Al llegar a mi casa me di cuenta de que mis papás habían salido. Daniel tenía entrenamiento de rugby todas las mañanas, así que no volvería en un par de horas. Tenía toda la casa para mi sola.
Iba a subir las escaleras cuando sonó el timbre. No me sorprendió ver el rostro de Emma en la pantalla de la cámara. Sonreí y presioné el botón para abrir la reja de la entrada. Bajé las escaleras para salir a toda velocidad y salté sobre ella. Se tambaleó un poco, riendo, y luego me soltó.
Me sorprende como Emma es capaz de estar siempre alegre. Jamás la he visto deprimida de por sí o teniendo un mal día por algo que no sea puntual. Quiero su secreto.
—Buenos días, Lis —me dijo.
—Hola. ¿Se te ha quedado algo? —pregunté.
Me di cuenta de que llevaba puesta una chaqueta de algodón que probablemente no era suya, porque era enorme y ella muy delgada, pantalones de buzo y pantuflas de conejo con medias de lana. Supuse que no pensaba ir muy lejos vestida así.
Emma sonrió, confirmando lo que pensaba.
—Pasa, mi cama esta deshecha, acuéstate si quieres.
Salió corriendo hacia las escaleras y las subió sin detenerse.
Emma y yo somos amigas desde hace muchísimos años, pero desde que me cambié a la casa junto a la suya, no hay semana en la que no pasemos una noche o dos juntas. No me es posible contar todas las películas que hemos visto, todas las noches de karaoke y las veces que me ha incentivado a hacer algo completamente estúpido. Una vez en invierno, estábamos estudiando en su casa cuando se nos ocurrió armar un columpio dentro de su cuarto, con una almohada, una cuerda y una tabla de madera. No quiero ni recordar como terminó eso.
Cuando subí a mi habitación, me encontré con Emma acostada en mi cama con mi portátil sobre las piernas y un paquete de galletas de coco en la mano. Esas siempre han sido sus favoritas.
—Recuérdame en que momento decidí pasarte mi clave —le dije cerrando la puerta.
—Cuando rompiste mi lámpara con una tabla y te amenacé con borrar tus archivos —respondió mordiendo una galleta.
—Ah, sí. Lo había olvidado.
Me senté en el pie de la cama y miré la pantalla de mi celular.
Sin notificaciones previas
Suspiré. Emma me miraba fijamente, pero fingí que no me daba cuenta y me puse a jugar juegos de ingenio en línea.
—Estás triste —dijo tecleando algo en el computador.
—No, ¿por qué?
Puso Can't help falling in love de Elvis Presley a propósito. Ella sabía que me ablandaría. Hay varias canciones que tocan rincones sensibles de mi corazón, y esta definitivamente era una de ellas. Las demás eran por quien me las había mostrado. Esta, por quien me la había dedicado.
—Lis, no es una pregunta.
—Si piensas que es por Everett, estás lejos de tener razón.
—Si fuera por Everett, no estarías hablando. Tendrías una almohada en la cara y yo te estaría gritando —dijo, ironizando —. Sabes que no dejaría que te decayeras por alguien cómo él... Esto es por Declan, ¿no?
Por unos minutos, me había olvidado completamente de él. Con tantas cosas pasando, no tenía tiempo para preocuparme de eso. Emma no pudo haber elegido un peor momento para mencionar ese tema.
—No, no es por Declan. ¿Por qué sería por eso?
—Seré muchas cosas, pero tonta no es una de ellas. Entonces, ¿qué pasa?
Tomé aire, sabiendo lo mucho que me dolería decir su nombre en voz alta. Estaba completamente inestable. Saber que todo lo que habíamos logrado hasta hace unos días podría perderse para siempre me hacía pésimo. No tenía ganas de hablar, pero me era imposible ocultarle algo a Emma.
—Peleé con Alex.
Sus ojos se abrieron como platos. Entendía su reacción. Todo esto era muy extraño...
—Sí —dije sacándole una galleta —. Lo sé.
Me recosté sobre la silla y miré mis manos con cierta pena. Nostalgia, quizás, o miedo a perderlo para siempre.
Lo odiaba. Lo odiaba por hacerme esto. Ni siquiera entiendo que fue lo que pasó. No puedo contar cuantas veces me ha acompañado cuando solo quería dormir para poder olvidarme de todo. Claro, él nunca me dejó hacerlo, pues dice que quedarse dormido en momentos así es señal de debilidad emocional e incapacidad de lidiar con los problemas. No sé en que momento termine amistándome tanto con Alex, y ahora, con la misma rapidez, esa amistad, esa parte de mi vida, me está siendo arrebatada. La historia se está repitiendo...
—Seguro en unos días ya estarán bien, no te preocupes —me dijo Emma, acercando su mano a mi mejilla y acariciándola con delicadeza —. Se pondrán bien.
Esperaba que tuviera razón.
Luego de ver una película, Emma decidió volver a su casa. Me quedé sola unos minutos, en los que no hice más que dibujar corazones de colores en una hoja de papel.