Crónicas de Anthir: Coronas y Corazones

Katrin

En el portón principal se encontraban Robfrid y Gunterling, ambos estaban equipados para dar inicio a la su misión.

—¿Qué tal es Lucart como compañero? —indagó el joven ciego.

—No te preocupes, te caerá bien; créeme que será de gran ayuda. Tiene un buen manejo de la espada y tiende a ser un poco bromista.

Mientras conversaban a lo lejos escucharon una voz que decía:

—¡Pero miren que bonitas son las niñas que me acompañaran!

—Es él, ¿no?

—Exacto —respondió el príncipe.

—¿Cómo amanecieron señores? —dio palmadas a ambos por la espalda.

—Pues bien Lucart. Veo que tú amaneciste con mucha energía.

—Estoy un poco mejor. —Se ajustó su cintillo del cual colgaba con elegancia su espada y, del otro lado; sus dos relucientes dagas—. La verdad es que estoy emocionado por esta misión, estoy ansioso por los desafíos que nos aguardan.

—Un placer compartir esta travesía Lucart, he oído mucho de ti. Las lenguas hablan de tu gran habilidad —dijo Gunterling.

—¡Aja! —lo abrazó—, y tú no te quedas atrás —replicó—. ¿Dónde se encuentra el pillo de Harv?

—Aún lo estamos esperando, es raro que no se presente.

Mientras esperaban a Harv, Lucart movía las manos varias veces frente al rostro de Gunterling.

—Seguirás haciendo eso —dijo un poco molesto.

—¡Cielos! Realmente tus sentidos están bien agudizados amigo. Te propongo algo, desde ahora en mas te llamaré Gunt. ¿Qué te parece?

—No está mal.

A lo lejos vieron Harv vestido con el atuendo típico de un aventurero, botas livianas, chaleco de cuero y unos pantalones flojos acompañado de un cintillo del cual pendía su cantimplora y espada. El joven aspirante empezó a correr hasta llegar a ellos.

—¿Por qué has tardado? —le llamó la atención Robfrid.

—No encontraba mis botas, las tuve que comprar.

—¡Bien! Es hora de marcharnos —pronunció con entusiasmo Lucart.

Fueron a los establos y salieron al galope bajo el intenso sol. Los jóvenes transitaban por la senda principal, el cual fue utilizado desde hace siglos por todos los pueblos y ciudades de la zona, era el camino más seguro de todo el continente.

Los aspirantes veían como los comerciantes llevaban sus mercaderías de un pueblo al otro. Algunos llevaban armas; otros verduras y frutas que se apilaban en enormes cestos, los carruajes iban y venían y luego se desviaban por las innumerables senderos que se desprendían del camino principal.

Después de un largo tiempo, llegaron a un punto en que tenían que cruzar bordeando una montaña, el camino era estrecho y el precipicio daba contra el mar templado cuyas aguas centelleaban con el brillo de los rayos del sol. Estos se encontraban a gran altura, el camino era peligroso y poco transitado, debido a que últimamente los derrumbes que se habían intensificado en los últimos años. En una parte del tramo, el camino se hizo tan empinado que tuvieron que bajar de sus caballos y estirarlos.

—¿Cómo es el paisaje? La ventisca sopla muy fuerte, siento que estamos a una gran altura.

—Sí, Gunt, tienes razón. Agradece tener esa una venda con que taparte los ojos en este instante.

—Ya cállate Lucart.

—Solo pido que no haya ningún derrumbe —señaló Harv mientras se apegaba a las rocas como una sanguijuela.

—El viento se ha vuelto violento y no cesa, me cuesta mantener el equilibrio —vociferó el príncipe.

—Tengo una idea. —Harv buscó en el bulto que llevaba su caballo y sacó una cuerda. Sosteniendo la soga entre sus dientes, empezó a desatarlo, lo ató a su cintura y luego pasó a Robfrid—. Ajusta a tu cadera y también di a los otros que hagan lo mismo —dijo gritando ya que la fuerte ventisca hacía que la voz se pierda.

Robfrid agarró la cuerda y empezó a liarse con ella, hizo un gesto a Lucart y este lo entendió.

— ¡Gunt! —gritó Lucart.

—Sí, que sucede.

—Préstame atención, te lanzaré una soga y ajusta a tu cintura de modo que todos estemos entrelazados —Lucart lanzó la otra parte de la cuerda y cayó sobre el hombro de Gunterling.



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En el texto hay: misterios, caballeros y espadas, guerras y pasiones

Editado: 09.11.2019

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