Estaba destrozado; hacía mucho que la desolación no lo invadía de esa forma: se sentía tan perdido y olvidado, como un cielo sin estrellas que lo acompañasen. Lo rompía en mil pedazos el simple hecho de que ella, la chica que primero odió como a un enemigo pero terminó amando, ignorara por completo su existencia cuando antes habían sido tan cercanos.
¿Lo peor? No fue elección de ninguno. Ellos no deseaban que lo suyo fuera olvidado, no querían que terminara lo poco que habían logrado construir en el medio de tanto caos. Sin embargo, no tuvieron opción, parecía que el mismo destino estuviera en contra de ambos.
Rememorarla se había convertido en un suplicio, pero sabía que, a su vez, aquello podía volverse un milagro: podía recordar por los dos y tratar de recuperar lo perdido. Se encontraba decidido: «debía» hacer algo.
—Sé exactamente qué estás pensando. Déjalo ya, hermano. Ella no puede conocer nada de nosotros ahora; entiende que eso la lastimaría y estropearía mi plan. —Le había señalado quien destrozó su sonrisa.
Pero él no iba a escuchar: no le importaba todo lo que los demás dijeran. Quería protegerla y estaba convencido de que no la lastimaría. Además, le había prometido regresar, había puesto las cartas sobre la mesa desde un primer momento y jamás fallaba a una promesa.
Extendió sus alas blancas con decisión antes de partir. Sabía que iba a lograrlo, incluso aunque eso le costara la vida.
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Editado: 01.02.2023