negros de cuero y botas negras con suelas altas. Su pelo corto y lacio lo tiene alborotado.
—No digas disparates —responde Abihu enojado, volteando hacia él—. Ese lugar no es una copia fiel a un cielo estrellado de verdad. Solo muestra las diferentes constelaciones que hay.
—Como sea. Oiga capo; ¿por qué mi collega tiene varias ropas para cambiarse y yo solo tengo estas ropas? También quiero ropa nueva.
—Ya lo veremos más adelante. En cuanto trabajemos en la continuación de la saga.
Un momento emotivo que se echa a perder, pero así es el carácter de la anti-conciencia.