Crepusculo: Luna Nueva

Repetición

No estaba segura de qué demonios estaba haciendo allí.
¿Es que estaba intentando empujarme de nuevo hacia el estado de estupor
zombi? ¿Me había vuelto masoquista, había desarrollado una afición a la tortura?
Debería haberme ido directamente a La Push. Me sentía mucho, mucho mejor
cerca de Jacob. Comportarme de esa manera no era precisamente lo más
cuerdo por mi parte.
No obstante, seguí conduciendo lentamente a través del camino zigzagueante
lleno de maleza, entre los árboles que se arqueaban sobre mí como un verde
túnel vivo. Tanto me temblaban las manos que las apreté con fuerza en torno al
volante.
Era consciente de que parte de mi motivación para hacer esto era la
pesadilla; ahora que estaba realmente despierta, la vaciedad del sueño me
carcomía los nervios, como si fuera un perro jugueteando con un hueso. Había
algo que tenía que buscar. Algo imposible e inalcanzable, atemorizador y
enajenador, pero estaba allí fuera, en alguna parte. Debía creer que era así.
Por otro lado, estaba esa extraña sensación de repetición que había sentido
hoy en el colegio, la coincidencia de fechas. El sentimiento de que estaba
empezando de nuevo, de que todo transcurría como si realmente fuera mi primer
día en el instituto y yo fuera la persona más rara que había aquella tarde en la
cafetería.
Las palabras se precipitaban por mi mente, monótonas, como si las estuviera
leyendo y no como si se las estuviera oyendo decir:
Será como si nunca hubiese existido.
Me mentía cuando dividía en dos partes mi argumentación para venir aquí.
No quería admitir la motivación más fuerte porque sonaba a perturbación
mental.
La verdad es que quería volver a oírle, como le había oído en el extraño
delirio del viernes por la noche. Durante aquellos escasos momentos, cuando su
voz llegó desde alguna parte de mi inconsciente, cuando sonó perfecta, tan dulce
como la miel, mucho mejor que en ese pálido eco que mi memoria era capaz de
evocar, pude recordarle sin dolor. Pero no había durado; la pena me había
superado, como y o sabía que ocurriría con certeza, y como demostraba esta
misión de locos. Sin embargo, los preciosos instantes en los que pudiera volver a
oírle eran un señuelo irresistible. Tenía que encontrar el modo de poder repetir la
experiencia... o quizás sería más preciso decir « el episodio» .
Tenía la esperanza de que esa sensación de déjà vu fuera la clave. Por eso iba
a su casa, un lugar donde no había estado desde el día fatídico de mi fiesta de
cumpleaños, hacía ya tantos meses.
La densa maleza, casi como una jungla, se deslizaba lentamente por las

