Le dije a Charlie que tenía un montón de deberes pendientes y ningún apetito.
Había un partido de baloncesto que lo tenía entusiasmado, aunque, por supuesto, yo no tenía ni idea de por qué era especial, así que no se percató de nada inusual en mi rostro o en mi voz.
Una vez en mi habitación, cerré la puerta. Registré el escritorio hasta encontrar mis viejos cascos y los conecté a mi pequeño reproductor de CD. Elegí un disco que Phil me había regalado por Navidad. Era uno de sus grupos predilectos, aunque, para mi gusto, gritaban demasiado y abusaba un poco del bajo. Lo introduje en el reproductor y me tendí en la cama. Me puse los auriculares, pulse el botón play y subí el volumen hasta que me dolieron los oídos. Cerré los ojos, pero la luz aún me molestaba, por lo que me puse una almohada encima del rostro. Me concentré con mucha atención en la música, intentando comprender las letras, desenredarlas entre el complicado golpeteo de la batería. La tercera vez que escuché el CD entero, me sabía al menos la letra entera de los estribillos. Me sorprendió descubrir que, después de todo, una vez que conseguí superar el ruido atronador, el grupo me gustaba. Tenía que volver a darle las gracias a Phil.
Y funcionó. Los demoledores golpes me impedían pensar, que era el objetivo final del asunto. Escuché el CD una y otra vez hasta que canté de cabo a rabo todas las canciones y al fin me dormí.
Abrí los ojos en un lugar conocido. En un rincón de mi conciencia sabía que estaba soñando. Reconocí el verde fulgor del bosque y oí las olas batiendo las rocas en algún lugar cercano. Sabía que podría ver el sol si encontraba el océano.
Intenté seguir el sonido del mar, pero entonces Jacob Black estaba allí, tiraba de mi mano, haciéndome retroceder hacia la parte más sombría del bosque.
—¿Jacob? ¿Qué pasa? —pregunté. Había pánico en su rostro mientras tiraba de mí con todas sus fuerzas para vencer mi resistencia, pero yo no quería entrar en la negrura.
—¡Corre, Bella, tienes que correr! —susurró aterrado.
—¡Por aquí, Bella! —reconocí la voz que me llamaba desde el lúgubre corazón del bosque; era la de Mike, aunque no podía verlo.
—¿Por qué? —pregunté mientras seguía resistiéndome a la sujeción de Jacob, desesperada por encontrar el sol.
Pero Jacob, que de repente se convulsionó, soltó mi mano y profirió un grito para luego caer sobre el suelo del bosque oscuro. Se retorció bruscamente sobre la tierra mientras yo lo contemplaba aterrada.
—¡Jacob! —chillé.
Pero él había desaparecido y lo había sustituido un gran lobo de ojos negros y pelaje de color marrón rojizo. El lobo me dio la espalda y se alejó, encaminándose hacia la costa con el pelo del dorso erizado, gruñendo por lo bajo y enseñando los colmillos.
—¡Corre, Bella! —volvió a gritar Mike a mis espaldas, pero no me di la vuelta. Estaba contemplando una luz que venía hacia mí desde la playa.
Y en ese momento Edward apareció caminando muy deprisa de entre los árboles, con la piel brillando tenuemente y los ojos negros, peligrosos. Alzó una mano y me hizo señas para que me acercara a él. El lobo gruñó a mis pies.
Di un paso adelante, hacia Edward. Entonces, él sonrió. Tenía dientes afilados y puntiagudos.
—Confía en mí —ronroneó.
Avancé un paso más.
El lobo recorrió de un salto el espacio que mediaba entre el vampiro y yo, buscando la yugular con los colmillos.
—¡No! —grité, levantando de un empujón la ropa de la cama.
El repentino movimiento hizo que los cascos tiraran el reproductor de CD de encima de la mesilla. Resonó sobre el suelo de madera.
La luz seguía encendida. Totalmente vestida y con los zapatos puestos, me senté sobre la cama. Desorientada, eché un vistazo al reloj de la cómoda. Eran las cinco y media de la madrugada.
Gemí, me dejé caer de espaldas y rodé de frente. Me quité las botas a puntapiés, aunque me sentía demasiado incómoda para conseguir dormirme.
Volví a dar otra vuelta y desabotoné los vaqueros, sacándomelos a tirones mientras intentaba permanecer en posición horizontal. Sentía la trenza del pelo en la parte posterior de la cabeza, por lo que me ladeé, solté la goma y la deshice rápidamente con los dedos. Me puse la almohada encima de los ojos.
No sirvió de nada, por supuesto. Mi subconsciente había sacado a relucir exactamente las imágenes que había intentado evitar con tanta desesperación.
Ahora iba a tener que enfrentarme a ellas.
Me incorporé, la cabeza me dio vueltas durante un minuto mientras la circulación fluía hacia abajo. Lo primero es lo primero, me dije a mí misma, feliz de retrasar el asunto lo máximo posible. Tomé mi neceser.
Sin embargo, la ducha no duró tanto como yo esperaba. Pronto no tuve nada que hacer en el cuarto de baño, incluso a pesar de haberme tomado mi tiempo para secarme el pelo con el secador. Crucé las escaleras de vuelta a mi habitación envuelta en una toalla. No sabía si Charlie aún dormía o si se había marchado ya. Fui a la ventana a echar un vistazo y vi que el coche patrulla no estaba. Se había ido a pescar otra vez.
Me puse lentamente el chándal más cómodo que tenía y luego arreglé la cama, algo que no hacía jamás. Ya no podía aplazarlo más, por lo que me dirigí al escritorio y encendí el viejo ordenador.
Odiaba utilizar Internet en Forks. El módem estaba muy anticuado, tenía un servicio gratuito muy inferior al de Phoenix, de modo que, viendo que tardaba tanto en conectarse, decidí servirme un cuenco de cereales entretanto.
Comí despacio, masticando cada bocado con lentitud. Al terminar, lave el cuenco y la cuchara, los sequé y los guardé. Arrastré los pies escaleras arriba y lo primero que recogí del suelo fue el reproductor de CD y lo situé en el mismo centro de la mesa. Desconecte los cascos y los guardé en un cajón del escritorio.
Luego volví a poner el mismo disco a un volumen lo bastante bajo para que sólo fuera música de fondo.
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Editado: 29.05.2021