—Ven... Mirá, ¡está soleado afuera!
Naiara mira el exterior con sus ojos llenos de inocencia, está frente a las puertas de la sala común de la casa matriz. El ambiente se siente frío, acompañado del murmullo de la vida que late, la coalición respira energía, lo siente como un zumbido contra la piel. Su adorada hija, tiene ojos soñadores, dos tonalidades de verde danzan en ellos con la misma alegría de su pequeña leona, ella juega a golpear el cristal con una garra.
—Cariño, ¿por qué no vas afuera?
Naiara sigue de espaldas, Patrick puede ver su rostro reflejarse en el cristal, su cabello castaño ondulado, firmemente unido por una cinta de color azul profundo, su favorito.
—¿Lo olvidas? Ya no podemos ir afuera, la coalición está con toque de queda.
La cabeza le da vueltas con solo oír eso, Patrick frunce el ceño.
—¿Qué?
—Tú misma lo ordenaste —responde, y luego suspira con tristeza—. Papi no vendrá hoy tampoco...
Entonces, al intentar dar un paso hacia atrás, su corazón confundido, se encuentra con unas manos que no son suyas, tampoco la ropa con la que está vestido le pertenece ni el cuerpo, suavemente femenino en cada curva.
—¿Tanya, qué sucede? —Pregunta Naiara, la niña gira y se asusta por un segundo—. ¿Cuando volverá papi?
Eco, un latido truena en sus oídos. Luego el crudo sonido del hierro golpeado lo trae de regreso de un absurdo sueño con sabor a pesadilla...
—¡Despierta Mcgraw! —Tres nuevos golpes a los barrotes acompañan una voz ronca y fuerte, con un borde impaciente.
Patrick abre los ojos, su melena desordenada le ha caído sobre el rostro, ha dormido en una pésima posición sobre la banca de madera, todo su cuerpo duele, en especial su hombro y brazo izquierdo. El león bosteza y se estira en su mente, luego, al verse enjaulado todavía gruñe inquieto. Incorporándose en la banca, Patrick mira al oficial de policía encargado del mantenimiento de los prisioneros.
Es un cambiante malhumorado pero de pequeña estatura, ojos oscuros y poderosos, cabello castaño, la piel de un tono oliváceo resalta en un rostro de expresión tosca. Rasgos latinos se funden en una pantera negra.
—Tendrás visitas, muévete.
Con su corazón saltando por la emoción mezclada con incertidumbre, Patrick se puso de pie, restos del extraño sueño quedaron como fragmentos que deambularon por su mente mientras el oficial introducía el código en la cerradura electrónica, cuando la pantera movió la reja de la cela, extendió sus manos para que le pusiera las esposas.
Cuando estuvieron en el pasillo, pasando por el resto de celdas vacías de ese lado, Patrick no pudo contener su curiosidad entusiasta.
—¿Quien vendrá?
El oficial le miró de reojo por un par de pasos y luego regresó esa estoica mirada al frente, una de sus manos siempre sobre la funda de una pistola guardada en el cinturón del uniforme. La pantera estaba consciente de que ante un rival de semejante tamaño estaría en desventaja, y aunque Patrick sabía bien lo fuertes que eran las panteras negras, escasas además, un león le superaba en fuerza.
El oficial hacía bien en no bajar la guardia, pero él no era tan estúpido como para pensar en atacarlo.
Demasiado tenía con no poder salir solo porque encontraron sangre de Arwen en el suéter que olvidó esa noche en su remolque.
—No estoy autorizado a dar esa clase de información a los presos —un tono firme y a la vez monótono.
El de un oficial siguiendo las reglas.
Al subir de nuevo al pasillo de la estación de policía, Patrick siguió al oficial hacia las salas de interrogatorios que también eran utilizadas para visitas, al entrar en la segunda sala el oficial le ordenó detenerse y le dio instrucciones precisas, lo que se dijera entre esas cuatro paredes no sería registrado ni oído por el derecho a su privacidad, pero si se le veía actuando extraño, violento, agresivo o aceptando objetos de contrabando, el oficial intervendría de inmediato y su castigo sería duro.
Más días tras las rejas.
—¿Has entendido?
—Sí —Patrick extendió sus brazos hacia el oficial, las esposas fueron removidas, la pantera vagaba cerca en los ojos oscuros, un movimiento silencioso fue una orden de que tomara asiento.
—Iré por ellos.
Ellos... ¿Serían sus cachorros? Su corazón golpeó duro, tragando el nudo de amargura que se cerró sobre su garganta, Patrick se sentó en una de las sillas de madera, el oficial le echó un vistazo antes de pedirle que esperara quieto en su lugar y dejarlo solo.
Los nervios estrujaron sus entrañas con cada segundo silencioso, la ansiedad por ver un rostro familiar quemaba por dentro, a medida que los pensamientos se agolparon en su mente, Patrick dudó si era buena idea que sus cachorros lo vieran así, otra vez. No sabía si las visitas estaban permitidas para menores de edad como Naiara, pero Ian... Él si podía verlo, esto era un amargo retroceso para alguien que le prometió un reinicio libre de problemas con la ley.
¿Qué clase de padre era?
Llevando una mano al cabello castaño claro, Patrick echó la espalda hacia atrás, tamborileó sus garras sobre la superficie de la mesa, en un ritmo que endulzaba la punzada de nervios en su estómago.
—Tienen treinta minutos como máximo —escuchó la voz lejana del oficial.
El seguro de la puerta, la perilla bajando y el aire se hizo poco cuando ella entró a la sala. Tenía un juego de sombras debajo de esos ojos grandes, la mirada cansada pero alegre de verlo, el cabello húmedo le daba a su esencia un toque fresco al perfume humano, una fuerza intrínseca y delicada a la vez, ella era fragilidad pero determinación inquebrantable en su andar.
—Tanya...
Decir su nombre fue como iluminar el rincón oscuro de su consciencia, ahí, donde ardía la agonía más grande de su vida. Patrick tragó saliva, su boca de pronto se volvió arena del desierto. La mujer tomó su lugar en la silla contraria, una suave sonrisa tironeando lentamente de su cordura, Patrick llevó su cuerpo adelante, el león subió a la superficie solo para encontrarse con esos ojos tan firmes.
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Editado: 16.06.2020