Dicen que la adolescencia es una de las mejores etapas de la vida, no hay preocupaciones, no hay tantas responsabilidades, pero a pesar de todo es una etapa donde pasas por experiencias que enriquecen. Ese verano del año 95 fue el comienzo del cambio, esa transición que no muchos esperan, pero que otros anhelan con mucho ímpetu. Como les decía para esos años vivía en el gran Santiago, del cual en no conocía más que el Mall, el colegio, el pasaje donde vivía y la panadería o la botillería donde me mandaban a comprar. Eran años de inocencia y juegos infantiles, de olvidar el pasado que había dejado huellas en un país inundado por el pesimismo; era el tiempo donde te empiezas a redescubrir y darte cuenta que estás creciendo.
En esos días yo recién había salido de octavo de primaria, e iba a comenzar mi gran paso, la enseñanza media, donde se comienza oficialmente a entrar en las grandes ligas, chicas hermosas, lucha de hombres por destacar entre las féminas, pero para esos días yo, solo me paraba en la reja de mi casa, mirando como mi cuerpo se movía torpemente, y buscando la respuesta a la gran pregunta ¿Quien soy?.
—Hey, Benja, vamos a jugar a la pelota—. Me invitó.
—No tengo muchas ganas, tu sabes, ando en esos días que no ando con muchos deseos de hacer algo—. Le expliqué
Mi mejor amigo, Victor, me miraba con calma, como tratando de entenderme, a veces era paciente pero otras no, aunque yo le aguantaba sus cosas relacionadas con los Ovnis y cosas así, además de la KuKy.
—Mira, ahí viene la Kuky, ¿porque no la vas a saludar?—. Lo traté de asustar.
A mi mejor amigo le gustaba Kuky desde que llegó al pasaje, hace dos años, pero nunca se atrevió a decírselo, pero estaba seguro que con mi ayuda lo podía lograr.
—Que chistoso. Vamos a buscar al Rorro y al Juan mejor—. Me pidió
—Eres un miedoso—. Me reí de él.
Era obvio que ambos se gustaban, pero no se atrevían a decirse lo que sentían el uno por el otro; que daría yo por que una chica mostrara ese interés por mi. Fuimos hasta la entrada del pasaje a buscar al Rorro y al Juan, que después de nuestros gritos ensordecedores salieron, para variar el Juan comiendo pan y el Rorro con la cara de sueño que se le marcaba las ojeras.
Nos pusimos a chutear a los árboles que usábamos como Arcos que teníamos en el medio de la plaza, mientras conversábamos.
—Este año vamos a ir a estudiar a un colegio de Providencia, cómo está lejos de acá, mis papás quieren cambiarse para allá—. Contó el Rorro.
—¿Pero es seguro?—. Preguntó el Cabezón.
—No sabemos, pero están viendo—. Contó con tristeza Juan.
Mientras tirábamos al Juan que era el arquero, nos dimos cuenta que Kuky había llegado al pasaje y estaba con las hermanas Monti mirando como jugábamos a la pelota, yo por supuesto le hice un gesto a Victor, pero el solo miró hacia otro lado.
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—Que pasa cabros, acá llegó el rey—. Se acercó a nosotros el Diego Sieguele.
Diego es hermano mayor de Kuky, era el más deportista del grupo, ya que le gustaba jugar basketball igual que el papá; de hecho para tener un año menos que yo, trece, ya media 1,73, era bastante alto. Diego se quedó jugando con nosotros, mientras las chicas susurraban cosas mientras nos miraban jugar. Era raro, hace un par de años jugábamos todos juntos como si nada, pero ahora ella nos miraba con vergüenza y temor, tal vez era porque estábamos creciendo.
Luego de esa mañana de fútbol, llegó la hora del almuerzo, así que me fui a lavar las manos para luego sentarme a la mesa para comer lo que había preparado mamá. Mientras me lavaba las manos me di cuenta que una espinilla me estaba creciendo justo en la frente, era horrible.
—No puede ser, esto es terrible—. Me la toqué con suavidad.
—Hey Benja ¿pasa algo?—. Me golpeó la puerta mi mamá.
—No mamá, altiro salgo—. Respondí fastidiado.
La hora de almuerzo es la hora de estar juntos como familia, de contarnos nuestras cosas, pero en mi familia casi siempre se comía en silencio, porque según mi papá, así la comida entraba en provecho de mejor manera. Hasta que un torpe tenía que interrumpir todo.
—Oye Benja, tienes la media espinilla en la frente—. Se rió de mi desgracia Javier mi hermano del medio.
—Ja,ja que chistoso—. Respondí enojado.
—Son cosas naturales, ya no molestes a tu hermano—. Le pidió mi mamá.
—Ya... Mi unicornio azul ayer se me perdió...—Empezó a cantar.
—Javier, no escuchaste a tu mamá—. Lo miró indignado mi padre.
La mirada fulminante de mi papá hizo que todos guardáramos silencio, hasta que alguien más tenía que abrir la boca.
—Sabes papi, creo que ya estoy en edad de tener novio, prácticamente soy mayor de edad—. Reclamó sus derechos mi hermana Paloma.
Oh, oh, parece que alguien le había echado bencina al fuego. Mi padre como era de esperarse golpeó la mesa enfurecido, mi familia era bastante conservadora y le importaba mucho la reputación que podía tener frente a los demás.
—Ya te dije que si vas a tener un noviecito es para estar toda la vida con el ¿Soy claro?—. Expuso su punto de vista mi padre.
—Pero a ellos si los dejas porque son hombres—. Se quejó.
—Tu eres mujer, no quiero que cualquiera esté contigo para aprovecharse de ti, así que mi respuesta es no—. Fue la sentencia de papá.
A veces mi papá era bastante duro, pero creo que lo hacía para protegernos, sobre todo a mi hermana. Luego de ese almuerzo me fui a recostar a mi pieza, el cuarto estaba en el medio del segundo piso, era pequeño pero alcanzaba mi cama, un velador y tenía un closet para mi ropa. Ahí acostado me puse a pensar en mi, en lo que estaba pasando conmigo, con mi familia, en lo que venía, hasta que alguien interrumpió, mi meditación post almuerzo