Crónica de los Guardianes I

Cristiana

“Aunque el cielo llore, aunque la tierra sangre, aunque miles de cuerpos queden enterrados bajo las cenizas, aunque el mundo ya no sea el mismo de antes, aunque las bestias tengan nombre y sean más fuertes, yo seguiré estando allí para defender lo que es mío y aunque el mundo se derrumbe frente mí, yo seguiré de pie” —repetí el lema de los Desterrados.

Cuando apenas era una niña, fui testigo de cómo un pequeño grupo de Cola Anillada arrasaron con mi pueblo. 

En ese momento, me hallaba escondida detrás de un cordón de piedras que formaban pequeños cerros. Observaba a un grupo de Cola Anillada reunidos en la distancia. Estaba segura de que estaban tramando algo, pero no podía acercarme más, esas asquerosas criaturas tenían un olfato más agudo que un perro.

—Cristiana —llamó José, el segundo al mando.

Lo miré sobre el hombro, ese día había amanecido de muy mal humor.

— ¿Qué quieres?

—Sara requiere de tu presencia —dijo José, sus ojos entrecerrados me miraban con reproche.

—En seguida voy.

Suspiré frustrada, cada día que pasaba me decepcionaba aún más de la situación en la que vivíamos. No me gustaba tener que asaltar para poder sobrevivir. Quería algo más, quería vivir sin esconderme, sin temor a ser encontrada por el enemigo o por una de las bestias.

Me levanté y me adentré en la caverna que utilizábamos como escondite. Éramos un grupo de cincuenta en nuestra división. En las demás divisiones, los integrantes eran mucho más, algunas incluso tenían más de doscientas personas.

Me senté junto a Miranda, una compañera de aproximadamente treinta años y presté atención a la mujer que estaba al frente. Se llamaba Sara y era nuestra líder, tenía veintisiete años y por la seria expresión que mantenía siempre en su rostro, no había tenido una vida fácil. Se había ganado el puesto a pulso y sudor por así llamarlo.

—Uno de nuestros exploradores ha visto a dos Bautis merodeando en nuestra zona —dijo Sara—. Por lo que informó, vienen de la ciudad de Cassân.

Fruncí el ceño, Bautis era el apodo que utilizábamos para referirnos a los humanos, que tuvieron la suerte de haber entrado a tiempo dentro de las ciudades que protegían los muros.

— ¿Qué están haciendo fuera del muro? —preguntó José.

—No lo sabemos —explicó Sara, sus ojos recorrían al pequeño grupo reunido en torno a ella—. Ya armé un grupo de nuestros nueve mejores hombres para ir en su busca.

Todos comenzaron a hablar a la misma vez, sacando conclusiones antes de tiempo. Ansiosos de tener noticias sobre los Bautis.

—Yo iré junto —dije, alzando la voz para que Sara pudiera oírme por sobre el ruido de las conversaciones.

Todos quedaron en silencio al oírme, para mirarme como si fuese una extraña. Lo raro era que así me había sentido desde el principio, una extraña intrusa viviendo entre un grupo de inadaptados, que no aspiraban más que a robarles las mercancías a los demás desafortunados. 

— ¿Dime por qué, siendo uno de nuestros miembros más jóvenes, quieres arriesgar tu vida tan a la ligera?

—Solo quiero salir un poco —contesté—. Además, no me voy a dejar matar con tanta facilidad.

Sara me estudió un momento como si no confiara en mis palabras, ni siquiera yo confiaba en lo que había dicho. Siempre había odiado que me miraran de esa forma, primero con desconfianza y luego con lástima. El que fuese joven no significaba que fuese una inútil. Había sido entrenada por uno de los mejores hombres, que había sobrevivo a muchas tempestades.

—Dirígete con George para que te explique el plan.

Asentí en silencio y salí de la caverna. George siempre se quedaba a explorar fuera de nuestra locación.

—George —llamé, causando que se diera vuelta unos segundos en mi dirección, antes de volver a su posición actual, de espaldas a mí.

— ¿Qué ocurre? —su voz sonaba áspera, señal de que no era de los que hablaban mucho.

—Sara dijo que viniera a informarte que iré con ustedes, detrás de los Bautis.

George siguió mirando el horizonte, sus rubios cabellos revoloteando con el viento, despeinándolo.

— ¿Por qué quieres ir?

—Yo… quiero ver si son tan diferentes a nosotros como dicen todos.

George suspiró.

—Lo que nos diferencia es lo que tenemos dentro, por fuera son iguales a nosotros, aunque más aseados.

Lo miré incrédula, por fin entendía la razón por la que no hablaba mucho. 

 



#5050 en Ciencia ficción
#13318 en Thriller
#5457 en Suspenso

En el texto hay: accion, bestias, guerreros

Editado: 30.11.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.