Crónica de los Guardianes I

Lara

El hombre frente a mí, parecía ser uno de los guerreros entrenados para matar a las horribles criaturas que volvieron a aparecer después de casi cien años. Su pose de combate y la forma en la que sujetaba la lanza en sus manos, indicaba que era un experto en enfrentamientos con esas bestias.

La colosal criatura soltó un fuerte chillido, antes de lanzarse sobre el hombre. El guerrero lo esquivó con un rápido movimiento, haciendo que la púa del aguijón del Mourdas se enterrara en el pavimento justo al lado de mis piernas, causando un hoyo mucho más grande que mi cabeza. Lancé un grito antes de arrastrarme hasta la pared más cercana, donde había un gran bote de basura y me oculté detrás. 

El guerrero y la criatura seguían peleando: la criatura chillaba largando baba en el proceso, sus fríos ojos rojos, su aguijón afilado danzando en el aire antes de ser lanzado hacia el hombre con la lanza; el guerrero esquivaba el aguijón mientras embestía con furia la lanza hacia aquella desmesurada criatura, aprovechando la diferencia de tamaños.

La luna iluminaba aquel espectáculo, aquel que mis ojos se negaban a perder de vista cada detalle. Cada avance y retroceso, era hipnótico para mí, que nunca antes había visto a un Mourdas.

Nací y crecí dentro de los muros que protegían la ciudad de Cassan, muchos años después del primer ataque. Crecí escuchando historias sobre aquellas dos bestias que dieron inicio al Apocalipsis. En ningún momento creí que esas historias pudiesen ser ciertas, hasta que comenzaron a aparecer otra vez.

Un fuerte sonido hizo que volviera a prestar atención a la batalla que había frente a mis ojos. El Mourdas había lanzado un bote de basura a unos metros de distancia de mi escondite.

Ambos, bestia y guerrero se miraron fijamente, retándose en silencio. El viento remolinando la capa del hombre y haciendo que unas latas vacías que estaban cerca chocaran entre sí.

El soldado separó un poco las piernas, cambiando de posición, con una pierna más inclinada que la otra. Sujetó la lanza en dirección a su oponente, mientras la bestia lanzaba un último alarido, antes de saltar hacia el lancero. Todo quedó en silencio total cuando la lanza atravesó el caparazón de la bestia, esparciendo una oscura sustancia por el suelo junto a sus pies, antes de caer al suelo.

Después de un momento, el adversario se empezó a mover, saliendo de debajo de la pesada coraza sin vida del Mourdas. Retiró su lanza enterrada en el pecho de la criatura. Se paró y casi de inmediato comenzó a buscar algo con la mirada, volteó en mi dirección y nuestras miradas se cruzaron, su rostro oscuro por la noche. De pronto y sin previo aviso, se desplomó en el suelo. Me levanté de un salto y corrí hacia donde se encontraba con el cuerpo tendido en el frío pavimento.

— ¿Qué? —Pregunté, mirando sus oscuros ojos, su mirada vidriosa observaba hacia la nada—. ¿Qué sucede?

Un temblor en su cuerpo, me hizo saber que aún estaba con vida. Lo empecé a palpar en busca de heridas superficiales, localizando un corte en su brazo izquierdo, había sido rozado por el afilado aguijón que cortó la manga de su casaca hasta llegar a la piel. El veneno estaba comenzando a hacer efecto. Me quedé observando la herida cortante, mientras el cuerpo del guerrero comenzaba a sacudirse frenéticamente, sufriendo unos fuertes espasmos. Un débil grito se escapó de sus labios antes de ser apretados con fuerza. Sus manos cerrándose en puños.

Unos pasos se estaban acercando a la carrera. Levanté la vista para ver a tres hombres vestidos de la misma forma que el guerrero inconsciente a mi lado (casaca larga y oscura, pantalones y botas negras). Se detuvieron frente a mí, sus miradas pasaban desde la bestia sin vida, al guerrero herido, y por último en mí.

—E-está herido —dije—. El aguijón lo rozó y creo que el veneno lo alcanzó.

Uno de los recién llegados se acuclilló frente a su compañero agonizante en el suelo, revisó el corte e hizo señas a los otros dos para que lo llevaran de allí.

— ¿Qué van a hacerle? —pregunté asustada.

—No existe cura para una picadura de un Mourdas —respondió el hombre con la voz gruesa y rasposa.

— ¿Qué le van a hacer? —repetí, ignorando lo que había dicho. Mis ojos observaban con atención el lugar por el que habían desaparecido en la oscuridad, los otros dos guerreros.

—Solo acortaremos su agonía.

—Dénmelo a mí —pedí. Algo dentro de mí se estaba rompiendo en ese momento y no sabía por qué.

—Tú no puedes hacer nada para salvarlo.

Miré con rabia sus ojos rasgados ¿cómo podían ser tan crueles con su propio compañero?

—Deberían darle una oportunidad —sugerí—. Tal vez, en esta ocasión, Dios se apiade de su alma.

El guerrero se puso en pie y observó la luna en lo alto del firmamento, parecía como si intentara encontrar una respuesta en las estrellas.

—Debes irte —dijo, lanzándome una mirada de advertencia antes de dar la vuelta para seguir a sus compañeros que se habían perdido por el oscuro callejón, deteniéndose en el último instante. Giró a un lado la cabeza para poder mirarme—. Si sabes lo que te conviene, debes olvidar todo lo que acaba de pasar.

Estaba a punto de protestar, de demostrar mi desacuerdo pero su fría mirada cortó todos los pensamientos que se me cruzaron por la cabeza en ese momento. Asentí en silencio, y al darme cuenta, estaba sola en el callejón. Me giré para ver al Mourdas, pero su cadáver ya no estaba ¿cómo habrán hecho para mover el cuerpo sin vida de la gigante criatura?



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En el texto hay: accion, bestias, guerreros

Editado: 30.11.2023

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