Alejado del pintoresco pueblo, altas y mortíferas rejas se alzaban por encima de todas las personas. Era una prisión, una donde el hambre, el horror, el cansancio y la muerte eran las únicas que circulaban con total libertad.
Mujeres, hombres y niños. Jóvenes, adultos y ancianos. Altos y bajos. Gordos y flacos.
Los más nuevos eran los que más sano se veían, los demás no corrían con la misma suerte.
En el aire, denso y pesado, se olía un olor insípido que hacía que el estómago del comandante Josef se revolviera.
—Maldita sea, Wagner —gruño, tapándose la nariz con un trapo —. Aunque sea, hazlos limpiar su propia mierda.
—Lo que estas oliendo es a ellos —el capataz alemán se rio, con burla —. Los hornos han estado prendidos constantemente, no es mi culpa que estas ratas huelan tan mal.
— ¿Y qué hay de esa mugre que esta tirada en el piso? —exclamo, asqueado.
—Si no quieres verlos ahí tirados, podrías mandarme más soldados para que me ayuden a moverlos —cuestiono, con enojo.
— ¿Estas jodiendome? Tienes manos de sobra aquí, imbécil. Ponlos a mover los cuerpos o dales un tiro en la cabeza, es así de simple.
Wagner levanto las manos, cansado y señalo hacia una esquina.
—Ahí tienes lo que me pediste.
Josef observo con satisfacción a los 3 niños pequeños. Estaban flacos, sucios y con ropa en peor estado. Sus ojos parecían pozos negros, hundidos en la fisionomía blanca de sus caras, sin vida prácticamente y, como le gustaba a Josef, perfectamente rompibles.
—Me alegra saber que por lo menos algo sabes hacer —soltó, mordaz —. Los quiero limpios para mañana, no te olvides de hacerles recordar que pasar si intentan huir.
Vio como uno de los niños tembló y supo que ya sabía lo que le esperaba si pensaba en eso. No iba a con rodeos, ninguno de los guardias era así y todos los prisioneros lo entendían a la perfección.
—Muy bien —asintió el capataz —. Los hornos han estado funcionando más de lo habitual, ¿ha pasado algo en el frente?
—Nada de lo que debas preocuparte —señalo, serio.
—Esos bastardos están cerca, Josef, puedo sentirlo en mis huesos y no me gusta la sensación.
—Cierra la boca un poco y deja de estar haciéndote la cabeza —gruño —, mucho menos comentes tus estúpidos pensamientos frente a los bastardos.
—Apenas pueden abrir los ojos —miro hacia los cuerpos en el piso —. Hemos quebrado toda esperanza y tú sabes que no albergan algún tipo de rescate. Deberías prestar más atención con el asunto del pueblo, han llegado rumores.
—¿Qué escuchaste?
—Un par de hombres estaban susurrando que los aliados estaban cerca —explico, frunciendo el ceño —. Han encontrado panfletos.
Josef maldijo interiormente.
Las cosas estaban calmadas en el pueblo, desde que ellos llegaron ningún panfleto y escrito había aparecido y eso le daba más tiempo para averiguar el paradero del causante de todo el revuelo. Pero que algunos hayan llegado hasta el campo de concentración, fue una jugada que no se la espero.
— ¿Dónde están esos hombres?
—En las camas, ya sabes, apenas pueden pararse porque están más flacos que un palo.
—Entonces no volverán a pararse nunca —declaro, enojado —. Búscalos y cuélgalos en la entrada del campo. Ahora sabrán que les espera si se meten con nosotros.
—Como ordene, jefe —Wagner hizo un saludo, pero luego recordó algo — ¿Cómo esta ese primor con el que compartes techo?
Ah, la mujer que tenía loco a Klaus.
Josef soltó una risa irónica, pero también irritada. Esa mujer era un hueso duro de romper, pero pronto lo haría. Nada era irrompible en la vida.
—Es un dolor de cabeza —comento —. Sencillamente es irritable con su simple presencia.
—Veo que no te cae del todo bien.
—Es una belleza de mujer —acepto —, pero es altanera y orgullosa.
—No es eso lo que los soldados dicen de ella —se rio —. Muchos han dicho que es muy educada.
—Lo educada no se laca lo soberbia —respondió, serio —. Podrá ser la mujer más hermosa en todo el pueblo, pero es sumamente horrible de personalidad.
—Déjame adivina, ¿te ha hecho frente?
Más de una vez, contesto para sí.
Lo había insultado, humillado y dejado callado, todo junto. Nunca pensó que una mujer fuera a ser tan contestadora, mucho menos que tuviera el descaro de dejarle en claro que su simple presencia la aborrecía. Pero Mercedes lo había dicho, justo cuando se insinuó y le sugirió compartir su lecho. Lo había rechazado con gracia, con tanta gracia que se quedó sin nada que decir.
“Particularmente creo que usted no es suficientemente un hombre con todas las letras y, particularmente, yo soy una mujer para un verdadero hombre”
Su tono de voz, soberbio, la gracia y a burla que tenía en su rostro cuando le dijo aquello, fue suficiente para quedarse callado y ni siquiera poder rebatir lo que le había dicho cuando la increpó en la biblioteca donde trabajaba.
El orgullo de Josef había caído en picada y su enojo y furia se elevaron a tal punto de querer ponerle una bala entre los ojos. No pudo hacerlo y mucho menos pudo rebatir su comentario, porque ella se había ido, dejándolo solo.
—Nadie me hace frente —le recordó —, mucho menos una mujer.
—Una mujer muy caliente, además —se rio, con descaro. —. Todos están eclipsados por ella, no te culpo si tú lo estas.
—No lo estoy —respondió, sin mucha importancia —. Una mujer como aquella no llama mi atención.
Además, como había observado, ella atraía la atención no solo de todos, sino también de Klaus. Lo cual, en lo que concierne a su comandante, nunca lo había visto ver a una mujer más de dos veces. Cuando iban de pueblo en pueblo, siempre había una mujer dispuesta para todos y por el porte y la cara de Klaus, las mujeres siempre lo preferían a él.
Nunca le dio mucha importancia, siempre las rechazaba y no pasaba más de eso. Mientras todos se ahogaban en alcohol y sexo rápido, el comandante en jefe estaba preparando su siguiente movimiento en el territorio enemigo. Era extraño, frio y siniestramente inteligente.