La reina estaba sentada frente al tocador de su cuarto, cepillando su pelo, sonreía al pensar que su victoria llegaría en unas horas. Iba a ejecutar a los sihiris amigos de Cal, ella aparecería para salvarlo y la ejecutarán a ella también por traición. Se levantó y se puso delante de un gran espejo, miró su reflejo de arriba a abajo, aquel vestido blanco con cristales incrustados la quedaba como anillo al dedo, salió de la habitación acompañada por un guardia en dirección a la mazmorra, allí se paró delante de una húmeda y oscura celda.
—Espero que estéis disfrutando de vuestra estancia.
—¿Qué quieres?—Contestó Dancen con cara de pocos amigos.
—Quería conversar un poco con vosotros antes de, bueno, ya sabéis de qué.
—No queremos hablar —concluyó el hombre.
—Tal vez conmigo no, pero con ella sí —se hizo a un lado, dejando paso a una mujer morena, que se acercó a las rejas.
—Izel —dijo Nale acercándose a la mujer —querida, no sabes lo preocupado que estaba.
—¿Dónde está Cal? —la mujer clavó su fría mirada en el hombre que una vez amó.
—No… No lo sé.
—Dime dónde está.
—¡No te lo vamos a decir! —le contestó una pelirroja con muy malas pulgas.
—Dhara relájate —trató de calmarla Nale.
—¡No quiero! —la chica se levantó y caminó hacia donde estaban ellos —eres su madre, deberías quererla.
—Y lo hago, si os estoy preguntando por ella es porque estoy preocupada por ella.
—¿Preocupada? Si te decimos dónde está, cosa que no sabemos, la condenaremos al mismo destino que nosotros.
—Pfff tonterías, yo estoy intentando ayudarla. Además, ¿se puede saber quién eres? ¿Y por qué te metes en conversaciones que no te incumben?
—Yo soy Dhara y me meto en la conversación porque me da la gana, tú no sabes si me incumbe o no.
—Bueno que sí —se giró para volver a mirar a su marido —dime dónde está, ella aún puede tener una oportunidad.
—Jamás se unirá a vosotros —Dhara había llegado a donde ellos estaban y miraba a Izel.
—¿Y tú qué sabes?
—Izel, basta —le pidió su marido.
—Pues probablemente sepa más que tú.
—Solo eres escoria, todos los sihiri lo sois —se dio la vuelta enfadada y se fue.
—Pues tu hija ya es una de los nuestros.
—Tú no conoces a mi hija —corrió de nuevo hacia la puerta y agarró a Dhara del cuello, su cara estaba roja y sus ojos inyectados en sangre.
—La conozco mejor de lo que crees.
—¿Mejor que su propia madre?
—Sí —contestó Dhara, su cara comenzaba a ponerse roja por la falta de aire.
—¿Y eso por qué?
—Porque soy su novia.
Al oír eso, la mujer clavó fuertemente las uñas en el cuello de Dhara, llegando a hacer sangre en algunos puntos, la tiró al suelo y se fue murmurando, cosas que ninguno pudo entender.
La reina observó la escena desde lejos, se asustó un poco cuando Izel explotó, pero no intervino en ningún momento. Cuando la mujer se había ido, se acercó de nuevo a la celda para observar a Dhara en el suelo, tosiendo y rodeada por todos los presentes, la chica miró a los ojos de la reina, esto le transmitió a la mujer una sensación fría. Se dio la vuelta para irse, pero la chica le hizo una pregunta.
—¿Realmente la salvarías si te jurase lealtad?
—No, eso se lo dije porque estaba totalmente convencida de asesinar a su marido, ¿pero a su propia hija?, eso no lo tenía tan claro. Si Cal no me hubiese traicionado me lo plantearía, pero eso ya no es posible.
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La música sonaba Nerissa, habían montado un gran escenario. La gente se aglutinaba delante de la estructura, la reina subió entre vítores y ánimos a la tribuna.
—Buenos días queridos sereianos, como ya sabéis nos encontramos aquí para castigar a un grupo de sihiris por colaborar con la traidora Cal Morris contra nuestra sociedad, perturbando La Paz y despertando un conflicto que pensábamos ya olvidado.
Mientras tanto Cal, Zander y Seth ultimaban los detalles de su plan.
—¿Estáis seguros de esto? —susurro la chica.
—Sí, tu tranquila, sube ahí y ya.
El trío se separó, Cal caminó recto por el bosque camino al evento, sin embargo se topó con un grupo de guardias y tuvo que esconderse entre unos arbustos.
—Que suban a los sihiri —oyó decir a la reina.
El corazón de Cal comenzó a latir cada vez más rápido, tenía que conseguirlo, no podía fallar. En cuanto los guardias se hubieron ido, salió corriendo hacia la ceremonia.
—Usted será el primero.
Agarró al hombre mayor que había ayudado a Ev con su pierna, lo puso en medio del escenario y un hombre vestido de negro se acercó al anciano que le miró, suplicando piedad. El verdugo iba armado con un cuchillo que impregnó en una sustancia y lo clavó en la espalda del anciano que entre un remolino de ascuas que se formó a su alrededor perdió la vida, quedando tendido en la tarima, entre los vítores del público y las miradas horrorizadas del resto de condenados.