Corazón de cristal

Capítulo 1

Después de desempacar mis maletas con ropa revuelta, ponerla para lavar y ayudar a mamá a acomodar un par de cosas de tocador, me recuesto en la cama algo confundida.

Fueron una extrañas últimas semanas.

¿Por dónde puedo empezar? En verdad... no lo sé. Mamá me dijo que me caí el último día de mis vacaciones en Córdoba —bonita forma de terminar nuestro viaje familiar, por cierto—, y que el golpe fue tan fuerte que afectó a los recuerdos de los días pasados, como consecuencia: desaparecieron de mi memoria. Papá condujo rápido al médico ese día, yo veía todo borroso. Mi madre era toda preocupación, y mi hermanito menor, Mateo, estaba callado en lugar de encontrarse hablando de vídeojuegos, como es la costumbre. El doctor dijo que no veía nada fuera de lugar en las radiografías, que quedara en observación hasta el próximo día por las dudas, pero sólo eso. A la tarde siguiente partimos hacia Buenos Aires, a casa, un viaje que por lo general dura doce horas. Llegamos hace rato y ya pasó medianoche. Mañana tengo turno en la clínica del distrito, volverán a revisarme para estar seguros de que deben dejar de lado mi asunto.

Y realmente espero que así sea.

Mateo hace rato que está durmiendo en su habitación, al igual que papá. Eliana, mi madre, es algo más meticulosa y no podía dormir hasta tener todo pulcro.

¿Mi caso? Quería una excusa para seguir intentando recordar. Ahora mi memoria está más clara: me acuerdo de cada comida, cada libro que leí, cada salida con mis familiares. Al igual que todos los años que vamos para allá. Días completamente tranquilos.

Antes de dormirme, tomo mi móvil y les envío un texto a mis amigas, contándoles que ya estoy en mi casa. Celina es la primera en contestar, obviamente: el celular para ella es como su tercera mano, pierna, ojo y oído.

«Genial, en el colegio me cuentas TODO, ¿ok?»

Sonrío ante su familiar energía y, sin esperar que lleguen los otros mensajes, cierro los ojos. Realmente necesito dormir y dejar de ser tan perseguida. En siete días empezaré el colegio otra vez, mi penúltimo año. ¿Lo bueno del instituto? Veré a mis amigas. ¿Lo malo? Simplemente volveré a la monotonía de tarea, tarea, más tarea y trabajos.

Pensando así no podré llegar con una sonrisa mi primer día, tengo que preparar mis cuadernos y carpetas nuevas...

Tantas cosas qué hacer.

Me doy la vuelta en el colchón y bostezo, dejando que el sueño me lleve hacia un mundo de fantasía.

—¿Estás segura que no te duele nada? —pregunta mamá, con los ojos clavados en mí como si fuera a desaparecer si pestañea.

—Muy segura —le respondo sin vacilar.

El médico también estudia mis reacciones, pero callado y frunciendo el ceño. No parece algo muy positivo... Me refiero, ¿qué clase de esperanza se puede tener si te miran de esa forma? Casi creo que oiré algo así como "lo siento, te saldrá un tercer brazo y tendrás serpientes en el cabello".

¿Dije que odio ir al médico? Pues, ¡odio ir al médico! Aunque admiro a los doctores por la fuerza que tienen de escoger ese empleo —que yo jamás me animaría a estudiar—. No me gustan los hospitales, me resultan melancólicos, y me marea estar entre tantos sonidos diferentes, personas impacientes... Todo tan blanco... Y ese olor fuerte a desinfectante. Igualmente, ¿qué si no me gusta? De todas formas es absolutamente necesario venir cuando la situación lo amerita.

Y éste, según mamá, es uno de esos casos.

El doctor vuelve a revisarme con esa maldita luz molesta y chasquea su lengua. Acto seguido se saca los anteojos para limpiarlos con una gasa que lleva en su bata blanquecina. Cuando se los pone, vuelve a colocar las radiografías —las que me hice hace un rato y también las de Córdoba— para compararlas y niega con la cabeza. Se gira sobre sí y camina hacia mí, tocando mi cabeza al llegar.

—¿Te duele? —pregunta con su voz gruesa y cansada.

—No. —Al escucharme decir eso, decide desistir de seguir buscando algo invisible en mi cabeza.

Nervioso, se rasca el cabello.

—¿Sientes alguna anomalía? ¿Te olvidas de las cosas?

—Veo perfectamente, no tengo problemas al moverme. Sólo fue allí, y según hablé con mamá ya recuerdo todo lo que había olvidado... ¿Las placas están bien?

—Están normales. Ambas. Ese es el problema, Emma —me dice el médico—. En realidad, más que decir problema, es extraño. Pero está bien, no hay síntomas. ¿Te sientes normal? Si es así, entonces, estás con una racha de suerte... En general —comenta despacio, como si debiera comprender el margen del milagro porque yo no tuviese nada en absoluto— éstos temas no se toman a la ligera y, casos como el tuyo, tardan más en recuperarse...




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