Esa tarde, al volver a nuestra casa, decidimos con mi hermana que debíamos contárselo a nuestros padres porque esa semana de penitencia no les habíamos dicho.
Cuando llegó la tardecita, les contamos a nuestros padres. Se pusieron muy tristes, porque no les habíamos contado el problema y habíamos sido acusadas de algo no hecho. Bueno, en realidad mi hermana no había hecho nada. Yo si, había dicho cosas feas a Martha y sus hermanas, pero se lo merecían.
A la mañana siguiente, papá nos llevó a la escuela y al llegar, pidio hablar con la directora. Le manifestó su descontento por lo sucedido, porque no le había contado lo sucedido. La directora le pidió disculpas a papá, pero él le contestó que el mal momento que habíamos pasado no nos lo iba a borrar nadie.
Y así fue, pues hoy, 45 años después, me acuerdo muy bien de esos días. ¿Cuánto daño podemos hacer con nuestors actos? Mucho, y a veces, nos marca por el resto de nuestros días.
Pero, también recuerdo que a partir de ese día, fuimos niñas incluidas en el grupo de alumnas de la Escuela N° 22.
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