Crepúsculo - Stephenie Meyer

Capitulo 11. Complicaciones

Todo el mundo nos miró cuando nos dirigimos juntos a nuestra mesa del laboratorio. Me di
cuenta de que ya no orientaba la silla para sentarse todo lo lejos que le permitía la mesa. En
lugar de eso, se sentaba bastante cerca de mí, nuestros brazos casi se tocaban.
El señor Banner —¡qué hombre tan puntual!— entró a clase de espaldas llevando una gran
mesa metálica de ruedas con un vídeo y un televisor tosco y anticuado. Una clase con
película. El relajamiento de la atmósfera fue casi tangible.
El profesor introdujo la cinta en el terco video y se dirigió hacia la pared para apagar las
luces.
Entonces, cuando el aula quedó a oscuras, adquirí conciencia plena de que Edward se
sentaba a menos de tres centímetros de mí. La inesperada electricidad que fluyó por mi
cuerpo me dejó aturdida, sorprendida de que fuera posible estar más pendiente de él de lo
que ya lo estaba. Estuve a punto de no poder controlar el loco impulso de extender la mano
y tocarle, acariciar aquel rostro perfecto en medio de la oscuridad. Crucé los brazos sobre
mi pecho con fuerza, con los puños crispados. Estaba perdiendo el juicio.
Comenzaron los créditos de inicio, que iluminaron la sala de forma simbólica.
Por iniciativa propia, mis ojos se precipitaron sobre él. Sonreí tímidamente al comprender
que su postura era idéntica a la mía, con los puños cerrados debajo de los brazos.
Correspondió a mi sonrisa. De algún modo, sus ojos conseguían brillar incluso en la
oscuridad. Desvié la mirada antes de que empezara a hiperventilar. Era absolutamente
ridículo que me sintiera aturdida.
La hora se me hizo eterna. No pude concentrarme en la película, ni siquiera supe de qué
tema trataba. Intenté relajarme en vano, ya que la corriente eléctrica que parecía emanar de
algún lugar de su cuerpo no cesaba nunca. De forma esporádica, me permitía alguna breve
ojeada en su dirección, pero él tampoco parecía relajarse en ningún momento. El
abrumador anhelo de tocarle también se negaba a desaparecer. Apreté los dedos contra las
costillas hasta que me dolieron del esfuerzo.
Exhalé un suspiro de alivio cuando el señor Banner encendió las luces al final de la clase y
estiré los brazos, flexionando los dedos agarrotados. A mi lado, Edward se rió entre dientes.
—Vaya, ha sido interesante —murmuró. Su voz tenía un toque siniestro y en sus ojos
brillaba la cautela.
—Humm —fue todo lo que fui capaz de responder.
—¿Nos vamos? —preguntó mientras se levantaba ágilmente.
Casi gemí. Llegaba la hora de Educación física. Me alcé con cuidado, preocupada por la
posibilidad de que esa nueva y extraña intensidad establecida entre nosotros hubiera
afectado a mi sentido del equilibrio.
Caminó silencioso a mi lado hasta la siguiente clase y se detuvo en la puerta.

