Crepusculo [knj x ksj] |adaptación| #1

10. Las invitaciones. [Namjoon]

El instituto. Ya no era el purgatorio, ahora había mudado en el mismísimo infierno. Tormento y fuego… Sí, ambos me acompañaban allá donde iba.

Lo hacía todo como se esperaba de mí. Ninguna «i» sin su punto, ninguna «t» sin su cruz. Nadie podría acusarme de eludir mis responsabilidades.

Para complacer a Sunny y proteger a los demás, me quedé en Ulsan. Retomé mi antigua rutina. No cazaba más que el resto. Acudía al instituto a diario y me hacía pasar por humano. Aplicaba el oído a cualquier pensamiento relativo a los Jung; nunca había novedades. El chico no compartió con nadie sus sospechas, ni una palabra. Se limitó a repetir la misma historia —yo estaba a su lado y la había apartado de la trayectoria de la furgoneta— hasta que los fisgones se aburrieron y dejaron de pedir más detalles. No había peligro. Mi precipitado acto no había perjudicado a nadie.

A nadie salvo a mí.

Estaba decidido a alterar el futuro. Tal vez no fuera la aspiración menos ambiciosa del mundo, pero era la única alternativa con la que me veía capaz de vivir.

Jimin sostenía que yo carecía de la capacidad de autocontrol necesaria para mantenerme alejado del chico. Le demostraría que se equivocaba.

Pensé que el primer día sería el más complicado. Antes de que terminara la jornada, estaba seguro de haber acertado. Por desgracia, me equivocaba.

Iba a herir los sentimientos del chico y eso me entristecía. Me consolaba pensando que su dolor sería poco más que un pinchazo —apenas el insignificante aguijón del rechazo— comparado con el mío. Jin era humano e intuía que yo era algo distinto, un engendro aterrador, un error. Con toda probabilidad, cuando yo lo ignorara y fingiera que no existía, el experimentaría más alivio que dolor.

— Hola, Namjoon —me saludó el primer día después del accidente en clase de Biología. Empleó un tono afable, amistoso, un giro de ciento ochenta grados respecto a la última vez que habíamos hablado.

¿Por qué? ¿Cómo debía interpretar ese cambio? ¿Había olvidado lo sucedido? ¿O concluido tal vez que la imaginación le había jugado una mala pasada? ¿Me habría perdonado por incumplir la promesa de contarle la verdad?

Las preguntas me quemaban como la sed que me asaltaba con cada respiración cuando el estaba cerca.

Solo un instante para mirarla a los ojos. Lo suficiente para buscar en ellos las respuestas…

No. No podía permitirme ni siquiera eso. No si estaba decidido a cambiar el futuro. Giré levemente la barbilla hacia el sin despegar la vista de la parte frontal del aula. Asentí una vez y volví la cara al frente.

Fue la última vez que me dirigió la palabra.

Por la tarde, tan pronto como terminaron las clases y di mi interpretación por concluida, corrí en dirección a Seoul, igual que el día anterior. Tenía la sensación de que manejaba mejor el dolor cuando sobrevolaba la tierra, tan rápido que el paisaje a mi alrededor mudaba en un borrón verde.

Aquella carrera pasó a formar parte de mi rutina diaria.

¿Lo amaba? No lo creía. Todavía no. Sin embargo, las imágenes del futuro atisbadas por Jimin se habían grabado a fuego en mi retina y ahora comprendía lo cerca que estaba de enamorarme de Jin. Amarlo sería igual que una caída: un acto que no requiere el menor esfuerzo. En cambio, resistirme a su amor era lo opuesto a caer. Me sentía como un mortal escalando un precipicio centímetro a centímetro, una tarea infinitamente ardua cuando tus fuerzas son exiguas.

Transcurrió más de un mes, y cada día me costaba más sostener mi decisión. No podía entenderlo. Seguía esperando el día en que superara el dolor, en que este se tornara más llevadero o se estabilizara, al menos. Esto debía de ser a lo que se refería Jimin cuando predijo que no podría mantenerme alejado del chico. Había entrevisto la escalada del dolor.

Sin embargo, yo podía con ese sufrimiento.

No destruiría el futuro de Jin. Si estaba destinado a amarlo, ¿acaso evitarlo no era el mayor acto de amor, por su propio bien?

Ahora bien, esquivarlo ponía a prueba mis capacidades. Podía fingir que no estaba y no volverme nunca a mirarlo. Podía fingir que no me interesaba. Pero lo cierto era que seguía pendiente de cada soplo de aire que aspiraba, de cada palabra que pronunciaba.

No podía mirarla con mis ojos, así que lo observaba a través de los ojos ajenos. La gran mayoría de mis pensamientos giraba en torno a el, como si fuera el centro de gravedad de mi mente.

Mientras este infierno proseguía, clasifiqué mis tormentos en cuatro categorías.

Las dos primeras las conocía bien. Su aroma y su silencio. O, más bien —por responsabilizarme de ellos, como correspondía—, mi sed y mi curiosidad.

La sed era el más primario de mis suplicios. Me había acostumbrado a no respirar en absoluto en clase de Biología. Por supuesto, siempre había excepciones: cuando debía responder a una pregunta y necesitaba el aliento para hablar. Cada vez que paladeaba el aire en torno a el me sentía igual que el primer día: fuego, necesidad y una violencia brutal que pugnaba por ser liberada. Me costaba un esfuerzo enorme aferrarme mínimamente a la razón o a la fuerza de voluntad en esas ocasiones para no flaquear. E, igual que aquel primer día, el monstruo que había en mí rugía casi a flor de piel.

La curiosidad era el más constante de mis tormentos. La pregunta jamás abandonaba mi mente: ¿Qué estará pensando ahora? Cada vez que lo oía suspirar. Cuando pasaba sus dedos por su cabello con aire distraído. Cuando dejaba caer los libros contra el pupitre con más fuerza de lo habitual. Cuando entraba corriendo porque llegaba tarde. Cada vez que golpeteaba el pie contra el suelo de pura impaciencia. Cada uno de los gestos que atisbaba por el rabillo del ojo se me antojaban un misterio enloquecedor. Cuando hablaba con los otros compañeros humanos, yo analizaba sus palabras una por una, su tono de voz. ¿Estaba expresando sus verdaderos pensamientos o solo decía lo que creía que era correcto? A menudo tenía la sensación de que se esforzaba en decir lo que su interlocutor esperaba de el, y eso me recordaba a mi familia y a nuestra función cotidiana; nosotros fingíamos mejor que el. Sin embargo, ¿por qué habría el de interpretar un papel? Era uno de ellos: un adolescente humano.



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En el texto hay: crepusculo, bts, namjin

Editado: 01.05.2024

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