ventanillas del coche. El camino seguía adelante. Comencé a ir más deprisa, ya
que me estaba poniendo nerviosa. ¿Cuánto tiempo llevaba conduciendo? ¿No
debería haber llegado y a a la casa? El sendero estaba tan invadido por la
espesura que no me parecía familiar.
¿Qué pasaría si no lograba encontrarlo? Me eché a temblar. ¿Y qué ocurriría
si no quedaba ninguna prueba tangible en absoluto...?
Entonces apareció el hueco entre los árboles que yo estaba buscando, sólo
que no se percibía con tanta facilidad como antes. La vegetación en Forks no
tardaba mucho en reclamar cualquier terreno que se quedara baldío. Los altos
helechos habían invadido el prado que rodeaba la casa, apretándose en torno a los
troncos de los cedros, llegando incluso al amplio porche. Era como si el césped
hubiera sido inundado, hasta la altura de la cintura, por verdes olas como plumas.
La casa estaba allí, pero no era la misma. Aunque no creía que nada hubiera
cambiado en el exterior, el vacío gritaba desde las ventanas cerradas. Resultaba
espeluznante. Por primera vez desde que había visto aquella hermosa casa, me
pareció que era una guarida apropiada para vampiros.
Frené en seco mientras miraba alrededor. Tuve miedo de continuar.
Pero no ocurrió nada. No se oía ninguna voz en mi cabeza...
... de modo que dejé el motor en marcha y salté al mar de helechos. Quizás,
si avanzaba hacia la casa, como había ocurrido el viernes por la noche...
Me acerqué lentamente hacia la fachada vacía y desnuda mientras sentía el
reconfortante rugido del motor de mi coche a mi espalda. Me paré al llegar a las
escaleras del porche, porque allí no había nada. Ni el más ligero testimonio de su
presencia... de la presencia de él. La casa estaba allá, como un cuerpo sólido,
pero eso no significaba nada. Su realidad concreta no llenaría el vacío de mis
pesadillas.
Me quedé allí, a unos pasos de la casa. No quería mirar por las ventanas. No
estaba segura de qué sería más duro de ver. Si las habitaciones estuvieran vacías,
sonando a eco desde el suelo hasta el techo, seguramente me resultaría doloroso.
Como ocurrió en el funeral de la abuelita, cuando mi madre insistió en que no
entrara a verla y permaneciera fuera. Me dijo que no necesitaba verla en ese
estado, que sería mejor recordarla viva y no de esa manera.
Pero ¿no sería aún peor que no hubiera ningún cambio? ¿Que los sofás se
encontraran colocados exactamente igual que la última vez, las pinturas en su
sitio, y lo más horrible, el piano encima de la pequeña tarima? Eso sería casi tan
malo como que la casa entera desapareciera de un golpe. La demostración clara
de que no había ninguna posesión física que los atara de ningún modo. Que todo
quedaba, intacto y olvidado, tras su paso.
Al igual que y o.
Le volví la espalda a ese enorme vacío y me apresuré hacia mi coche. Iba
casi corriendo. Ansiaba alejarme, volver al mundo humano. Me sentía

horriblemente vacía y quería ver a Jacob. Quizás estaba desarrollando una nueva
clase de enfermedad, otro tipo de adicción, como lo había sido el aturdimiento
antes, pero eso no me preocupaba. Conduje el coche lo más rápidamente que
pude hasta salir disparada en dirección a mi dosis.
Jacob estaba esperándome. Se me empezó a relajar el pecho conforme lo vi,
facilitándome la respiración.
—¡Hola, Bella! —me llamó.
Sonreí aliviada.
—Hola, Jacob —saludé con la mano a Billy, que estaba mirando por la
ventana.
—Vamos a ponernos a trabajar —dijo Jacob con una voz baja pero
entusiasta.
Yo pude reír sin saber cómo.
—Pero ¿de verdad no estás harto de mí ya? —le pregunté. Seguramente
estaría empezando a preguntarse cuán desesperada tenía que estar yo por
conseguir compañía.
Jacob encabezó el camino alrededor de la casa en dirección a su garaje.
—Qué va. Todavía no.
—Por favor, hazme saber cuándo empiezo a ponerte de los nervios. No
quiero ser una pesada.
—Vale —se rió, y sonó como un gorgoteo—. Aunque, bueno, yo de ti no me
preocuparía por eso.
Cuando llegamos al garaje, me quedé de una pieza al encontrarme la
motocicleta roja en pie, con aspecto de moto real, más que de una pila de hierros
retorcidos.
—Jake, eres sorprendente —jadeé.
Rompió a reír de nuevo.
—Me obsesiono cuando tengo cualquier proy ecto entre manos —se encogió
de hombros—. Aunque lo habría alargado un poco más si tuviera algo de
cerebro.
—¿Por qué?
Miró hacia el suelo, parándose tanto rato que me pregunté si habría
escuchado mi pregunta. Finalmente, inquirió:
—Bella, ¿qué habrías hecho si te hubiera dicho que no podía arreglar las
motos?
Yo tampoco respondí con rapidez, y él levantó la mirada para comprobar mi
expresión.
—Te hubiera respondido que... tampoco era para tanto, que seguro que
seríamos capaces de encontrar a alguien que pudiera hacerlo. Y si realmente nos
hubiéramos sentido desesperados, incluso podríamos haber hecho alguna de las
tareas del colegio.




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