Me volví para despedirme. Me sorprendió la expresión desgarrada, casi dolorida, y
terriblemente hermosa de su rostro, y el anhelo de tocarle se inflamó con la misma
intensidad que antes. Enmudecí, mi despedida se quedó en la garganta.
Vacilante y con el debate interior reflejado en los ojos, alzó la mano y recorrió rápidamente
mi pómulo con las yemas de los dedos. Su piel estaba tan fría como de costumbre, pero su
roce quemaba.
Se volvió sin decir nada y se alejó rápidamente a grandes pasos.
Entré en el gimnasio, mareada y tambaleándome un poco. Me dejé ir hasta el vestuario,
donde me cambié como en estado de trance, vagamente consciente de que había otras
personas en torno a mí. No fui consciente del todo hasta que empuñé una raqueta. No
pesaba mucho, pero la sentí insegura en mi mano. Vi a algunos chicos de clase mirarme a
hurtadillas. El entrenador Clapp nos ordenó jugar por parejas.
Gracias a Dios, aún quedaban algunos rescoldos de caballerosidad en Mike, que acudió a
mi lado.
—¿Quieres formar pareja conmigo?
—Gracias, Mike... —hice un gesto de disculpa—. No tienes porqué hacerlo, ya lo sabes.
—No te preocupes, me mantendré lejos de tu camino —dijo con una amplia sonrisa.
Algunas veces, era muy fácil que Mike me gustara.
La clase no transcurrió sin incidentes. No sé cómo, con el mismo golpe me las arregle para
dar a Mike en el hombro y golpearme la cabeza con la raqueta.
Pasé el resto de la hora en el rincón de atrás de la pista, con la raqueta sujeta bien segura
detrás de la espalda. A pesar de estar en desventaja por mi causa, Mike era muy bueno, y
ganó él solo tres de los cuatro partidos. Gracias a él, conseguí un buen resultado
inmerecido cuando el entrenador silbó dando por finalizada la clase.
—Así... —dijo cuando nos alejábamos de la pista.
—Así... ¿qué?
—Tú y Cullen, ¿eh? —preguntó con tono de rebeldía. Mi anterior sentimiento de afecto se
disipó.
—No es de tu incumbencia, Mike —le avisé mientras en mi fuero interno maldecía a
Jessica, enviándola al infierno.
—No me gusta —musitó en cualquier caso.
—No tiene por qué —le repliqué bruscamente.
—Te mira como si... —me ignoró y prosiguió—: Te mira como si fueras algo comestible.

Contuve la histeria que amenazaba con estallar, pero a pesar de mis esfuerzos se me
escapó una risita tonta. Me miró ceñudo. Me despedí con la mano y huí al vestuario.
Me vestí a toda prisa. Un revoloteo más fuerte que el de las mariposas golpeteaba
incansablemente las paredes de mi estómago al tiempo que mi discusión con Mike se
convertía en un recuerdo lejano. Me preguntaba si Edward me estaría esperando o si me
reuniría con él en su coche. ¿Qué iba a ocurrir si su familia estaba ahí? Me invadió una
oleada de pánico. ¿Sabían que lo sabía? ¿Se suponía que sabían que lo sabía, o no?
Salí del gimnasio en ese momento. Había decidido ir a pie hasta casa sin mirar siquiera al
aparcamiento, pero todas mis preocupaciones fueron innecesarias. Edward me esperaba,
apoyado con indolencia contra la pared del gimnasio. Su arrebatador rostro estaba calmado.
Sentí una peculiar sensación de alivio mientras caminaba a su lado.
—Hola —musité mientras esbozaba una gran sonrisa.
—Hola —me correspondió con otra deslumbrante—. ¿Cómo te ha ido en gimnasia?
Mi rostro se enfrió un poco.
—Bien —mentí.
—¿De verdad?
No estaba muy convencido. Desvió levemente la vista y miró por encima del hombro.
Entrecerró los ojos. Miré hacia atrás para ver la espalda de Mike al alejarse.
—¿Qué pasa? —exigí saber.
Aún tenso, volvió a mirarme.
—Newton me saca de mis casillas.
—¿No habrás estado escuchando otra vez?
Me aterre. Todo atisbo de mi repentino buen humor se desvaneció.
—¿Cómo va esa cabeza? —preguntó con inocencia.
—¡Eres increíble!
Me di la vuelta y me alejé caminando con paso firme hacia el aparcamiento a pesar de que
había descartado dirigirme hacia ese lugar.
Me dio alcance con facilidad.
—Fuiste tú quien mencionaste que nunca te había visto en clase de gimnasia.
Eso despertó mi curiosidad.
No parecía arrepentido, de modo que le ignoré.




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