Corazón Delirante

1 de diciembre, 2018

Es raro volver a sentarme en este escritorio, con una lamparilla encendida y el propósito de relatar todo lo que ha ocurrido desde que decidí no escribir más. Han pasado cerca de diez meses desde la última vez que escribí un pie de diario y ahora, la verdad, ni siquiera sé como empezar.

Este año ha sido terrible para mí y para todos los que me rodean. Posterior a lo ocurrido en casa de Emma aquella noche de febrero, fue imposible para mí recuperar las ganas de tomar mi diario. Mi relación con Declan se tensó. Alex, gracias a Dios, decidió ignorar el tema por completo. Fingí no darme cuenta de que Marco quiso acercarse a mí mínimo cinco veces en todo el año y May lo detuvo cada vez que lo hacía, aunque ahora que lo pienso, todo este drama no es nada comparado con lo que ocurrió después.

El año escolar en si fue terrible. Como Max y Vee, Gia y Daniel comenzaron a salir oficialmente en abril. No se han separado por nada en el mundo y están por cumplir ocho meses juntos. En cambio, a pesar de que en un principio su relación fue maravillosa, Max y Vee terminaron a mediados de agosto. Fue muy triste, pero entendíamos la razón de su ruptura, ya que este año fue para todos uno de los más difíciles de nuestras vidas.

El equipo de rugby de la secundaria estaba entrenando para el primer partido del año a principios de mayo. Lo único que recuerdo perfectamente era que estaba escuchando uno de los primeros álbumes de Alice In Chains, tratando de dormir un poco en la entrada principal del colegio mientras esperaba a que Daniel terminara para poder irme a casa.

La entrada del colegio es enorme. Hay una gran reja de color negro cubierta por enredaderas. Al lado hay una pequeña casita blanca donde se encuentran los porteros y atrás hay una pequeña arboleda con bancas y un par de carteles con información importante para eventos, partidos y obras de teatro que se llevan a cabo a lo largo del año.

Entonces, por sobre la ronca voz de Layne Staley, escuché la sirena de una ambulancia. No me preocupé hasta que vi como frenaba frente al estacionamiento del colegio. La piel se me erizó. Me puse de pie inmediatamente y corrí hasta la cancha. Al llegar, me di cuenta de que nadie estaba jugando. Estaba todo el equipo mirando a Alex, que corría hacia donde yo me encontraba con un chico en el hombro. Podía escuchar como tosía de forma compulsiva al punto en el que ya no podía respirar correctamente.

A medida que se acercaban a mí, me fijaba en los rasgos del chico, pero Alex iba muy rápido y me costaba darme cuenta, hasta que vi el número de la camiseta. Sentí como mis latidos se aceleraban, como me hervía la sangre por el miedo y me inundaban unas tremendas ganas de llorar. El único que utilizaba la camiseta con el número 10, era Declan.

—Lis —dijo Alex, nervioso—, por favor, ven conmigo.

Sin pensarlo dos veces, le seguí el paso hasta la ambulancia y me subí con ayuda de un doctor.

Jamás había visto a nadie así. Estaba pálido, tenía los ojos hinchados, estaba cubierto en tierra y sudor de pies a cabeza, además le corría una hilera roja de sangre desde la comisura de la boca. Se veía cansado y perdido, como si estuviera alucinando. Me hacía pensar que su vida acabaría ahí mismo, dentro de esa ambulancia, con Alex tomándole una mano a él y la otra a mí, tratando de calmarnos a ambos, pero no servía de nada. Declan no lo escuchaba y la verdad, yo tampoco. Pude ver en sus ojos claros un deseo agonizante, el deseo de seguir viviendo, pero esa luz se apagaba a medida que la tos se intensificaba y cerraba los ojos. Le pusieron una mascarilla de Venturi y cayó inconsciente.

Alex levantó la vista. Tenía los ojos llorosos y respiraba de forma entrecortada. Había un reflejo de muerte en sus ojos, como si supiera exactamente lo que iba a pasar una vez que nos bajáramos de aquel vehículo. Sabía que tenía ganas de gritar, pero resistió sus impulsos y me dijo:

—Llama a sus padres. Ahora.

Los llamé cerca de seis veces a cada uno y no había caso, no contestaban. Opté por mandarles un texto a ambos explicándoles lo que sabía, diciéndoles que fueran al hospital en ese momento. Luego me quedé mirando a Alex. Había soltado a Declan y ahora lo miraba con una tremenda pena. Los paramédicos decían cosas que no entendíamos, aterrándonos aún más. Respirábamos pesadamente, como si el aire se nos estuviera acabando. Abracé a Alex con todas mis fuerzas y él hizo lo mismo. En esa instancia, solo nos teníamos el uno al otro. Ambos teníamos el corazón hecho añicos y la única forma de mantenerlo estable era con la ayuda del otro. No necesitábamos palabras, pues lo que decían los doctores era más que suficiente. Yo tenía los ojos cerrados, pero él apenas podía parpadear. 

—Te vas a poner bien, Ellis —susurraba, con la voz temblorosa—. No ha pasado nada, no ha pasado nada...

Después de eso, recuerdo haber estado sentada en el hospital durante horas envuelta en los brazos de Alex, viendo como pacientes, familiares y doctores iban y venían mientras nosotros nos manteníamos quietos y en silencio, esperando una respuesta. Los segundos parecían horas y aunque tenía unas terribles ganas de dormir, no era capaz de conciliar el sueño. Eran casi las 8 de la noche cuando los padres de Declan salieron por la puerta de emergencias junto al mismo médico que venía con nosotros en la ambulancia. Ambos nos pusimos de pie inmediatamente y los quedamos mirando. Nos dijo que lo acompañáramos a una oficina, donde nos contó todo lo que pasaba. Apenas empezó hablar se armó un torbellino de palabras dentro de mi mente. Lo único que retuve fue:



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En el texto hay: mentiras, amor, amistad

Editado: 31.12.2019

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