CAPITULO 2
Amanda se levantó como todos los días desde que estaba en el convento, con el llamado a oración a las cuatro de la mañana. Arreglo su cama, se bañó y se colocó el vestido de novicia. Era blanco inmaculado, con un fajón rosado bastante ancho, con plices en la falda, la cual era como se espera hasta los tobillos, la cofia cubría todo el cabello también era blanca con una faja rosada. Recogió su biblia, el rosario y se dirigió a la capilla. acostumbraban a dar misa tres veces por semana, los domingos, martes y jueves.
Siempre acostumbraba a sentarse en las primeras bancas, pero por levantarse un poco tarde y hacer las cosas despacio, las filas de adelante estaban llenas y le toco en una de las últimas. Esa comunidad no era tan grande como otras, apenas vivían unas 80 personas entre monjas, novicias, el padre y ahora también Cristóbal.
Entre las monjas y novicias se encargaban de las labores del convento, unas eran asignadas a la cocina, otras al aseo dentro del convento, cada quien lavaba su ropa y aseaba su cuarto. Ella se encargaba de ayudar dentro del convento, también tenían un huerto de donde sacaban las verduras y hortalizas, además tenían animales de granja que les proporcionaban de leche, huevos, queso, mantequilla y demás cosas, de eso se encargaba un tercer grupo. Lo que no consumían lo vendían en el pueblo y compraban lo que el convento no tenía o para la caridad. Eran casi autosuficientes y según se enteró por el padre Antonio todo se lo debían a Cristóbal, cuando llego se encargó de comprar todo para el huerto y los animales de granja. También de buscar los compradores de los productos cuando estos comenzaron a producir, pronto tendrían miel y frutas para hacer mermeladas y conservas.
Se dio cuenta de que la misa empezó y dejo de pensar en lo bien organizado que tenían todo.
Se sorprendió al ver que esta vez no estaba el padre Antonio dando la misa, estaba Cristóbal, aprovecho que podía verlo desde donde estaba sin llamar la atención, confirmo lo que pensó la noche anterior, aunque estaba muy nerviosa por su fuga frustrada y el susto que se llevó al encontrarse con él, fue imposible que no notara lo bien parecido que era. Como entonces no sabía quién era no sintió remordimiento alguno al encontrarlo atractivo, sus ojos penetrantes le llamaban la atención, pero al enterarse de que era seminarista, se avergonzó de sus pensamientos y antes de dormir rezo un rosario pidiendo perdón por sus malos pensamientos, desde entonces trataba de no pensar en él, no quería examinar ese sentimiento. Con pablo era distinto, se sentía bien en su compañía y le agradaba. Pero nunca pensó en él como hombre, como si paso con Cristóbal, le gustaba verlo a los ojos, su cuerpo atlético y ese cabello que quería tocar, por eso evitaba pensarlo. Al ver a sus compañeras botar la baba por Cristóbal se dio cuenta de que no sería la única en tener que rezar por semejante tentación. Aunque como ella apenas tenía unos días, suponía que ellas si lo conocían y a pesar de eso, les era imposible dejar de mirarlo igual que ella.
La misa continúo hasta que llegó el momento de recibir el cuerpo de cristo, se tenía la costumbre que todos tenían que recibirla, porque se suponía que no tenían pecados, ya que se confesaban por lo menos una vez a la semana, las monjas estaban muy pendientes de que todo marchara como reloj, así que tomo su turno en la fila, cuando llego al principio de está, era imposible no mirarlo a los ojos mientras él depositaba la ostia en su boca, sintió su dedo en su labio inferior y estó hizo que todo su cuerpo reaccionara, le recorrió algo por todo el cuerpo, vio por un segundo en sus ojos su asombro, supo que no fue su intención, así que siguió como si nada, no creía que él le hubiese sentido lo mismo que ella, solo se apenó por su descuido. En cambio ella no tenía vocación y eso lo tenía claro, reacciono a su toque. Solo entro al convento para alejarse de su madrastra y al principio por la decepción de su matrimonio fallido, en el fondo sabía que quería un esposo e hijos, el hogar que alguna vez tuvo cuando era una niña, con los consejos del padre Antonio estaba segura de que su felicidad no estaba en el convento, pero sin sus padres y con su madrastra tratando de dañarla no le quedaba otra opción, sabía que al irse a Londres tendría que ingresar a otro convento, de lo contrario si su madrastra la encuentra, como tenía su tutela podía llevarla de vuelta a su casa. En eso Cristóbal tenía razón, sus parientes en Londres no podrían evitar que la devolviera si la encontraba esa mujer. Así que decidió hablar con el padre Antonio para que la recomendara en otro convento más grade y central. Entendió que no podía viajar sola, era muy peligroso, ahora lo tenía a él para que la cuidara, por lo menos hasta que pudiera viajar de una manera más segura. No podía dejar de ser novicia, porque su madrastra tendría la excusa perfecta para llevársela de nuevo a su casa, además que no quería nunca volver a pasar por la vergüenza que la dejaran plantada. Así que se resignó a que su vida la dedicaría a servir a Dios, por lo menos no estaría sola, las hermanas por lo general eran buenas personas y podía ser más feliz que con su madrastra.
La misa acabó y se dirigieron al salón a desayunar, luego de esto comenzaron las labores en el monasterio, era la rutina de todos los días, acababa hasta por la tarde si rendía el oficio, mientras lo hacía estaba junto a rosa quien le dijo.
- Que te pareció el padre Cristóbal? Cierto que es muy guapo? Pero lo más lindo de él es su manera de enseñar a los niños del pueblo. Es un gran hombre de Dios.
- Rosa creí que no tenías esos pensamientos.
- No he dicho nada malo, la hermosura es creación de Dios y él la hizo para deleite nuestro, no estoy diciendo que estoy enamorada de él. Es como si dijera que tú eres hermosa y por eso pensaras que estoy enamorada de ti. Le dijo sonriendo.