Su estómago se contrajo cuando Nolan se agachó para comprobar el estado del joven tigre que Ian había golpeado implacablemente hasta el cansancio, hasta romperlo. La tensión en la mandíbula del tigre mayor no disminuyó cuando le dio una mirada furiosa al hijo del Alfa.
Ian había cambiado, sus ojos fueron dos llamas hacia el hombre que lo superaba por una década y media, los músculos del león bullían con la rabia que volvía su respiración irregular.
—¿Cuando vas a obedecer, Ian?
La dureza de la voz de Nolan raspó el aire.
Uno de los leones que quedaron como simples espectadores, volteó hacia ella, palideciendo en el acto. Reconoció a Neil de inmediato, vio su pánico trasladándose al marrón intenso de sus ojos.
—Nolan.
Un gesto, y la aparente discusión se detuvo. El tigre miró hacia atrás, a la figura de una humana temblando, inmóvil, al borde de derramar un grito de angustia por el salvajismo que se llevó la vida de un joven frente a sus ojos. Ella simplemente no comprendía por qué, el tigre debía tener la misma edad que Ian.
—Tanya...
Su corazón era una tormenta en sus oídos cuando Nolan se acercó, el tigre buscó su mirada pero ella no podía quitarle los ojos al fallecido, seguía preguntándose por qué no fue capaz de detenerlo, de ayudar, por qué de pronto su cuerpo la traicionó convirtiéndose en piedra anclada a la tierra.
—Tanya, dime algo, habla. —Unas palmadas en su mejilla, lágrimas cayeron en silencio—. Tanya, no..., no lo hagas, ha sido su culpa.
Y eso fue un botón que le devolvió la vida, su corazón golpeó, duro, mientras el coraje le subía por la garganta y la fuerza misma le hacía responderle al tigre con una crudeza que no había sentido antes.
—Muévete.
Empujando a Nolan, trastabilló en el terreno irregular, siguió el borde del barranco hasta encontrar una inclinación, un camino, por el que bajó para correr hacia Ian, quien estaba hablando con el otro león que le era desconocido para ella. No todos se acercaron a interactuar en la enfermería.
—¡¿Cómo pudiste?! —Exclamó, su voz quebrada acompañó el tirón de su hombro.
Ian se sacudió el contacto, las llamas de sus ojos no tenían una pizca de remordimiento. Solo ira, brillante, aguda y ácida. No era el joven despreocupado que se metió en problemas más de una vez, no era el hermano que por las noches no olvidaba contarle un cuento a su hermana, no era el hijo que sacaba de quicio a su padre y lo amaba en silencio, con un profundo respeto.
Este no era ese muchacho.
—Fue su culpa.
Una voz simple, un encogimiento de hombros, el desprecio por una vida tomada a la fuerza.
—¿Y eso te dio el derecho de matarlo?
Las llamas se encendieron con el oro ardiente, el león a solo una provocación más para saltar al ataque. Tanya no sintió miedo, cualquier humano lo habría escuchado al saberse en peligro, el sentido de supervivencia, el único instinto que quedaba subyugado por la huella primaria de la civilización, habría entrado en jaque, haciéndole pensar una vez más en su propia vida y dejar de enfrentar a un cambiante enfurecido.
Ian tenía la mirada tan vieja..., no era el joven de casi dieciocho años cuando le gruñó, y fue demasiado tarde como para comprender las señales ahora.
—Los humanos jamás comprenderán por qué hacemos lo que hacemos, ni aunque todos los clanes los reciban con los brazos abiertos.
Justificaciones absurdas... Tanya desoyó la llamada de la prudencia y empujó al león, tenía algo de Fuerza después de todo, Ian retrocedió por la maniobra.
—¡Lo mataste!
Cuando elevó sus puños, Ian los detuvo a mitad de camino, sus manos cerrándose con fuerza dolorosa alrededor de sus muñecas, gruesos tendones rígidos en su cuello, dientes apretados por las emociones que lo acorralaban hacia el lado animal.
—¿Habrías hecho algo diferente si quien luchara por su vida ahora mismo fuera Trent y no Leroy?
Tanya se congeló, imaginando el escenario, su hermano desangrándose en la camilla de la enfermería, su orgullo brillando en sus ojos mientras le daba instrucciones sobre donde cortar y cocer, su piel fría y pálida, llena del sudor por el esfuerzo doloroso de mantenerse consciente. El corazón de Tanya dolió con cada latido, la cruda impotencia estrujando su pecho. Se encontró de nuevo con la mirada de un asesino que pensaba que era correcto.
—Habría estado demasiado ocupada en salvarle la vida antes de buscar venganza.
Tirando fuerte, Tanya rompió el agarre. Algunas cosas no eran fáciles de admitir, otras estaban tan firmemente arraigadas en sus sistemas hasta el punto de desdibujar lo que eran en realidad. Ian jamás comprendería su sentido del bien y el mal, de justicia, de hipocresía, y ella jamás volvería a verle de la misma manera después de esto.
Decidió tragarse la angustia envuelta en impotencia, su juicio iría después de que la tormenta que azotó a la coalición se desvaneciera.
—Nolan te dio ordenes y no las seguiste. —Volteó hacia Neil—. ¿Ustedes ayudaron a golpear a este niño?
—¡No es un niño, es un maldito asesino! —Vociferó Ian—. ¡No tenía razón para apuñalar a Leroy! ¡No tenían razones para atacarnos!
—¿Qué diría tu padre de esto? —Su tono demasiado bajo, el cansancio fue una mano invisible empujando su cabeza—. ¿Qué le dirías, que la venganza es la única justificación? —Una mirada al cuerpo destrozado—. ¿Por qué golpearlo entonces?
—Tú no entiendes —masculló entre dientes.
—No, tú no entiendes que asesinar es un crimen. —Dirigiendo su mirada hacia el otro león, barbudo, fuerte y tosco—. Noquéalo.
—¿Qué?
El león de melena rizada, con tonos que jugaban entre el marrón oscuro y el negro, acentuando la profundidad de ojos duros, dio un golpe de puño en la nunca de Ian que lo envió al suelo, su cuerpo laxo sobre la sangre que él mismo había derramado.
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Editado: 16.06.2020