Court

Capítulo II

Por la noche, a medianoche, Claire se levantó de su gran cama para ir hacia el vestidor

Por la noche, a medianoche, Claire se levantó de su gran cama para ir hacia el vestidor. Abrió el armario y cogió una muda de ropa sencilla: una camisa gruesa beige y unos pantalones de su talla junto a unas botas. Tras eso, también cogió una capa negra con capucha la cual se subió. Con una bolsa con todo lo que necesitaba, fue tranquilamente hacia la salida para después salir de su habitación. El pasillo, estaba oscuro excepto una antorcha que colgaba a su lado. Fundiendose entre las sombras, bajó las escaleras hasta llegar a la planta baja donde también estaba desierto. Claire no se detuvo en el vestíbulo sino que siguió caminando todo recto hasta llegar a una puerta de madera que conducía a las cocinas. Sin mucho esfuerzo, pudo entrar allí e irse a la puerta de madera que daba al exterior.

La joven resopló en cuanto salió afuera y nadie la detuvo. Ni siquiera la miraron más de dos veces. Si alguna vez volvía, debía advertir de aquello. Sería demasiado fácil penetrar en el castillo con aquella penosa vigilancia. Aunque Claire debía admitir que ella había recibido un entrenamiento especial para ese tipo de actividades.

La joven se perdió entre la espesura del bosque y la oscuridad de la noche sin que nadie detectase su escapada. Debía admitir que le había resultado mucho más fácil que las otras veces. Pero aquella vez, no volvería. Había leído suficiente en la mente de aquel ministro para saber que nada le detendría y tendría su cabeza entre sus manos. Y ella no lo iba a permitir. Sobre su cadáver.

✵✵✵

Al amanecer, Claire llegó a un pueblo. Intentando pasar inadvertida, se bajó la capucha, pues alguien con capucha sin revelar su rostro sería demasiado sospechoso. Sus rubios y castaños rizos ondearon libremente en el aire. Tranquilamente fue caminando entre aquel pueblo. En su camino se topó con mujeres extendiendo ropa, niños jugando y hombres, al igual que mujeres, trabajando.

Unas horas después, Claire se acercó a un lugar donde la gente se aglomeraba invadida por la curiosidad. Fue apartando a la gente de su camino hasta llegar a casi el centro. Allí, un joven chico de su edad, hacía malabares. A la muchacha no le hubiera parecido nada del otro mundo si no fuera porque lo hacía con malabares de fuego. Se removió algo nerviosa al notar el calor que aquellas bolas desprendían. Claire podía soportar unas muy bajas temperaturas, pero se le hacía imposible hacerlo con las altas. Era una bruja de hielo, el fuego no era su elemento. Ni el calor.

Inspiró y el frío aire le llenó los pulmones relajandola y dejando que disfrutara del espectáculo. Sonrió ante la facilidad con el chico manejaba su elemento. Se notaba que era un forastero pues, aparte de la demostración de su elemento, su cabello rojo y ojos ámbar lo delataban. En aquel reino, muy pocos eran los que nacían con aquel tono de cabello y aquellos ojos. Normalmente eran rubios y con ojos de tonos azules.

Claire aplaudió con fuerza uniéndose a los demás en cuanto el espectáculo acabó. Poco a poco la gente se fue dispersado a medida que el tiempo pasaba. La chica se quedó unos minutos más y también se fue. Faltaba poco para que oscureciera y aún tenía que buscar algún lugar para pasar la noche. Llevaba bastante monedas en su bolsa como para que le durarán una semana si lo utilizaba bien. Tiempo suficiente como para llegar a su destino. Feyre. Una ciudad fronteriza con Vaner, el reino de los cazadores. Allí, pasaría unos días para esperarlo pues habían quedado como siempre. Cada mes. Normalmente, Claire se hubiera teletransportado pero, aquello gastaba mucha energía y solo podía hacerlo una vez al mes si no quería que su núcleo mágico, el lugar de origen de su poder, se debilitara demasiado.

La chica siguió con su camino intentando llegar a alguna posada. Poca gente quedaba por allí. Ya que cuando el sol desaparecía, cosas oscuras ocurrían. En muchas ciudades jóvenes desaparecían. Jovenes que salían de su trabajo tarde. Ni siquiera la Guardia Nocturna, el grupo de élite que lideraba la heredera, había encontrado algo. Habían llegado rumores que en los otros reinos, también hechos similares habían ocurrido. Algo inaceptable pues era una gran muestra de debilidad. Y ninguno de los cuatro reinos debía mostrar cualquier debilidad para que los cazadores pudieran utilizar en su contra.

Diez minutos después, Claire entraba por una pequeña y sencilla posada. En el mostrador, un hombre la aguardaba. La joven arrugó su nariz en oler el aroma de alcohol. 
-Buanas noches, hay alguna habitación libre? - el hombre la miró de abajo arriba sin pudor alguna. Claire se removió incómoda. No le gustaba para nada aquella mirada. 
-Por supuesto. Tres monedas de cobre por noche. - le dijo con un tono lascivo. A Claire le entraron arcadas. Era repulsivo. Conteniendo las ganas de utilizar su poder, la chica le puso tres monedas de cobre y giró rápidamente hacia las escaleras. Perdida, la chica se detuvo en el pasillo de arriba. Allí habían muchas —demasiadas— puertas. Maldijo mentalmente al posadero y se dispuso a utilizar su magia mental para localizar las mentes de las personas detrás de aquellas puertas. Fue avanzando hasta llegar a la quinta puerta. Sonrió al notar que no estaba ocupada y, de golpe, entró sin pudor alguno. Tal y como esperaba, no había nadie. Claire entró en la pequeña habitación que contaba con una cama y una pequeña mesita de noche al lado. La chica se tiro a la cama agotada y se dispuso a dormir. Pero el rugido de su estómago la detuvo. Con un suspiro, se levantó de nuevo y, muy renuente, bajó las escaleras que la llevaban al comedor. Eso suponía. No se equivocó cuando oyó a personas hablando animadamente y risas. La joven entró y vio a cinco mesas repartidas por todo el lugar. En el final, vio una desocupada así que se dirigió allí. De camino, pasó por al lado de un grupo de hombres. Uno, la agarró del antebrazo impidiendo le seguir. Claire giro la cabeza fulminandolo con sus fríos y penetrantes ojos azules. El hombre, lejos de amendrarse, se rio estruendosamente. La joven, al ver que el acohol se había subido a la cabeza de aquel hombre, le dio un codazo. El golpe sirvió para que la soltara. Rápida como un rayo, se deshizo del otro brazo que intentaba apresarla y se dirigió a la última mesa. Se sentó y una chica de su edad la atendió. La joven pidió la cena del día que resultó ser un puré de patates con un trozo de pan. Cuando la chica se fue, Claire vio como los hombres de antes se acercaban a ella con unas sonrisas malévolas pintadas en sus rostros. La bruja no tuvo que pensar mucho para saber lo que aquellos deseaban.




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