Caminaron durante varios días pasando por diferentes paisajes. Cuando cruzaron por un modesto pueblo, se percataron que sus habitantes estaban desanimados. Las casas se caían a pedazos, la cosecha estaba seca y no daba sus frutos, los animales que rondaban por el lugar estaban desnutridos y en ciertos lugares las moscas zumbaban encima de algunas vacas que yacían muertas. Las madres intentaban calmar a sus niños, pero para el hambre no bastaba una linda sonrisa y bonitas palabras. Al ver lo terrible de la situación, Harv propuso a Lakan averiguar qué era lo que estaba sucediendo y brindar ayuda a los aldeanos. El guardián le dijo que ya no había mucho tiempo, pero Harv seguía insistiendo. Fue así que fueron a otear lo que ocurría en el lugar.
En la entrada del pueblo se acercaron a un anciano de pelo canoso que llevaba una túnica andrajosa y le preguntaron qué era lo que estaba sucediendo. El enjuto hombre con el semblante apagado les respondió que eran atacados constantemente por los «armaduras negras», un grupo que resurgió y, que con los años fueron acrecentando su número y poder.
—¿Por qué no han acudido a pedir ayuda? —dijo la mujer sintiendo profunda empatía por estos.
—Lo hemos intentado —respondió con temblorosa voz—. Los aldeanos enviaban sus mensajes por medio de nuestros exploradores al Gremio de los Caballeros Sabios, pero todos morían… —dijo con pesadumbre—, haciendo que nuestras cartas nunca pudiesen llegar a destino —su bastón no dejaba de temblar.
—No veo guerreros —acotó el guardián mirando por todos lados.
—Hacemos lo que podemos para sobrevivir. No contamos con guerreros, nuestro armamento es escaso —meneó la cabeza —. Solo es cuestión de tiempo para que desaparezcamos.
La charla fue interrumpida por varias campanadas. Los aldeanos iban correteando por todos lados. Algunos se refugiaban en sus hogares, otros se ubicaban en sus puestos sin protección alguna portando sus precarias armas prestos para defender la aldea.
En medio de la revuelta viene corriendo un pequeño niño con el rostro pálido.
—¡Se acercan de vuelta nuestros enemigos! ¡Y esta vez en un gran número!
Los aldeanos aferrados a toda esperanza formaron una desorganizada barricada en las afueras del pueblo. Entre estos estaban niños, jóvenes y ancianos.
Viendo esto Lakan sintió ira. Fue hacia la entrada donde se encontraba el vetusto portón principal y con su espada apuntó hacia los hombres que yacían en la cima de la colina. Todos quedaron callados y entonces preguntó:
—¿Quién es su líder? —dijo con autoridad—. Acaso disfrutan de actos tan miserables. Sus oponentes son solo niños y ancianos que portan palos como armas. Solo veo en ustedes falta de coraje. ¡Esto es un insulto! —gritó ofuscado.
Aquellos hombres iban abriendo la formación y salió al paso un jinete. El caballo era de color marrón oscuro, el hombre llevaba consigo una espada de filo letal y una vestimenta con piezas forjadas a la perfección.
—¡Yo soy el líder! —declaró con orgullo—. Vengo a acabar con todo lo que se encuentre a mi paso y este pueblo merece castigo. No merecen vivir, no tendré misericordia alguna —lo señala con su espada—, en especial a ti guerrero imprudente.
—Un duelo —respondió Lakan—. Si salgo victorioso se retiraran, en cambio si pierdo… tendrán rienda suelta y tomaran todo lo que desean —al decir esto los balbuceos de ambos bandos empezaron a escucharse.
El gran líder se echó a reír y la risa se fue propagando a todos sus hombres haciendo una burla general.
—¡Silencio! —clamó—. Después de tu muerte las almas que tomaré te seguirán al más allá para atormentarte.
El guerrero descendió de la colina con un violento galope. Al acercarse al guardián, este desmiembra a su corcel de un solo golpe haciéndolo caer al suelo. El hombre se levantó cegado por la ira y lo atacó una y otra vez sin lograr un golpe certero.
—Eres parecido a nuestro Señor —dijo con una vil sonrisa—. Esto recién empieza. —Las venas de su cuello saltaban debido al gran esfuerzo que estaba haciendo en el forcejeo.
—Estás demente. —Los aceros rechinaban, estaban cara a cara escupiéndose e insultándose—. Eres un cobarde.
—Somos las Tropas Negras y traeremos un nuevo renacer para este corrompido mundo. Todos aquellos que abusaron del poder caerán como las moscas.
—Poder... —Lakan dio un paso hacia atrás y logró asestar una letal tajada en el torso de su enemigo haciéndole caer—. Poder... —masculló—. Te parece que estos lo poseen.