Aunque preciosa y joven, resultaba ser una mujer que ya había perdido toda su candidez. Sus progenitores le hurgaban cada día que debía verse pulcra y elegante para todos los hombres, sin embargo debía tener siempre presente que ninguno podía tocarla, como si fuera una flor inmarcesible que cualquier tacto podría hacer marchitar.
Seguidamente de haberse acicalado, pasó por los marcos de fina madera que yacían superpuestas a las puertas y se aventuró a andar sin desazón como avezaba diariamente por el bosque que su palacio contenía, importándole vagamente si sus padres eran concientes de ello. Al pasar unos veinte minutos posó sus carnosos glúteos sobre el tronco de siempre para proceder a leer los libros eróticos que tanto le gustaban, pero no pudo terminar ni media página a causa de que una bola verde con líneas amarillas trepó de un brinco a su lado.
—¡Ah, un batracio!
Exclamó con sorpresa y temor. Luego quedó impactada con la boca abierta al contestar el anfibio:
—¿Pero qué son esos modos? Te gustan los libros caros, ¿eh? —Intentó acercarse, pero la dama pegó un salto intentando escapar—. ¡Hey! ¿No eres la princesa Luhía de Taraxia? Estuve viendo el festejo que te hicieron por tus dieciocho.
—¿Hablas? ¿De Verdad? Perdí la cabeza o... —La dama levantó el libro que sostenía para atisbarlo, buscando una explicación.
La masa viscosa de sangre fría arqueó su espalda para elevar su cuello en un intento de postura elegante.
—Mi niña, soy parte de la realidad; mi existencia no puede ser negada. He sucumbido en este estado a causa de que una... anciana me metamorfoseara.
—¿Y por qué razón una adulta mayor haría una cosa de esas?
En respuesta, el animal solo ladeó su cabeza.
—Entonces, ¿por qué traes un biquini?
Evitando el cuestionamiento de la mujer, puesto que la respuesta era obvia, el anfibio comentó:
—Supuestamente, solo una dama joven y guapa puede deshacer el conjuro que en mí ha sido vertido.
—¿O sea que si tiene cuarenta y siete años y es fea no puede hacerlo?
—No nos pongamos técnicos, señorita, ¡ayúdeme!
—¿Y de qué manera? —cuestionó seguidamente.
—Parecía que te gustaba la literatura pero ¿no puedes deducir la respuesta en base a los típicos cuentos de princesas? —pausó—. ¡Únicamente con un beso acendrado, hija mía!
—Oh... No creo que esperes un beso por mi parte. No quiero que me salgan verrugas en los labios.
—¡Por favor, querida mía! Te daré todo lo que me pidas; aunque siendo una princesa, ya de por sí todo deberías de tener.
La jovencita se quedó un momento pensativa, analizando todas las posibilidades de lo que podía conseguir y espetó:
—Me gustaría sacar a la realidad lo que he leído en mis libros eróticos favoritos —Tapó su sonrisa con el libro que aún sostenía.
En un tono seductor, la princesa obtuvo en respuesta:
—Bueno, en mi caso puedo complacer ese deseo tuyo. Cuando vuelva a ser humano gracias a ti, te enseñaré mi falo de veintitrés centímetros. En caso de que no me crea, por favor, ayúdeme como un filántropo a personas necesitadas: ¡por amabilidad!
La joven, crédula, se emocionó suponiendo que la afirmación previa se haría realidad y aceptó asintiendo con voz seria. Aun con la repugnante vista de un sapo rebosante de babas, la doncella, con esfuerzo, bajó su cabeza hasta él, puesto que no se animaba a ponerlo en sus manos para levantarlo.
Al separar sus bocas y la princesa haber limpiado la suya, una luz dorada se ciñó circundante al batracio, reflejando ante la princesa un hombre alto y apuesto vistiendo una armadura de acero moldeada a sus tonificados músculos. Dos segundos después la luz desapareció, dejando a un hombre-sapo con vello axilar y biquini amarillo en su lugar. Seguidamente, mientras la princesa lo observaba detenidamente y con la boca abierta, otra luz apareció, esta vez ceñida en ella y, de un segundo a otro, esta lucía como una mujer-sapo con verrugas.
Justo al momento en el que se revisó su cuerpo, exclamó:
—¿Pero qué me has hecho? ¡Te voy a arrancar la cabeza!
Pero antes de haberle puesto sus manos encima, una carta que despedía humo magenta se hizo presente frente a sus ojos, la cual se leyó a sí misma instantáneamente con voz de señorita:
—"Por serle infiel a mi hija con siete mujeres, te maldigo como la rata que eres, Sergio. Y, para la mujer que ha intentado deshacer mi magia puesta en este cerdo, te pregunto: ¿cómo se te ocurre besar a un sapo? ¿Sabes las bacterias que tienen? Por mensa, ahora tú también quedas maldita, ¡pero no solo en apariencia! No, no, no. Yo no me ando con pequeñeces. Ahora también tendrás SIDA. Toma, por creerte que la vida real es un cuento de hadas. Con amor y odio (pero sobre todo odio), Asmel, la bruja/hechicera/satánica de ubicación desconocida, porque después me encuentran y me cae una demanda".
La deforme princesa, al finalizar la lectura, aspiró con fuerza y persiguió al hombre entre palabras malsonantes por todo el bosque de su palacio.
Editado: 16.12.2020