Basil maldijo el momento en el que aceptó esa pelea mientras corría por su vida a través de las calles húmedas de California.
El dolor en su costado estaba amenazando con volverse paralizante y eso le aterraba.
Sujetó el pañuelo contra la herida mientras intentó acelerar sus pasos.
Basil sintió cómo la sangre se filtraba a través del pañuelo, demostrándole que la presión que aplicaba jamás sería suficiente para detener el sangrado mientras siguiera corriendo… no le gustaba seguir dándole vueltas a un asunto como ese en vez de encontrar la solución, pero es que no podía dejar de pensar en que se había arriesgado demasiado al viajar hasta ese lugar.
El siempre había gozado de un gran instinto… No entendía que había fallado en esta ocasión. Todo parecía marchar bien al principio, pero supo que había metido la pata en el momento en que pisó el territorio estadounidense.
Su peor error fue confiar en todo lo que ese hombre le había dicho.
Le aseguró que iba a pelear en un cuadrilátero digno de ser visitado por patrocinadores y entrenadores de boxeo reconocidos... Pero todo fue un engaño. Lo único con lo que se había encontrado al llegar eran un par de guantes raídos y un cuadrilátero compuesto por tierra, delineado con tiza y nada más.
Se sentía furioso consigo mismo, no podía creer que había tomado una decisión tan estúpida como esa.
Como si veintiún años en la calle, valiéndose por sí mismo, no le hubieran enseñado que no se podía confiar en las personas... Menos en quienes prometían el cielo y las estrellas.
Se sentía tan estúpido mientras corría por su vida y se daba cuenta de todos los errores que había cometido hasta ese momento.
Escuchó los pasos y los gritos de sus perseguidores a la distancia, y eso hizo que el miedo clavara sus garras en su pecho.
¿Cuánto faltaba para que él se sintiera cansado, redujera la velocidad y ellos lo atraparan?
¿Cuánto faltaba para que, finalmente, esos hombres le pusieran las manos encima y lo molieran a golpes?
Se sentía como si estuviera corriendo dentro de un laberinto en el que todos los pasillos llevaban al mismo destino... Su muerte.
Porque estaba seguro que, después de haberle dado ese golpe a ese hombre, se iban a asegurar de cobrárselo con la muerte.
Basil pensó que lo más fácil era salir de esa incertidumbre rindiéndose y dejándole todo al destino... Pero, hasta el momento, el destino había sido una perra con él, así que lo mejor era seguirse resistiendo a la idea de que la suerte, la casualidad o el destino, decidieran sobre su vida.
Mientras pensaba en eso vio cómo aparecía frente a él un pequeño callejón que llevaba a la que parecía ser otra calle. Desde esa distancia podía notar que estaba repleta de tiendas y era bastante concurrida.
Pensó que, de seguro, era un golpe de suerte.
Corrió otra vez del callejón y vio como a las luces del otro lado de la calle parecían ser mejores que las de las calles en las que él había estado corriendo.
Él pensó en que era imposible adentrarse en una calle como esa sin llamar la atención.
Su costado seguía sangrando, y él estaba seguro de que eso frío que le humedecía las manos no podía ser transparente.
Sintiendo que se le acababa el tiempo, se apresuró a esconderse detrás de uno de los contenedores que habían en el callejón.
Se escondió y comenzó a rogar al cielo que no lo encontraran, pero justo en ese instante sus ruegos se vieron interrumpidos por el sonido de pisadas apresuradas.
—¡Maldita sea! ¡No puede haber corrido hacia esa calle! ¡Estaba sangrando demasiado!—rugió uno de los hombres, haciendo que Basil se encogiera un poco más en su lugar.
—¿Crees que se quedó atrás?—preguntó otra voz.
—¡Estoy seguro de que se escondió en la calle que te dije!... ¡Era oscura y el lugar perfecto para que alguien sangrando se escondiera! Pero te empeñaste en seguir y ahora lo perdimos... ¡Maldición!— gruñó el otro tipo.
—Son unos buenos para nada. Maldita sea... Encima, conseguí traer a ese imbécil por la vía legal para nada. Si lo perdemos esta noche se quedará aquí de forma legal. No hay forma de que lo reporte sin que descubran nuestro negocio.—dijo esa voz que Basil tanto conocía y odiaba. La voz del traidor que le había pintado todo el sueño americano, asegurándole que iba a potenciar su carrera como boxeador. El idiota que le prometió más dinero y una pelea justa; pero que en realidad sólo lo había estado usando para que sirviera de carnada contra otro boxeador más experimentado.
Basil siguió pensando en eso y alimentando su odio, mientras escuchaba cómo los hombres debatían y maldecían, asegurando que él estaba escondido cerca.
Por suerte, eran tan idiotas que no podían imaginar lo cerca que estaban de él.
Por cosas del destino, ninguno de los hombres se atrevió a adentrarse en el callejón. Aseguraban que sería una pérdida de tiempo que él hubiese cruzado hacia la calle que estaba más iluminada... Sabían que él estaba herido, así que no iba a exponerse para que le hicieran preguntas. También tenían claro que el inglés de Basil no era muy bueno.