Crepúsculo - Stephenie Meyer

Capitulo 5. Grupo Sanguíneo

Me dirigí a clase de Lengua aún en las nubes, tal era así que al entrar ni siquiera me di cuenta de que la clase había comenzado.

—Gracias por venir, señorita Swan —saludó despectivamente el señor Mason.

Me sonrojé de vergüenza y me dirigí rápidamente a mi asiento.

No me di cuenta de que en el pupitre contiguo de siempre se sentaba Mike hasta el final de la clase. Sentí una punzada de culpabilidad, pero tanto él como Eric se reunieron conmigo en la puerta como de costumbre, por lo que supuse que me habían perdonado del todo. Mike parecía volver a ser el mismo mientras caminábamos, hablaba entusiasmado sobre el informe del tiempo para el fin de semana. La lluvia exigía hacer una acampada más corta, pero aquel viaje a la playa parecía posible. Simulé interés para maquillar el rechazo de ayer.

Resultaría difícil; fuera como fuera, con suerte, sólo se suavizaría a los cuarenta y muchos años. Pasé el resto de la mañana pensando en las musarañas. Resultaba difícil creer que las palabras de Edward y la forma en que me miraba no fueran fruto de mi imaginación. Tal vez sólo fuese un sueño muy convincente que confundía con la realidad. Eso parecía más probable que el que yo le atrajera de veras a cualquier nivel.

Por eso estaba tan impaciente y asustada al entrar en la cafetería con Jessica. Le quería ver el rostro para verificar si volvía a ser la persona indiferente y fría que había conocido durante las últimas semanas o, si por algún milagro, de verdad había oído lo que creía haber oído esa mañana. Jessica cotorreaba sin cesar sobre sus planes para el baile —Lauren y Angela ya se lo habían pedido a los otros chicos e iban a acudir todos juntos—, completamente indiferente a mi desinterés.

Un flujo de desencanto recorrió mi ser cuando de forma infalible miré a la mesa de los Cullen. Los otros cuatro hermanos estaban ahí, pero él se hallaba ausente. ¿Se había ido a casa? Abatida, me puse a la cola detrás de la parlanchina Jessica. Había perdido el apetito y sólo compré un botellín de limonada.

Únicamente quería sentarme y enfurruñarme.

—Edward Cullen te vuelve a mirar —dijo Jessica; interrumpió mi distracción al pronunciar su nombre—. Me pregunto por qué se sienta solo hoy.

Volví bruscamente la cabeza y seguí la dirección de su mirada para ver a Edward, con su sonrisa pícara, que me observaba desde una mesa vacía en el extremo opuesto de la cafetería al que solía sentarse. Una vez atraída mi atención, alzó la mano y movió el dedo índice para indicarme que lo acompañara. Me guiñó el ojo cuando lo miré incrédula.

—¿Se refiere a ti? —preguntó Jessica con un tono de insultante incredulidad en la voz.

—Puede que necesite ayuda con los deberes de Biología —musité para contentarla—. Eh, será mejor que vaya a ver qué quiere.

Pude sentir cómo me miraba al alejarme.

Insegura, me quedé de pie detrás de la silla que había enfrente de Edward al llegar a su mesa.

—¿Por qué no te sientas hoy conmigo? —me preguntó con una sonrisa.

Lo hice de inmediato, contemplándolo con precaución. Seguía sonriendo. Resultaba difícil concebir que existiera alguien tan guapo. Temía que desapareciera en medio de una repentina nube de humo y que yo me despertara.

Él debía de esperar que yo comentara algo y por fin conseguí decir:

—Esto es diferente.

—Bueno —hizo una pausa y el resto de las palabras salieron de forma precipitada—. Decidí que, ya puesto a ir al infierno, lo podía hacer del todo.

Esperé a que dijera algo coherente. Transcurrieron los segundos y después le indiqué:

—Sabes que no tengo ni idea de a qué te refieres.

—Cierto —volvió a sonreír y cambió de tema—. Creo que tus amigos se han enojado conmigo por haberte raptado.

—Sobrevivirán.

Sentía los ojos de todos ellos clavados en mi espalda.

—Aunque es posible que no quiera liberarte —dijo con un brillo pícaro en sus ojos. Tragué saliva y se rió—. Pareces preocupada.

—No —respondí, pero mi voz se quebró de forma ridícula—. Más bien sorprendida. ¿A qué se debe este cambio?

—Ya te lo dije. Me he hartado de permanecer lejos de ti, por lo que me he rendido. —Seguía sonriendo, pero sus ojos de color ocre estaban serios.

—¿Rendido? —repetí confusa.

—Sí, he dejado de intentar ser bueno. Ahora voy a hacer lo que quiero, y que sea lo que tenga que ser.

Su sonrisa se desvaneció mientras se explicaba y el tono de su voz se endureció.

—Me he vuelto a perder.

La arrebatadora sonrisa reapareció.

—Siempre digo demasiado cuando hablo contigo, ése es uno de los problemas.

—No te preocupes... No me entero de nada —le repliqué secamente.

—Cuento con ello.

—Ya. En cristiano, ¿somos amigos ahora?

—Amigos... —meditó dubitativo.

—O no —musité.

Esbozó una amplia sonrisa.

—Bueno, supongo que podemos intentarlo, pero ahora te prevengo que no voy a ser un buen amigo para ti.

El aviso oculto detrás de su sonrisa era real.

—Lo repites un montón —recalqué al tiempo que intentaba ignorar el repentino temblor de mi vientre y mantenía serena la voz.

—Sí, porque no me escuchas. Sigo a la espera de que me creas. Si eres lista, me evitarás.

—Me parece que tú también te has formado tu propia opinión sobre mi mente preclara.

Entrecerré los ojos y él sonrió disculpándose.

—En ese caso —me esforcé por resumir aquel confuso intercambio de frases —, hasta que yo sea lista... ¿Vamos a intentar ser amigos?

—Eso parece casi exacto.

Busqué con la mirada mis manos, en torno a la botella de limonada, sin saber qué hacer.

—¿Qué piensas? —preguntó con curiosidad.

Alcé la vista hasta esos profundos ojos dorados que me turbaban los sentidos y, como de costumbre, respondí la verdad:

—Intentaba averiguar qué eres.

Su rostro se crispó, pero consiguió mantener la sonrisa, no sin cierto esfuerzo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.