Amelia abrió los ojos con pesadez, sin poder evitar sonreir ante el recuerdo de la noche anterior. Su mirada se posó en la pantalla de su teléfono, donde una notificación de Stanford la esperaba. Una invitación a la convención de desarrollo tecnológico y aeroespacial. La universidad, siempre insistente en exhibir sus talentos, la necesitaba como representante. A pesar de su aversión a los focos, sabía que no podía negarse. Era su campo, su pasión, y la presión de sus colegas era cada vez mayor. Suspiró, resignándose a sumergirse nuevamente en el ojo del huracán.
Amelia se miró al espejo, ajustando el cuello de su traje. El tejido fresco y elegante se amoldaba a su figura, realzando la confianza que empezaba a sentir. Respiró hondo y se dirigió hacia la puerta. El edificio que albergaba la convención era un monolito de cristal y acero, una oda a la innovación y el progreso. Al cruzar el umbral, se sintió pequeña ante la inmensidad del lugar. Multitudes de personas, todas vestidas con lo último en moda tecnológica, se movían entre los stands y las pantallas gigantes. La energía era palpable, y Amelia no pudo evitar sentir una mezcla de emoción y nerviosismo.
El vestíbulo del centro de convenciones era una explosión de luces y sonidos. Pantallas holográficas mostraban prototipos de drones y vehículos autónomos, mientras que robots humanoides interactuaban con los asistentes. Amelia recorrió la sala, admirando la arquitectura futurista y los diseños vanguardistas de los stands. El zumbido de las conversaciones, la música de fondo y el aroma a café recién hecho creaban una atmósfera electrizante. Se sentía como si hubiera entrado en el set de una película de ciencia ficción.
Amelia se deslizó entre la multitud, su mirada escudriñando el rostro de cada asistente. CEO de grandes corporaciones, inversores, científicos de renombre... Todos los grandes nombres de la industria estaban allí. La convención era más que un simple evento; era un escaparate de las últimas tendencias tecnológicas, un lugar donde se tejían alianzas y se forjaban los futuros de las empresas. Se sentía honrada de formar parte de ese mundo, pero también intimidada por la competencia.
Después de varios minutos de expectación, el evento comenzó con una serie de demostraciones de prototipos innovadores. De repente, Amelia escuchó el nombre de la compañía de Alexander y lo vio levantarse con una presencia arrolladora. Su traje a medida acentuaba su imponente físico y su atractivo magnetismo, atrayendo todas las miradas.
El corazón de Amelia se aceleró como nunca antes. Aunque había mantenido su vida personal en secreto, temía que Alexander descubriera la verdad y sintiera que no le había sido completamente sincera. La ansiedad la embargaba, pero también comprendió que no podía continuar en esa incertidumbre. Se prometió a sí misma que, tras el evento, buscaría a Alexander y abordaría la situación con valentía.
El tiempo avanzó, y tras una hora y media de intensas presentaciones, el evento se acercaba a su fin. El presentador, con un brillo en los ojos, anunció un reconocimiento especial que capturó la atención de todos: esta noche se premiaría a la mayor contribuidora del campo, la persona que había dejado una marca indeleble en el desarrollo de esta área. Los murmullos de anticipación se transformaron en un clamor de asombro cuando el nombre de la galardonada se reveló: Amelia Holston, quien representaba con orgullo a Stanford, donde dirigía charlas educativas revolucionarias en su campo.
Amelia se quedó paralizada, sintiendo el peso de la mirada de Alexander sobre ella mientras el público estallaba en aplausos. En ese momento, la magnitud de su propio logro y el desafío de enfrentar a Alexander se unieron en una mezcla abrumadora de emoción y determinación.
Amelia se dirigió al escenario con pasos decididos, a pesar del nerviosismo que la envolvía. Sentía la mirada penetrante de Alexander sobre ella, una presencia que parecía atravesar cada fibra de su ser. La emoción y la ansiedad se entrelazaban en su pecho mientras subía las escaleras, cada escalón resonando con el eco de su propio pulso acelerado.
Una vez en el podio, Amelia tomó un profundo respiro para calmarse. Se dirigió a la audiencia con una voz que, aunque temblorosa al principio, pronto se llenó de convicción. Con gratitud y humildad, agradeció a todos los presentes. Su discurso fue un tributo sincero a sus colegas del campo, a sus antiguos maestros que la habían guiado a lo largo de su carrera, y a los directivos de su antigua universidad, que habían orquestado esta sorprendente ceremonia.
“Este reconocimiento no solo me honra, sino que también me recuerda el increíble apoyo y las oportunidades que he recibido a lo largo de mi trayectoria,” dijo Amelia, sus ojos brillando con emoción genuina. “Estoy profundamente agradecida a cada uno de ustedes, que han sido parte de este viaje.”
Mientras sus palabras resonaban en el auditorio, Amelia no podía evitar lanzar una mirada hacia Alexander, buscando en sus ojos una respuesta, un indicio de comprensión. Sabía que su próximo encuentro con él sería crucial, pero por ahora, se permitió disfrutar el momento, sabiendo que había alcanzado una meta significativa en su vida profesional.
ALEXANDER
Alexander estaba sumido en el entorno sofisticado del evento, observando las presentaciones de los prototipos con un interés profesional. El ambiente estaba cargado de expectativa y la atención del público estaba centrada en cada detalle de las demostraciones. Cuando llegó el momento de su discurso, se levantó de su asiento con la seguridad y elegancia que lo caracterizaban.
Subió al escenario con la confianza de alguien acostumbrado a ser el centro de atención. Su traje a medida resaltaba su físico imponente y atractivo, y su discurso fue recibido con entusiasmo por la audiencia. Mientras hablaba, Alexander sintió el peso de la responsabilidad y la satisfacción de compartir su visión con un público tan receptivo.