El suelo temblaba a medida que el ejército de la reina caminaba hacia la ciudad más cercana. En ella todos se preparaban para defender su hogar.
La batalla acababa de comenzar, los soldados atacaban con sus armas a los sihiris que contestaban utilizando sus poderes, pero no era suficiente, ya que poco a poco los al’ada y los gigantes iban ganando terreno, quemaron casa y asesinaron a todos los que se encontraban.
La reina se acercó al líder de aquella ciudad, que se encontraba malherido en el suelo, le agarró la cara para acercarla a la suya.
—Mi señora, no la hemos encontrado —interrumpió un guardia.
—Bueno, tendremos que buscar en otra ciudad, ¿no crees? —preguntó al jefe, que temblaba mientras la sangre se resbalaba por si rostro.
La reina lo tiró al suelo y con una pistola que portaba le disparó en la frente, acabando con su vida.
—Matadlos, no dejéis ninguno —dijo caminando entre el miedo, la muerte y la destrucción que acababa de causar.
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Dancen corría por las calles de Garin perseguido por un grupo de guardias, esquivando disparos y saltando los cuerpos que yacían en el suelo, pero se tropezó, cayendo al suelo, los guardias le acorralaron y le apuntaron con sus armas, disparando antes de que Dancen tuviese la oportunidad de defenderse.
—¡No puedo! ¡No puedo más! —gritó Cal.
Dhara se acercó a abrazarla y a intentar tranquilizarla.
—Cal, sé que es duro, pero a lo mejor descubres algo que pueda…
—¡No! ¡Me niego a seguir con esto! ¡No aguanto más! —salió de la cueva entre lágrimas.
Entró a la casa y se sentó en una esquina de su habitación abrazando sus rodillas mientras lloraba desconsoladamente, notó un brazo sobre sus hombros y al levantar la mirada se topó con los azules ojos de Dhara, que la miraban buscando la forma de hacerla sentir mejor, lo que ella no sabía era que solo con su presencia todas sus preocupaciones y penas desaparecían.
—Pasa de ellos, si no quieres ver más, no lo hagas, la visión es siempre la misma, no va a cambiar.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —se acercó más a la pelirroja para poder abrazarla.
—Claro.
—A lo mejor es un poco estúpida —dijo escondiendo la cara en su cuello.
—Ninguna de tus preguntas es estúpida.
—Vale, ¿quie… Quieres ser mi no… Novia? —al oír la pregunta Dhara soltó una risita.
—¿De verdad esa pregunta es estúpida? Pues claro que quiero Cal que cosas tienes.
Se quedaron allí un rato hasta que Cal se calmó. Seth entró en la casa muy agitado.
—La reina está en Helah, y no viene sola —dijo el chico.
—¿Cómo? —preguntaron las chicas al unísono.
—Ha destruido Eris, no queda nadie —miró a Cal —vienen a por ti, Dancen está hablando con otras ciudades para que nos manden ayuda, vamos a ver qué le dicen.
Al llegar a la casa de Dancen, todos los presentes tenían cara de circunstancias, como si alguien hubiese muerto.
—¿Qué sucede? —preguntó Seth.
—La reina busca a Cal, por eso ha destruido Eris y ha matado a todos sus habitantes, he hablado con todas las ciudades que hay en la isla y ninguna nos quiere ayudar, todos me dicen que la entreguemos y no provoquemos una guerra —levantó la cabeza y miró a Cal —puedes estar tranquila, con o sin ayuda podemos vencerla.
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—¿Dónde puede estar? —desde que había descubierto que Cal no se encontraba en la ciudad que acababa de destruir, la reina, no paraba de repetir esa pregunta.
—No tengo ni idea, ya se lo he dicho —le respondió la giganta con la esperanza de que no hablase más.
—Señora, ¿cómo sabe usted que la chica está aquí? —preguntó la niña.
—Ay, no me llames señora, llámame majestad o algo así, que me hace sentir vieja. Y sé que la chica está aquí porque hablé con el jefe de la ciudad donde está y se negó a entregármela.
—Espera un segundo, ¿sabes el nombre del jefe? —preguntó la giganta.
—Si
—¿Y por qué no lo has dicho antes? Yo sé quienes son los jefes de todas las ciudades, habríamos ahorrado mucho trabajo y ya estaría hecho.
—Ah, eso yo no lo sabía. De todos modos el objetivo es eliminar a todos los shiris, no hay mal que por bien no venga, un pueblo menos.
—¿Cómo se llamaba?
—Dalmen, Danfe, no sé, Dan no sé qué.
—Así no lo vamos a conseguir nunca —suspiró la giganta.
—¿Puede ser Dancen? —intervino el jefe de los guardias.
—Si, si exacto Dancen. ¿Cómo lo sabes?
—La escuché gritando e insultándole cuando llegó la carta.
—A ver, Dancen es el jefe de una ciudad que se llama Garin.
—Ahí debe de estar, venga, pongamos rumbo a Garin.