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Sus codos estaban apoyados sobre la mesa, se masajeaba la sien con los dedos, sus ojos estaban cerrados y sus oídos aún aturdidos por el grito que la despertó en la mañana.
La escena aún no salía de su mente, no podía comprender cómo una situación así podría afectar tanto a Boo.
La noche anterior, Linav había ido a casa de Boo para tener una pijamada por segunda vez en un mismo mes. Sin embargo, ninguna contó con el anuncio que interrumpió American Idol.
–Un cuerpo ha sido encontrado en las afueras de la ciudad y la policia confirma que efectivamente se trata del mismo asesino que convirtió a sus victimas en muñecas...
Para el momento, Boo se encontró muy conmocionada y Linav lo otorgó al hecho de que ella tenía la edad y las características, que tenían las chicas que ese asesino buscaba.
En lo que iba de año, ya cuatro jóvenes de trece y catorce años, habían muerto a manos de un enfermo que aún no podía ser capturado.
Todas las victimas eran iguales, cabello largo y negro, ojos grises, piel blanca y de no más de un metro cuarenta y siete de altura.
Todo el país estaba aturdido y preocupado ante la situación, cómo no estarlo, el asunto era retorcido, el hombre las desechaba después y las vestía como muñecas, dejando entonces flores en sus manos. Sin embargo, no entendía e incluso le preocupaba todo lo que Boo sufría ante la circunstancia.
Linav tuvo que calmar a Boo esa noche, distraerla y contarle lo vergonzosa que había sido su caída en Motto's hasta que ambas cayeron rendidas por el sueño.
Lo recordó entonces y cerró sus ojos con más fuerza, como si el grito estuviese prolongándose de nuevo.
En algún momento de la madrugada, Boo gritó como nunca la había escuchado hacerlo, como si alguien estuviese arrancándole un miembro del cuerpo.
El susto fue terrible, Linav se recordó buscando a Boo a su lado para finalmente encontrarla tirada en el suelo.
La escena le comprimía el pecho, inclusive ahora que solo estaba recordándolo, Boo estaba en el suelo mirándose a si misma toda espantada, intentando limpiar sus brazos y piernas de forma exagerada.
Lo escalofriante y que no podía comprender, era que su amiga aseguraba estar bañada en sangre.
Tuvo que encender la luz, tomar su rostro entre manos y decirle que estaba bien, que no había sangre en ningún lado. Sin embargo, se necesitó de la ayuda de Downey, el padre de Boo, para que esta pudiese entrar en razón, además de horas y horas acariciando su cabello, dandole chocolate caliente y conversando de cosas triviales para que su respiración volviese a la normalidad.
Esa escena seguía pasando por la cabeza de la Linav a pesar de que eran las seis menos cuarto de la tarde y aquello había ocurrido a eso de las cuatro de la mañana. Inclusive su amiga debía ya estar en un vuelo rumbo a Nueva York para una campaña presidencial de su padre. Pero el caso era que no dejaba de darle vueltas por la cabeza.
Linav abrió los ojos y cubrió su boca con ambas manos mientras dejaba salir un largo suspiro.
La cafetería no estaba tan llena de personas como la tarde anterior y agradecía por ello, así podía tomar su café americano sin tantos murmullos taladrándole el celebro. El olor del café inundaba sus fosas nasales intentando tranquilizarla, pero entonces miles de cosas iban a su mente: Los exámenes de fin de semestre, los gritos de Boo, la insistencia de su padre en que debía mantener sus notas altas en la universidad, el llanto de Boo, el estar en el comité estudiantil que velaba por la seguridad de todos y en donde no quería estar, Boo tirada en el suelo, su auto tenía un nuevo problema con la palanca de cambios, Boo otra vez...
Agitó su cabeza en un intento inútil por sacar los pensamientos de ella, dio un sorbo a su café, sintió el líquido caliente y amargo correr por su garganta y entonces, como si alguien la hubiese llamado, su cabeza se giró hacia la derecha en dirección al mostrador.
No pudo evitar el salto que dio su corazón en cuanto lo vio. El chico rubio del día anterior estaba recargado en la barra de espera, observó cómo este miraba en una dirección y en otra como buscando algo de forma disimulada hasta que entonces, sucedió.
Sus miradas se encontraron a pesar de los diez metros de distancia. Por el rostro de él pudo observar qué pasó el reconocimiento, él sabía quién era ella y lo confirmó con lo que hizo después.
El rubio sonrío en su dirección y alzó el mentón como saludándola. Linav a penas y pudo sonreír de vuelta y con la misma picardía con la que él la miraba.