9 de julio de 1943 – Buenos Aires, Argentina.
Mercedes D’Alessandro
Dentro de lo que era un día emblemático para la patria del país, la biblioteca estaba completamente llena y Mercedes estaba más que contenta. Usualmente no venían muchos jóvenes a leer algo, siempre eran adulos mayores que se sentaban por horas junto a la ventana a leer algo de Roberto Arlt, hasta había algunos que se tomaban el atrevimiento de venir a leer solamente el diario.
Como hoy se consideraba la independencia del país, las banderas blancas y celeste ondeaban en las paredes, más relucientes que cualquier otro día. Miles de personas iban por la calle con su escarapela colgando de sus prendas, y Mercedes no se quedaba atrás. Tenía su reluciente escarapela de plata, con el sol bañado en oro, muy bien colocada en la solapa de su vestido.
—¿Otra vez leyendo a ese aburrido? —su amiga, Danna Yankelevich, la miraba enojada con las manos en las caderas —. Te he dicho miles de veces que hay mejores…
—En tu mundo absurdo y sin vida, por supuesto —contesta, burlona. —¿No termino tu turno ya?
—Si —responde, acercándose a ella —, pero vine a invitarte a tomar un café luego. Hace mucho que no nos ponemos al día —el extraño acento de Danna le divertía, ella era la única amiga que tenía, así que le tenía mucho cariño.
—Me encantaría —acepta —. Luego de mi turno tengo ensayo.
Mercedes era bailarina de tango, además de bibliotecaria, y una muy buena. Había bailado en grandes teatros de Buenos Aires, para grandes funcionarios del gobiernos y empresarios más ricos de la región. Desde muy pequeña, siempre le encanto la danza. Disfrutaba el soltar del cuerpo cuando la melodía la recorría entera.
—Muy bien —Danna le sonríe —. Nos vemos.
—Adiós, querida amiga.
Se quedo ordenando la estantería de libros infantiles mientras se hacia la hora de partir. No había mucho trabajo hoy, así que luego de dejar los carritos que transportaban los libros, apago las luces y se aseguró de cerrar bien con llave. Mirando su reloj se alivió un poco al ver que tenía tiempo de sobra para llegar bien al estudio de baile.
Caminar por Recoleta era gratificante gracias a su arquitectura de estilo francés. Además, de una gran cantidad de châteaux y petits hôtels de tipo parisino. Los cafés más notables de la ciudad, estaban abarrotados cuando Mercedes caminaba con soltura, la gente solía tomar un café mientras leía el diario o simplemente charlaba con su acompáñate, era una postal típica.
Pabellón de las Rosas era el estudio de danza donde practicaba todos los días. Además, era un espacio libre para que la gente pueda venir a bailar tango, la entrada era gratis y el día de hoy, a pesar del calor, el lugar rebosaba de personas deslizándose a lo largo y a lo ancho del salón.
Tenía su pareja de baile, Florencio Parravicini. Un hombre grande, con el pelo castaño y con los ojos miles y con una sonrisa encantadora, según las muchachas del estudio. Para mercedes, solo era un pobre hombre sin sentido. Para lo único que vivía era para una sociedad que todo el tiempo le imponía cosas, algo que, en el interior de Mercedes, era inaceptable
¿Cómo un hombre no iba a tener alma para las cosas? ¿Cómo podía estar tan vacío?
—Buenas tardes, Mercedes —Florencio la saluda con una sonrisa lobuna y casi rozando su cintura con su mano.
En otra ocasión, en la pista de baile, a Mercedes no le hubiera importado. El tango era un baile de mucha química entre 2 personas, una danza sensual con pareja abrazada que demuestra una profunda relación emocional de cada persona con su propio cuerpo y de los cuerpos de los bailarines entre sí. Pero fuera de ella, no había nada y Mercedes no iba a permitir que pensara que la pasión que compartían en la pista, pasara a la vida real.
—Buenas tardes —contesto sin más, alejando su garra de su fina cintura.
Florencio la observo mientras calentaba. De todas las mujeres que se cruzó en su vida, Mercedes era la más perfecta que alguna vez fue creada. Era un joven de 24 años, de un 1,70 de algo, con piernas largas y bien contorneadas, caderas anchas y cintura fina como la de una avispa, pechos redondos y firmes, igual que su trasero y un rostro fino de porcelana adornados con unos hermosos ojos verdes, como los de un gato, nariz pequeña y respingada, labios pulposos, listo para cualquier pecado y cabello largo hasta la cintura, negro como el carbón.
Aquella condenada, pensó Florencio, no puede ser una mujer fría fuera de la pista de baile. Cuando sus cuerpos se unían, el fuego viajaba entre ambos, como una carrera de caballos y se extendía hasta el público. Todos amaban la química que ambos producían al bailar, pero Mercedes, fuera de él, era un tempano de hielo reluciente y hermoso.
El tango es un arte complejo construido desde la danza y los cuerpos en movimientos de los 2 era un óleo sobre la pintura fresca. Se movían con agilidad, derramando sentimientos que toda persona en el lugar podía identificarlos. El tango era una danza que derrochaba sentimientos humanos, con su subida y bajada de las notas, el tango podía interpretarse como una danza triste de a momentos, y en otros alegre.
Mercedes era girada una y otra vez por su compañero, mientras daba patadas al aire o las enganchaba en su cintura mientras sus labios, pronto a acercarse, se tentaban a rosarse de manera provocativa. Suspiros se extendían por todos lados cuando las firmes piernas de Mercedes se movían con gran velocidad entre medio de las de Florencio. Eran los únicos bailando, porque todos estaban hipnotizados en su baile. Mercedes es levantada con un solo movimiento y sus piernas dan dos patadas al aire, para terminar con una en la cadera de él y otra completamente extendida contra el suelo. Ella se aparta de su cara y de su cuerpo cuando los aplausos suenan por todos lados.
Hace una reverencia, sonriendo picara mientras sus ojos se anclan en la muchedumbre. Se despide de su compañero con un tosco asentimiento y va a recoger sus cosas. A pesar de estar más de 2 horas practicando, se sentía con más energía. Tenía que llegar a casa y hablar con su padre, antes de ir con Danna por un café.