Esa semana de clases en pleno mes de junio fue toda una tortura. El pronóstico del tiempo no era muy alentador, pues anunciaba vientos, lluvias torrenciales y baja de temperatura. Encima no iba a haber ningún día libre esa semana, por lo tanto debía asistir a clases si o si.
El lunes amaneció el día nublado, un tanto tormentoso. LLévate el paraguas por si llueve, dijo mi padre. Claro, lo que nunca se imaginó fue que fuera a llover tan fuerte y con tanto viento, que al abrir el paraguas, el mismo se transformara en un pedazo de paraguas.
Cuando salí de casa, la tormenta se iba acercando lentamente. A unos pocos kilómetros, comenzó a tronar y algunos compañeros gritaban cada vez que escuchaban el sonido de un trueno. El chófer los miraba por su espejo y simplemente sonreía.
De pronto, el viento comenzó a soplar muy fuerte y cerramos todos rápidamente las ventanillas del ómnibus a solicitud del chófer. La lluvia se hizo presente en forma inmediata, y era tan fuerte que el chófer disminuyó la velocidad del bus, porque nos dijo que estaba viendo muy poco la ruta.
Algunos compañeros se acercaron a él y le pidieron que se detuviera, que no era necesario continuar la marcha, que podíamos esperar un momento. Pero él les contestó que iba a seguir un kilómetro más, porque sabía que había un compañero esperándonos y que seguramente se estaba mojando.
Fue así como continuó la marcha, hasta llegar a Roger, que efectivamente nos estaba esperando, subiendo todo mojado al bus porque ni siquiera tenía una campera de nailon para protegerse. Pero, los que ya veníamos en el bus, tampoco estábamos totalmente secos, pues había varias goteras que fue imposible esquivarlas porque eran varias.
Cuando la lluvia disminuyó un poco, proseguimos la marcha hasta llegar a Tarariras. Allí continuaba lloviendo, pero además hacía mucho frío. Durante toda la semana, estuvo así el tiempo por lo que estuvimos que acostumbrarnos a pasar frío, mojarnos y tratar de sobrellevar de la mejor manera posible, esa semana lluviosa.
Yo sólo pensaba en mi regreso a casa: sentarme al lado de la estufa calentita para disfrutar de unos ricos mates y una charla amena con mi familia. ¡Qué lindo momentos y qué bueno poder llevarlos en mi memoria!