Las intenciones, que cuando nacen mueven montañas, si se les confían a la memoria de la gente, se desgastan con el tiempo y después se olvidan, puesto que es ingrata la memoria de los hombres.
Por eso se construyen los monumentos y edificios, aunque viéndolos con la edad del mundo, duran lo mismo que un suspiro.
Era el templo de la flama eterna, una de estas intenciones hecha piedra, la fuerza de la costumbre y el tiempo inmisericorde la habían arrinconado en las memorias de Fronteras, tan así de obsoleta a todos les resultaba, que ni la misma águila (que ahora calentaba el desayuno que búho preparara el día anterior para ella) sabia su importancia, la bruja serpiente ya había mencionado algo, pero obviamente no era suficiente.
Águila trataba de imaginarse a su amigo búho, preparando diariamente la comida en ese cocina tan destartalada, trataba de imaginárselo, haciendo toda clase de quehaceres, mientras ella estudiaba o dormía, pero no le fue posible, le dolía demasiado el alma por no agradecerle lo que día tras día hacía por ella, recién se daba cuenta de cuánto le hacía falta su fiel amigo búho.
En ese instante no quiso pensar en nada, mientras servía el desayuno
Como ya dije antes, este templo no era muy grande, media más o menos lo que una casa de treinta metros de largo y ocho de ancho, aunque tenía dos pisos, en la planta de arriba había apenas una habitación pequeña y medio habitable, detrás de la bóveda del templo, justo debajo de la habitación, estaba la pequeña cocina en la que águila se encontraba, el comedor y la alacena estaban amontonados en la pequeña cocina.
Águila escucho pasos y al voltear, vio al cazador, ya vestido, con su sombrero que parecía tener pegado a la cabeza con goma.
-buenos días- dijo águila volteando de nuevo a la mesa, -¿dormiste bien?- pregunto mientras ponía una pequeña vasija de barro con algunos mendrugos de pan en el centro del comedor.
El cazador no respondió, camino despacio y sin ruido hasta águila quedando a veinte centímetros de su espalda volteando hacia afuera por la puerta en el fondo de la cocina.
-siéntate a desayunar- dijo águila mientras volteaba, dio un pequeño salto del susto, le sorprendió la cercanía del cazador.
Antes de que águila dijera otra cosa el cazador le pregunto:-¿esta cosa es tu pijama?- mientras con su dedo pulgar e índice tocaba el hombro de águila, -no, es mi toga- dijo ella alejándose de él lo más que le permitió la estrecha cocina, - en el templo me es obligatorio usarla-, eso no es inspirador en ningún sentido-, respondió a esto el cazador, sabiendo que águila no le entendería y sin dejar que quitara la cara de boba que puso por la duda, el cazador pregunto :-¿Qué hay hacia allá?- mientras señalaba desde el umbral de la puerta de la cocina, una barda de mármol blanco, de más o menos un metro de alto, que estaba a unos cientos de pasos de donde él se hallaba.
-es una barda- dijo águila -hacia abajo solo hay vacío, la verdad nunca me he atrevido a mirar- agrego sin ponerle mucha atención al cazador, -que extraño- pensó el –una ave que le teme a las alturas.
Camino tranquilo hasta la barda, mientras águila lo volteaba a ver un poco intrigada, cuando estaba ya muy cerca, sintió una fuertísima corriente de aire que casi le vuela el sombrero, se acercó lentamente al borde, y bajo sus pies vio crecer un abismo inmenso, cuyo fondo era cubierto en parte por un par de nubes,- ¡santo cielo!- exclamo el cazador (esto águila no lo escucho) –este parece el camino al infierno- en el fondo creyó ver un cubo, que por la distancia parecía tener el tamaño de una caja de cerillos, -un segundo, yo conozco ese lugar- grito el cazador, a su izquierda, un lago azul de agua clara, servía de frontera al barrio sin nombre, que se extendía por toda la derecha del cazador, que alcanzo a ver la lata de atún cuando recorrió con su mirada todo su alrededor hasta llegar de nuevo a sus pies, de pronto se dio la vuelta muy enfadado, se acercó a águila y tomándola de la toga la arrastro hasta la orilla, el cazador grito en medio del ruido del viento que subía hasta ellos:-¡ese es el vertedero tonta!- el cazador le señalaba un cuadrado pequeño en el que se notaban pequeñas hormiguitas azules entrando en el.
-¡has estado toda tu vida en una especie de faro y jamás quisiste ver lo hermosa que es esta tierra de fronteras!, ¿Qué más has tenido frente a ti sin voltear a ver?-, exclamo el cazador enfadado, sentía que la bruja serpiente lo había llamado en vano, pero le intrigo la extraña estructura de la montaña en la que estaba parado, su formación era similar a una pirámide vista desde arriba, pensó que podría escalarla si quisiera.
Águila lloraba, veía la enorme gama de colores que el bondadoso sol de fronteras le mostraba, la selva de azabache, enorme y violentamente hermosa, el lago azul, profundo y apaciblemente intenso, el barrio sin nombre con colores y olores tan diversos como un carnaval en verano, el viento del sur le traía susurros salados, con la brisa que dejaba escapar el mar de sal, lloraba porque todo esto le recordaba su amable y dulce búho.