Claire estaba agotada. Físicamente y mentalmente. Apenas se acababa de levantar de su cama cuando notó el dolor en la cabeza. Tanto tiempo aparentando, tejiendo redes mentales, siendo precavida al máximo... Le estaban pasando factura. Tras mentalizarse, se levantó y se dispuso a comenzar el día.
Con ayuda de sus criadas se puso el vestido azul marino y le ataron su sedoso cabello rubio con una cinta rosa pastel. En su cabeza, una pequeña tiara de diamantes la coronaba dejando ver su alta posición. Con un suspiro, salió de su gran habitación y se fue hacia la sala de reuniones. Como heredera, debía atender ciertos asuntos del reino junto a su madre y unos ministros.
Se encontró a su hermano menor al girar el pasillo hacia la sala. Iba vestido con un peto, unos cómodos pantalones marrones y una botas del mismo color. Con un solo vistazo, la chica supo adonde iba su hermano.
-Hermana, te veo cansada. - saludó él. En respuesta, Claire asintió levemente
-Te veré en el entrenamiento. - concluyó con un suspiro.
Claire negó con la cabeza cuando la silueta de su hermano desapareció entre los corredores. Ya le gustaría a ella ser la segunda nacida y no la heredera. ¡Tan solo debía ver a su hermano! Lo bien que vivía sin tener todas aquellas responsabilidades en sus hombros como ella.
Con una cara de máxima indiferencia y frialdad, empujó la doble puerta de madrea de la sala de reuniones. Allí, ya se encontraban todos los ministros reunidos en la mesa de madera. Claire, se posicionó al lado de su madre, en la cabecera, ignorando todas las miradas que los hombres de la habitación le lanzaban de soslayo. Conteniendo un suspiro de rabia, tuvo que calmarse y componer su mejor sonrisa inocente. Deseaba qué todos aquellos patéticos ministros creyesen que era una dulce jovencita manipulable e inocente cuando, en verdad, podía dejarlos muertos del más profundo terror. Pues Claire era una bruja, a parte de hielo, mental. Con un amplio conocimiento sobre dicho campo, era capaz de hacer revivir las peores pesadillas y miedos, controlar a su antojo los pensamientos y sentimientos, insertar y borrar recuerdos. Pero, aquello no era lo que la transformaba en alguien peligrosa. Lo que la hacía peligrosa, era que aquel don, nadie lo sabía. Claire había logrado mantenerlo oculto durante años y lo había desarrollado gracias a sus escapadas nocturnas hacia la biblioteca y las múltiples veces que experimentaba.
La joven dejó de sonreír cuando creyó que los ministros ya habían bajado la guardia. Sabía muy bien cómo manejar a los que tenía a su alrededor. Tal vez su don la ayudase. Por ello, siempre salía victoriosa en algún aprieto o problema. Claire no prestó demasiada atención a lo que estaba diciendo su madre. Pues ya había sabido los detalles gracias a su don. Una cosa remarcable era que, a diferencia de los pocos mentales que quedaban y eran cazados por su alto peligro, cuando ella se metía en sus pensamientos, la misma persona no notaba que alguien se estaba metiendo en su cabeza ya que normalmente la intrusión venía acompañada de un leve mareo y dolor de cabeza en los mejores casos y un dolor infernal en los peores. Pero Claire, era una gran excepción. Nada notaban cuando se infiltraba en sus mentes.
Cuando por fin se acabó la reunión, la chica estuvo aliviada. Odiaba aquellas reuniones. Se le hacían eternas. No por los asuntos, eso no le importaba, sino por la constante presión de los ministros para obtener más poder. Aquello era lo que menos podía soportar. Pero ya estaba acostumbrada.
Se fue directa a su habitación con intención de cambiarse de ropa y bajar a la arena. Pero, cuando iba entrar a su habitación, un ministro se cruzó con ella. Claire no pudo evitar fruncir el ceño al notar lo fuerte que era lo que estaba pensando. Desconfiada, se metió en sus pensamientos palideciendo de golpe al saber sus intenciones. Rápidamente, salió de allí. No pudo evitar estremecerse ante los oscuros pensamientos de aquel hombre. Entró a su habitación y cuando no vio a nadie, se tiró a su cama sin importarle si arrugaba su vestido o no era propio de una princesa. Minutos después, tomó una dura decisión. ¿Los ministros la querían ver muerta? No obtendrían aquel placer. No se lo iba a dejar tan fácil. Que siguiesen soñando.
Claire se levantó y se fue hacia su armario para cambiarse. Cuando tuvo su uniforme entre sus manos, se dirigió detrás de la cortina para cambiarse. También se hizo una coleta alta. Ya lista, se apresuró a bajar a la arena para dejar salir toda su frustración en el campo de lucha. Ese día patearía muchos traseros. Cuando llegó allí, se fue directa a la armería y cogió el arco reservado especialmente para ella. Una cosa que cabía destacar era, que Claire era excepcionalmente buena en aquella arma. Jamás fallaba. Podía atinarle tranquilamente a una diana a 200 metros. Y con ayuda de sus poderes, era capaz de darle a 400.
Se puso el carcaj en sus hombros y comenzó a lanzar flechas a diestro y siniestro. Nadie se interponía en su camino por miedo a terminar con una flecha clavada en alguna parte de su cuerpo. Sabían que Claire estaba estresada o enojada. Pues pocas veces eran las que se ponía a disparar con tanta fuerza que algunos temían que la cuerda del arco se rompiese. O la diana, de paso. Finalmente, media hora después, su hermano le preguntó si quería unirse a las rondas de lucha. La chica, distraídamente, asintió. El tiro con arco siempre la relajaba y le permitía sentirse ajena a los problemas diarios que tenía.
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Editado: 05.01.2021