Esa mañana Antonella se había despertado con el pie derecho y llevaría a Yaya para su última revisión con el doctor. Puro formalismo, considerando que dos semanas antes le había dado la buena noticia de su recuperación pero con el cáncer lo mejor era estar seguros al cien por ciento y como ya había acabado su tratamiento pues le tocaba su última revisión médica. El doctor Sebastián Salcedo la recibió con el mismo cariño de siempre, abrazándola y deseándole lo mejor a la joven. Cuando le pidió que continuara con su carrera de medicina, ella decidió sincerarse con el médico y contarle la verdadera historia. Se lo merecía por apoyarla en sus momentos más difíciles y por creer en ella. Ya Yaya sabía la verdad, fue imposible mantener la mentira con ella porque la conocía como a sí misma.
Aunque el Capitán ignoraba esa parte, para diversión de las mismas, que se habían jurado tomarle el pelo al minero, haciéndole creer que Yaya se había tragado sus mentiras. Yaya, quería darle un escarmiento por mentiroso y ya se tomaría su tiempo para hacerlo.
El doctor Salcedo escuchó atentamente mientras Nella le resumía como pudo conseguir el tratamiento y curar a su padre de la adicción. Además había decidido vender todo y mudarse a la selva junto a su marido. Y ejercer la medicina ambulatoria en Casablanca, ya que también era lo mejor para su padre, a quien ya iba perdonando.
—Admito que me decepciona un poco que una joven tan brillante como tú decida no continuar la carrera pero entiendo tu punto y sobretodo me tranquiliza que tengas alguien que te apoya. Y haya ayudado a quitarte el gran peso que conllevaba tu vida en la ciudad. Ahora comprendo tu triste semblante y lamento profundamente lo que tuviste que pasar, hija. Humildemente solo espero haberte sido de ayuda.
Antonella abrazó al doctor que parecía un gran Santa Claus mientras Yaya se limpiaba las lágrimas, emocionada. Estaban en el consultorio del doctor Salcedo ubicado en el segundo piso.
—Gracias doctor, por su ayuda. Siempre estuvo apoyándome en la facultad y lo que ha hecho por Yaya… no tengo como pagarle tanto. Solo espero poder tener la misma calidad humana que tiene usted y pueda ser de ayuda en Casablanca.
—Será así. Y me encargaré de irte a visitar allá, muchacha, en tu pequeña clínica que estoy seguro prosperará. No creas que me olvidaré de ti. Eso que harás es algo muy grande, llevarás esperanza a personas que solo han visto pobreza y dificultades, eso es una gran misión, sabía que estabas destinada a algo especial.
Antonella volvió abrazarlo dándole gracias a la vida por haber cruzado en su camino alguien tan bueno como el doctor Sebastián Salcedo quien le había salvado la vida a su nana. Al terminar la consulta tomaron el ascensor y se dirigieron al cafetín donde los esperaban Toribio y Gabriela. La Yaya lanzó la vista al cielo al ver a Gabriela coqueteando con dos jóvenes residentes. La forma que se acariciaba el escote con los botones de la camisa demasiado abiertos para una muchacha decente, la hicieron carraspear. Antonella insistía que aquella jovencita era una comerciante en el pueblito selvático pero se comportaba de forma tan descarada que por momentos la Yaya dudaba que eso fuera cierto. Pero bueno, eso no era su problema, se dijo, mirándola reprobadoramente como lo haría cualquier mamá gallina.
—¿Y bien? —preguntó la joven rubia dejando a sus admiradores siguiendo la estela de su cuerpo curvilíneo envueltos en un jean demasiado ceñido y una camisa, que en otra mujer, hubiera parecido discreta.
—Estamos listas, Yaya ha terminado oficialmente su tratamiento con todo éxito. Y vuelve a ser una mujer sana—exclama Antonella, eufórica.
—¡Aleluya!
—Si me permiten las damas aquí presentes, eso amerita una celebración—añade Toribio, con su escaso metro cincuenta y sombrero de pluma—Mi querida florecita, mi estimada señora María—le toma la mano a la Yaya y en tono galante continúa— la felicito grandemente por su recuperación y déjeme decirle que es usted una flor de loto que renace cada día y se impone ante la adversidad.
—Caramba Tori, pero estás muy galante, con razón te dicen Poeta—replica Gaby chasqueando la lengua—. Pero me pregunto ¿por qué a mí no me dices algo así? ¿O es que me tienes miedo?
Nella entrecerró los ojos y niega con la cabeza al ver el desfachatez de su amiga que ha puesto al pobre Toribio las mejillas rojas y a la nana viéndola con recelo.
—Gabriela…—murmura.
—¿Qué?
—¡Antonella, Antonella, Dios, que bueno que te alcanzo!
—¿Qué sucede Carmina? Creí que había llenado todo lo referente a lo administrativo ¿faltó algo más?
—Cariño, me acaban de decir de arriba que falta la firma de un documento importante y además aclarar algo sobre la renuncia de honorarios del doctor Salcedo.
—Ok, bueno si falta pagar algo creo que puedo conseguirlo. Sería cuestión de una llamada…
—No cariño, lo mejor es que hables con el encargado del área oncológica directamente y le expliques, así él pondrá la firma sin ningún problema. Ven yo te llevo arriba, al tercer piso, no te tomará ni cinco minutos.
—Me esperan un momento aquí ¿si? Pidan lo que quieran que yo invito, bajo en un momento.
—Despreocúpate florecita, yo invito a las damas. Tú haz lo tuyo y acá te esperamos.
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Editado: 21.01.2022