Corazón Dorado

Mala espina

 

 Toribio montó la última caja de licor sobre la camioneta del Capitán. Hacía más de un mes que habían llegado de la ciudad y el Capitán mandó a organizar una gran celebración para el pueblo minero. Sus motivos muy especiales, uno, el haber acabado con el Caníbal. El querer ver el pueblo prosperar. Y, el más importante, celebrar el gran amor que sentía por su mujer. Quería que el ambiente de Casablanca fuera festivo porque así se sentía, generoso y endiabladamente feliz.

Todo estaba saliendo sobre ruedas, incluso recibió una llamada del abogado que había pagado para que llevara los casos de las jovencitas contra Federico De la Cruz. Antes de venirse de la ciudad hizo que Toribio investigara todo lo referente a las mismas y se entrevistó con las jovencitas agredidas para apoyarlas monetariamente. El abogado que le consiguió Toribio era un lince de derecho criminal y nunca perdía un caso. Además, logró que unos tipos del bajo mundo entraran en la celda donde tenían al ilustre doctor para que le dieran cariños de su parte. El resultado, un par de costillas y rotas y algunos dientes menos. Se sentía satisfecho con los primeros resultados, pero el Capitán le había hecho una promesa a Yaya, a la que le había tomado cariño, de que ese infeliz viviría un suplicio en lo que le quedara de vida.

Y por Dios que la cumpliría.

—Si se me permite decirlo, jefecito, va a ser un fiestón.

—Así es, Toribio, la primera feria oficial de Casablanca. Y lo más importante, logramos que asfaltaran la calle principal. No más polvo entre los zapatos.

—Y que lo digas jefecito, ya me estoy preparando para el baile. Pienso gastar la suela de los zapatos sobre ese asfalto abrazado a una bonita señorita.

—¡Esa es la actitud! —el Capitán le dio una palmada en la espalda a Toribio que le hizo trastabillar.

—Le veo muy contento.

—Estoy que no quepo en mí. Esta noche me le declaro formalmente a mi mujer ante toda Casablanca.

El minero le enseñó la joya a Toribio que quedó impactado por el solitario. Dorado y con una esmeralda, que relucía por su verdor. Lo había mandado hacer con sus tesoros, un fragmento de esmeralda que había conseguido hace años y que guardaba en su caja fuerte y el preciado oro de su mina. Era una pieza tan única y llamativa que no parecía el típico anillo usado en las propuestas de matrimonio. Si no una pieza insensatamente hermosa, como la selva misma.

—Preciosa joya—dijo Toribio, admirándola.

—No más que mi mujer—aseguró con un matiz de orgullo, el minero, guardándola en el bolsillo trasero de su vaquero.

—Coincido.

—No más secretos Toribio, Nella sabe todo de mí. Y a pesar de eso, quiere seguir conmigo.

—¡Enhorabuena!

                                                                   ***

Todo era alegría en Casablanca, la otrora calle polvorienta y miserable parecía levantarse e las cenizas como lo haría el Ave fénix. Asfaltada y alumbrada con faroles y banderines de colores, daba la bienvenida a los presentes. La música alegre salía de las bocinas y, entre vítores, Gabriela cortaba la cinta de inauguración de su nuevo almacén.

—Felicidades Gaby—dijo el Capitán estrechando su mano.

—¡Soy una empresaria! —Gabriela se sentía exultante.

Sus rizos contenidos en un moño y los vaqueros le daban un aire formal. Aunque la camisa de estampado animal resaltaba otro aspecto de su personalidad.

—Ya verás que te irá bien—dijo Nella abrazándola con cariño—Todo será diferente a partir de ahora.

—Gabriela, ¿me permitirías ser tu acompañante esta noche tan especial?

Antonella se volvió, dispuesta a encarar al Negro. Pero quedó muda al verlo bien vestido, afeitado y con unas flores en la mano.

—Vaya, vaya, me habían dicho que querías hablarme pero jamás apareciste.

—La señora del Capitán me atajó—respondió el Negro mirando como esa delicada mano, que le había proporcionado tanto placer, se acariciaba el escote sobre el estampado de cebra—. Y me dijo un par de cosas...

El Capitán puso el brazo en el hombro de su mujer como un gesto de apoyo.

—¿Y? —preguntó intimidante.

—Nada, Capitán, solo que me llevó a reconsiderar la situación... y por eso he tardado en aparecer.

—Ah... no sé si deba aceptar, Negro. Las chicas del chiringuito siguen estando disponibles si deseas algo de acción. Ya yo me salí del gremio y no quiero hacerte perder tu tiempo.

El Negro miró esos labios rojo tentadores y esos ojos castaños… y le resultaron tan irresistibles como siempre.

—Esta noche solo quiero bailar y compartir una conversación agradable, Gaby. No me pasaré, te lo juro. Me sentiría desilusionado si no aceptaras.

—En ese caso...

Gabriela se enganchó a su brazo riendo como el niño que se reencuentra con un amigo de travesuras.

—Te has destacado con las flores; quién diría que un día me traerías flores que hasta olor traen—soltó una carcajada tomándolas y disfrutando del aroma—Esa camisa tan elegante no te la había visto ¿Es nueva?

El hombre, oscuro como el carbón, encantado por como la mano femenina le acariciaba la manga de la camisa, contestó:

—Sé que parezco un murciélago vistiendo una sábana, pero quería estar elegante para ver a tan bella mujer.

Los ojos de Gaby bailaron de puro gozo.

—No eres tan feo, querido.

Antonella los miró irse con ojos entrecerrados.

—¿Crees que se comportará?

—Ese hombre siempre ha estado enamorado de Gabriela—confesó el Capitán acariciándole el cabello con cariño.

—¿Siempre?

—Siempre, mi reina—sonrió al ver su cara de estupefacción—. Un amor sufrido si me lo preguntas—deslizó sus manos por su cuerpo hasta llegar a la base de su espalda y pegarla a él—. ¿Que tal si tú yo dejamos a Gabriela, nos concentramos en nosotros y disfrutamos la noche?

Nella se dejó encantar por la magia de las palomitas y el algodón de azúcar y se colgó del cuello de Emiliano cuando este ganó un peluche en el tiro al blanco. Al sonar música suave bailaron acaramelados a la luz de los faroles con sus amigos a su alrededor. Era una noche bonita. Una noche perfecta. Y Emiliano encontró el momento para pedirle la mano entre la algarabía de los presentes.




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