Cuando fui niña en casa hubieron varios perros, pero hubo uno, que fue especial: Corkis.
Corkis fue un perro que desde que llegó a casa, los quisimos todos. Era de color negro y blanco, y su pelaje era corto. Le gustaba dormir encima de mis pies en la cama, pero a veces desaparecía y no lo podíamos encontrar. Era porque se metía adentro de mi ropero, y allí dormía durante varias horas.
Cuando jugábamos con mis hermanos a la escondida, él siempre nos descubría adónde estábamos escondidos porque iba y se metía en el lugar que habíamos elegido para escondernos. Al principio nos enojábamos con él, pero después nos dimos cuenta que él también quería jugar, así que empezamos a invitarlo a esconderse con nosotros. El único problema era que se escondía, pero enseguida ladraba para avisar dónde estaba escondido. Y era obvio, que adónde él estaba, había alguien escondido.
No era un perro trabajador, sino que se podría decir que era un compañero juguetón y compañero de nosotros, por eso fue que nuestros padres quisieron que él fuera nuestro perro. Corkis vivió muchos años con nosotros y fuimos muy felices con él.
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